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miércoles, 14 de octubre de 2015

Desde Macondo. CAMBIO DE ARMARIOS

Cuando lleguen las elecciones, que llegarán, estaremos a un pasito de cambiar de estación. A un solo día, que mientras rumiemos y asimilemos los resultados, ya será invierno. Pero mientras llegan, y para desintoxicar, quiero hablar de cosas más prosaicas, más vulgares, de las que nos pasan a los seres corrientes y molientes mientras alrededor suenan campanas de campaña, mensajes apocalípticos, números y más números, y vuelan los puñales.
           Con las primeras gotas, las primeras hojas caídas y los tímidos fríos matutinos, llega el cambio de armario. Para desesperación mía y sospecho que de mucha gente. Odio el cambio de temporada. Sacar ropa, guardar ropa, no saber qué zapatos ponerte, ir con los pies helados, andar con la chaqueta para arriba y para abajo... Y  lo peor de todo, que se te caiga medio armario encima cada vez que abres la puerta.
           Cuando me reencarne-porque digo yo que esto no se puede quedar así-, y si me dejan elegir destino, voy a pedir que me cambien a un lugar sin estaciones, o de eterna primavera. Hasta admitiría otoño. Pero sin cambio de armarios, o con uno solo.
           Sin abrigos, chaquetas, bufandas, jerseys, zapatos opresores, medias ídem, calcetines desemparejados, edredones, pijamas de cuello alto... Un par de rebequitas y un chubasquero, que en esos sitios llueve a menudo, y se acabó. Cuatro camisetas, otros tantos pantalones y chanclas liberadoras para mis maltratados pies. Nada de subir y bajar al altillo cada tres meses, ni de cajas debajo de la cama, ni de pelusas. Ni de enfrentarte al "esto no me cabe" o al "¿Como pude ponerme esto?" de cada temporada.
           Ni al volver a guardar con el sempiterno por si acaso, cuando sabes que nunca tendrás ni los años ni el cuerpo de entonces. Y no digo nada de lo pasado de moda, de los colores que ya no se llevan, de la moda que viene, y que no tiene nada que ver con la que llegó el año pasado... Por no hablar de las sesiones de lavadora, por haber guardado apresuradamente las cosas al primer rayo de sol. Lo de la plancha me lo salto, que me pone los pelos de punta.
           Y eso que la crisis nos ha convertido en maestros del reciclaje, y de las visitas a ese chino tan amable que cose tan bien y te arregla las cosas en un pis pas. Hasta puedes fardar diciendo que son “vintage”.  Si para colmo de alegrías no hay que poner calefacción y no existe impuesto al sol…
           Pues eso. Nos vemos en Macondo, o en cualquier paraíso tropical.

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