Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Desde Macondo. VUELVE LA FILOSOFÍA

La noticia ha pasado sin pena ni gloria, que estamos todos enredados en temas de “más altura”. Como si hubiera algo más alto que recuperar el estudio, el conocimiento y la difusión del pensamiento de quienes nos han traído hasta aquí y han hecho el mundo como es, con sus aciertos y sus errores, pero nuestro mundo, al fin y al cabo. 
          Las Cortes de Castilla-La Mancha han decidido traernos de vuelta a Platón y a Sócrates, a Aristóteles, a Epicuro, a Sartre, a Marx…  A todos los que el incalificable ministro Wert, que dios confunda, envió al exilio más cruel, al del olvido, decretando que cualquier joven podría cursar la educación obligatoria y salir sin haber visto los fundamentos que estructuran el pensamiento occidental, desde los clásicos hasta nuestros días.
          Por decreto, decidieron que el amor por la sabiduría, la filosofía, es una estupidez, un sentimentalismo absurdo; igual que decretaron que las Humanidades, que el diccionario define como “Conjunto de disciplinas que giran en torno al ser humano”, y que incluyen como la literatura, o la historia, deben ocupar las mínimas horas posibles en la agenda escolar, igual que la música o las enseñanzas artísticas. Todas eran “marías” en unos planes de estudio que, por cierto, ofertaban un curso de Tauromaquia y Actividades Auxiliares Ganaderas,  que no sé si se habrá puesto en marcha, pero que, a lo largo de dos mil horas lectivas, incluían prácticas con carretón, o conocimientos para extraer el semen de un toro. Entre  las posibles salidas profesionales del nuevo título figuraban, además del de matador de novillos, el de peón agropecuario, pastor y banderillero o picador.  Mucho mejor que estudiar a Platón y sus chicos, dónde va a parar.
          Desde los griegos, los filósofos siempre han sido la conciencia crítica de una época. Y son fundamentales para saber de dónde venimos y hacia dónde vamos, en qué nos hemos equivocado  y, sobre todo, qué tenemos que analizar, pensar y hacer para corregir errores.
          Hasta que decretaron que pasar un rato con Aristóteles, con Sócrates, o con Platón o con Kant, con Rousseau y hasta con San Agustín, es una pérdida de tiempo. Todos fueron expulsados de clase, con el latín y el griego, las lenguas clásicas, que también fueron  declaradas proscritas. Ahora, vuelve la oportunidad de que las aulas se llenen de palabras sabias que, una a una, vayan calando en nuestros jóvenes, tan necesitados de principios sabios que les enseñen a  hacerse las mil y una preguntas que se hicieron antes los que durante estos años han sido silenciados.
          Por eso la noticia de la vuelta de la Filosofía a las aulas tendría que haber sido portada en todos los informativos. Que no estamos sobrados de buenas noticias, y ésta es de las mejores.

