Cuando lleguen las elecciones, que
llegarán, estaremos a un pasito de cambiar de estación. A un solo día, que
mientras rumiemos y asimilemos los resultados, ya será invierno. Pero mientras
llegan, y para desintoxicar, quiero hablar de cosas más prosaicas, más
vulgares, de las que nos pasan a los seres corrientes y molientes mientras
alrededor suenan campanas de campaña, mensajes apocalípticos, números y más
números, y vuelan los puñales.
Con las primeras gotas, las primeras
hojas caídas y los tímidos fríos matutinos, llega el cambio de armario. Para
desesperación mía y sospecho que de mucha gente. Odio el cambio de temporada.
Sacar ropa, guardar ropa, no saber qué zapatos ponerte, ir con los pies
helados, andar con la chaqueta para arriba y para abajo... Y lo peor de todo, que se te caiga medio
armario encima cada vez que abres la puerta.
Cuando me reencarne-porque digo yo que
esto no se puede quedar así-, y si me dejan elegir destino, voy a pedir que me
cambien a un lugar sin estaciones, o de eterna primavera. Hasta admitiría
otoño. Pero sin cambio de armarios, o con uno solo.
Sin abrigos, chaquetas, bufandas,
jerseys, zapatos opresores, medias ídem, calcetines desemparejados, edredones,
pijamas de cuello alto... Un par de rebequitas y un chubasquero, que en esos
sitios llueve a menudo, y se acabó. Cuatro camisetas,
otros tantos pantalones y chanclas liberadoras para mis maltratados pies. Nada
de subir y bajar al altillo cada tres meses, ni de cajas debajo de la cama, ni
de pelusas. Ni de enfrentarte al "esto no me cabe" o al "¿Como
pude ponerme esto?" de cada temporada.
Ni
al volver a guardar con el sempiterno por si acaso, cuando sabes que nunca
tendrás ni los años ni el cuerpo de entonces. Y no digo nada de lo pasado de
moda, de los colores que ya no se llevan, de la moda que viene, y que no tiene
nada que ver con la que llegó el año pasado... Por no hablar de las sesiones de
lavadora, por haber guardado apresuradamente las cosas al primer rayo de sol. Lo
de la plancha me lo salto, que me pone los pelos de punta.
Y
eso que la crisis nos ha convertido en maestros del reciclaje, y de las visitas
a ese chino tan amable que cose tan bien y te arregla las cosas en un pis pas.
Hasta puedes fardar diciendo que son “vintage”. Si
para colmo de alegrías no hay que poner calefacción y no existe impuesto al
sol…
Pues
eso. Nos vemos en Macondo, o en cualquier paraíso tropical.
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