martes, 25 de septiembre de 2018

KIRIBATI

Os pongo en antecedentes, que yo he tenido que tirar de wikipedia y atlas, con lupa incluida, para encontrar este pequeño país al que, por razones obvias, nunca voy a viajar. Y vosotros, me temo que tampoco. Kiribati, oficialmente la República de Kiribati, es un país insular ubicado en la zona central oeste del Pacífico, al noreste de Australia. Está integrada por un grupo de 33 atolones coralinos y la isla volcánica de Banaba diseminados en un área de más de tres millones de kilómetros cuadrados.
          Y es oficialmente el  primer país al que puede engullir el mar por el cambio climático. Las poco más de 100.000 personas que viven en Kiribati ya han empezado a tomar medidas, normal, porque desde hace tres décadas saben que tienen poco futuro.  Por el momento, se han ido desplazando hacia el interior, para retrasar lo inevitable, y se enfrentan ya a problemas con el agua potable. Lo último es que su presidente, un tal Anote Tong, ha iniciado una gira internacional buscando, sin buen resultado por el momento, una patria de adopción para cuando el océano se adueñe de sus tierras y ya no se pueda vivir allí.
          Parece el guión de una película futurista, como de robinsones del mañana, pero es tan real que no sé porqué no sale día sí y día también en periódicos, televisiones, revistas y demás, o en las todopoderosas redes sociales que llegan al último rincón. Aunque sólo sea por aquello de ver si se le mueve el cuajo a alguien, especialmente a los grandes negacionistas del cambio climático, entre los que se encuentran nombres muy “ilustres”. Y apellidos también.
          Todos hemos ido comprobando como, a lo largo de nuestras vidas, más en las de los que tenemos cierta edad, han ido desapareciendo bosques, árboles de siempre sustituidos por eucaliptus de rápido crecimiento; cómo los ríos que brincaban alegremente se arrastran ahora doloridos,  con pocos y tristes peces, o con los enormes y cabezones cangrejos americanos que han acabado con los nuestros, rojos, pequeñitos y sabrosos.
          Qué decir de la boina de contaminación que adorna las ciudades un día sí y otro también, o de las numerosas enfermedades que surgen o se agravan al calor de los malos humos que respiramos.  O de los plásticos que además de envolver tortugas y grandes cetáceos han hecho de los mares vertederos sin remedio.
          O de estos casi cuarenta grados en otoño que estamos “disfrutando”. De los icebergs que se desprenden de la Antártida, de los grandes huracanes, de las riadas, de los extensos periodos de sequía…  Kiribati es el símbolo, pero no hace falta desplazarse hasta allí, ver a cámara rápida cómo el mar se traga las islas, para tener la clara conciencia de que estamos cambiando, para mal, el planeta tierra y que todos somos culpables pero que, quienes además prestan oídos u otorgan un solo voto a los negacionistas, son además, cómplices.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Desde Macondo. ENTRE PARÉNTESIS

No es que tengamos el mejor patrón, que con la cantidad de hombres y mujeres que habitan el Santoral, podía habernos tocado alguien que, así de entrada, no se nos represente como un  adusto hombre de negro, con un enorme saco en el que va echando sin piedad nuestros pocos dineros.
          Y es que ni en Ferias podemos librarnos de la maldita economía (macro y micro) que se ha adueñado de nuestras casas, nuestras vidas y nuestro ser, ya que el “titular” de las fiestas de septiembre es San Mateo, de oficio, recaudador de impuestos. Seguro que cualquier santo será más dicharachero y adecuado, especialmente en estos momentos, que el susodicho, que al parecer era odiado y temido a partes iguales.
          Eso sí, hasta que Jesús lo llamó a su vera. Pero el caso es que pienso en la Feria y la imagen que me devuelve el pensamiento no es la de las tómbolas, los chiringuitos, la noria o el tren de la bruja.  Ni apelando a la gula, ya saben, pinchos morunos, montaditos de lomo o morcilla de El Pastor, puede una apartar la imagen del maldito dinero.
          Dice la biografía del santo, que me la he leído, que los publicanos o recaudadores de impuestos se enriquecían fácilmente, y a Mateo le atraía la idea de hacerse rico prontamente, apretando las tuercas a los pobres ciudadanos e insensible a su sufrimiento y a las penurias a las que los condenaba por su voracidad recaudatoria. En fin, se hizo bueno y le pusieron su nombre a la Feria de Talavera. Y en esas estamos, intentando pensar en el buen hombre y olvidando todo lo demás.
          Es tiempo de paréntesis, aunque sea corto y con reparos, que no están las cosas para muchas alegrías, y entre sueldos recortados, precios enloquecidos, recibos de la luz imposibles, comienzo de curso, algún excesillo de verano y cuestas de septiembre, octubre, noviembre por subir, no va a ser fácil honrar debidamente  a San Mateo, pero hay que intentarlo. Igual intercede para que sus “colegas” del tiempo presente también abandonen la senda del mal y se reciclen en hombres buenos, piadosos, compasivos, comprometidos con los que menos tienen, luchadores contra la codicia y la explotación del débil.
          Todos merecemos un paréntesis en la lucha diaria. Bien es verdad que unos más que otros, y que en el ranking, los talaveranos ocupan los primeros puestos, tras muchos años de penurias y horizontes poco despejados. No es que la Feria sea la panacea, pero es una ocasión para aparcar los problemas, para recordar tiempos pasados y mirar con esperanza al futuro, para coger aunque sólo sean unas bocanadas de aire fresco, que falta nos hace.
          Con sus loros multicolores, sus gallinas que ponían cien huevos de oro al sonde la pandereta, el mono amaestrado que adivinaba el pensamiento, el aparato para olvidar los malos recuerdos y el emplasto para perder el tiempo, llegó la Feria a Macondo. Un paréntesis en cien años de soledad.

lunes, 17 de septiembre de 2018

LAS TESIS DE NANCY

Cierto que en todas partes cuecen habas; que cada país tiene lo suyo y que el que esté libre de pecado, tire la primera piedra. Pero no puedo por menos que preguntarme qué estarán pensando en otros puntos del planeta acerca de lo que está sucediendo en esta España de nuestros dolores, especialmente en las últimas semanas.
          O qué pensaran quienes se asomen a nuestros periódicos (de cualquier bando) o sintonicen un canal, a boleo, de televisión o una emisora de radio. Seguro que dirían como Astérix, eso de “están locos estos romanos”.
          Leyendo, viendo e intentando analizar, me ha venido a la cabeza un libro que tiene ya sus añitos, pero que por alguna razón se ha quedado en un pliegue de mi cerebro, para volver en el momento oportuno. “Las tesis de Nancy”, en el que el nunca bien ponderado Ramón. J. Sénder, tirando de género epistolar, nos contaba las andanzas de una jovencita americana, Nancy, que hoy sería una especie de “Erasmus”, en la España de mediados del siglo XX.
          Nancy busca datos para su tesis sobre antropología y literatura española, y va contando a su prima cómo le sorprende lo que aquí se encuentra, el terrateniente caciquil, el gitano aprovechado, el señorito burgués inútil, el viejo verde, los machistas y, sobre todo, las  reacciones de los españoles, que no comprende. Al final, vuelve a su país sin entenderlas ni entendernos.
          Como para que viniera ahora! A ver quién es el guapo que le explica que medio Congreso no vote por la exhumación de un dictador sanguinario, o que unos y otros anden enloquecidos escudriñando currículos, máster, tesis y hasta licenciaturas universitarias. O que desaparezcan miles de correos electrónicos de una Universidad, que los estudios sean un ratito presenciales y al siguiente no; que los aprobados raspados se vuelvan notables y sobresalientes por arte de birlí birloque y que, en definitiva, vivamos pendientes del próximo escándalo, el que se llevará por delante a un ministro, un juez, un líder de cualquier partido…
          Pues eso, que daría gusto leer las cartas que una Nancy del Siglo XXI podría enviar a sus amigos y familiares como espectadora de excepción. Daría para mucho más de un libro, que esto no ha acabado, y cualquier día se ponen a exigir el certificado de limpieza de sangre, que tantas alegrías dio a la  Inquisición y alimentó tantas hogueras.
          Y es que estamos tan hartos de mentiras que exigimos verdades absolutas, aunque todo el mundo sepa que éstas no existen, y que buscando, buscando, siempre encontraremos algo. Aunque sea irrelevante para lo que nos ocupa, que es sacar adelante un país. El nuestro.

jueves, 13 de septiembre de 2018

Desde Macondo. EL RÍO QUE NOS DEJAN

No sé si el llorado José Luís Sampedro hubiera escrito, hoy por hoy, su genial “El Río que nos lleva”. Entre otras cosas, porque no hubiera contado, como inspiración, con las imágenes de las aguas bravas del Padre Tajo, en las que los gancheros se dejaban la vida  en su labor de transportar la madera​ río abajo, desde Guadalajara, hacia los barrancos, hitas y parameras de La Alcarria, desembocando finalmente en la vega de Aranjuez.
          En todo caso, hubiera llorado de pena, de rabia y de impotencia al ver el río que nos dejan, el que contemplo cada día, frente a mi casa, arrastrándose dolorido y maloliente, con más arenas que agua. Y sin solución a la vista, que desde arriba han decretado la muerte del río, y nadie hace nada para cambiar el curso de las cosas. Y a quien lo hace, simplemente se le ignora, que hay intereses más importantes.
          Leí hace tiempo que un tribunal de India declaró los ríos sagrados Ganges y Yamuna “entidades vivientes”, con el ánimo de que esta declaración ayudará a protegerlos ríos, ya que a partir de ahora tienen todos los derechos constitucionales y reglamentarios de los seres humanos, incluido el derecho a la vida. Muy bonito. Y ojalá sirva de algo, que lo dudo, porque he visto la peor cara de ambos ríos hindúes, la de la suciedad, la basura, los malos olores…
          Pero la India queda muy lejos, y aquí tenemos nuestra propia “entidad moribunda”, que está pidiendo a gritos una declaración de amor, tres palabras que la salven de la agonía y la desaparición irreversible. Hablo del Tajo, y las palabras son, obviamente, Fin del Trasvase.
          En tres décadas viviendo frente al río he ido viendo su decadencia, más lenta al principio, a pasos agigantados ahora, y desapareciendo a golpe de anuncios en el BOE. De 20 en 20 hectómetros cúbicos. Cuarenta a veces. Y hasta sesenta. La última, hace una semana, y con los pantanos mirando desesperadamente al cielo.
          Son las únicas declaraciones que nos llegan sobre el pobre Tajo, entendiendo por tal el conjunto de fauna y flora de su cauce y sus riberas. Es el río que nos dejan. El que se va por el canal directamente a Levante, y no tiene derecho a la vida. No la tienen los peces, ni los juncos, ni los patos, ni las aves que anidan en sus islas o las que lo sobrevuelan para buscarse el sustento. Ellos, como nosotros, están condenados a convivir con el cieno, el lodo, las espumas malolientes y las malas hierbas.
          No sé si aún estamos a tiempo de conseguir que el Tajo sea considerado una entidad viviente, un ser lleno de fuerza y juventud, viendo al anciano decrépito y ausente en que lo han convertido. Viendo al río que nos han dejado, y al que maltratan cada día un poco más. Nada que ver con lo que cantaba Garcilaso, “Corrientes aguas, puras, cristalinas, árboles que os estáis mirando en ellas…”, cuando el Tajo era vida y poesía. Hoy es mezcla de lodo con burla y tristeza.
          No esperamos que declaren al Tajo entidad viviente, que ya sabemos que los que mandan han decidido saciar la sed de otros  a costa de lo que sea, pero es nuestra responsabilidad, de todos, no quedarnos callados, no conformarnos con el río que nos dejan. Es tiempo de que dejemos de mostrar la lastimosa lengua seca y enseñemos los dientes. Es nuestra obligación, a falta de alguien con el criterio y el sentido de justicia del primer Buendía, que en la fundación de Macondo dispuso de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo.
          No existiría Macondo sin el río. Y nosotros tampoco. Cuando los Buendía pensaban que no llegarían a ninguna parte, apareció una corriente de aguas diáfanas, que se precipitaban sobre un lecho de piedras blancas y enormes como huevos prehistóricos. Y empezó la vida.
           Desde aquí, tenemos que empezar a no resignarnos con el río que nos dejan.

martes, 11 de septiembre de 2018

ASÍ QUE PASEN DIEZ AÑOS MÁS

Esta semana se cumplen diez años de la quiebra de Lehman Brothers, para nosotros, del inicio de la Gran Recesión. De la crisis, vaya, que ya es parte fundamental de nuestro vocabulario. Sólo diez años, o diez años nada menos, que nos cuesta trabajo recordar cómo eran antes las cosas. En general, y en nuestro mundo en particular.
          Porque aunque hayan “decretado” el fin de la crisis, aunque se haya recuperado el PIB y todas esas zarandajas de macroeconomía que se empeñan en explicarnos, ya nada es lo mismo. Una década ha servido para dar la vuelta como un calcetín a casi todo. A la igualdad, a la justicia, al bienestar, a la solidaridad y a gran parte de los valores democráticos que, con todas sus imperfecciones, nos habían servido hasta ahora. De aquellos polvos de los recortes, los despidos, los desahucios, la pobreza y el fin de la clase media, vienen los lodos de la desconfianza, de los partidos ultranacionalista, del regreso de conceptos-fascismo, nazismo-     que creíamos muertos y enterrados, del incremento del racismo y la xenofobia, del odio al diferente, de las reticencias a compartir ni un céntimo del escaso bienestar que nos dejan.
          Han pasado diez años, y por aquello de los ciclos económicos que hemos estudiado siempre, lo de los dientes de sierra y que la economía se regenera, purga sus pecados, cumple la penitencia y sigue adelante, ya tendríamos que haber vuelto a tiempos mejores. Pero nada de eso. Bueno, sí. Los Bancos rescatados con nuestro sudor y nuestra sangre ya tienen beneficios. Los megaricos han aumentado y las grandes empresas multiplican sus ingresos. No me consta que ningún banquero se haya suicidado en esta época, abrumado por la situación, y tal y como ocurrió en otras grandes crisis. Sin embargo, sí hay una triste lista de ciudadanitos de a pie que en su momento tiraron la toalla agobiados por la pérdida de sus ahorros, de sus pequeños negocios, de su vivienda.  Y una lista aún mayor de trabajadores pobres, de personas que malviven con salarios de hambre, de huchas de pensiones rotas y de futuros inciertos y, en todo caso, imperfectos.
          Ahora han decretado el fin de la crisis. Puede que alguien todavía se crea esa máxima propagandística de que una mentira mil veces repetida se convierte en verdad. A mí, cada repetición me indigna no mil, sino un millón de veces. Que no. Que no, que la crisis no se ha acabado para la inmensa mayoría, que el hecho de que en una familia de 10 pueda comer uno, no significa que haya salido el hambre de la casa. Por muchas veces que lo digan.
          Decretan el fin de la crisis, corre ríos de tinta escritos con nuestros dolores, porque ya casi no recordamos cuando nos compadecíamos de los mileuristas, o cuando la Sanidad nos ofrecía confianza, cuando las pensiones de los abuelos no servían para que comieran hijos y nietos, cuando las “duras” jornadas de trabajo eran completas y se pagaban como tal, cuando los contratos de un mes, de ocho horas o de un ratito eran una excepción y no la norma…
          Se acabó la crisis. Porque sí. Porque han pasado diez años. Y si tiene que pasar frío en invierno y calor en verano por que el recibo de la luz es imposible, pues se aguanta.
          En Macondo nacieron niños  con una cola de cerdo, el agua hervía sin fuego y algunos objetos domésticos se movían solos; hubo una peste de insomnio y otra de olvido y los huesos humanos cloqueaban como una gallina; un niño lloró en el vientre de su madre; el cura levitaba al tomar una taza de chocolate y Remedios La Bella ascendió a los cielos mientras doblaba las sábanas. Y un huracán arrancó el pueblo de cuajo, llevándoselo del suelo y de la realidad.
          Todo mucho más real y más creíble que el fin de la crisis, diez años después.

lunes, 3 de septiembre de 2018

VOLVER


“Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve”
No de vacaciones, que también. Y que en la cuestión que nos ocupa, no han sido un paréntesis, sino más bien todo lo contrario, marcadas por el drama de la inmigración, los nostálgicos del franquismo o las violentas manifestaciones xenófobas y racistas en lugares como la muy civilizada Alemania.
          Lo dice el tango de Gardel. Volvemos a encontrarnos con el pasado que vuelve.  Y nos pilla con la frente marchita y las nieves del tiempo blanqueando nuestras sienes. Completamente desconcertados. Hemos vuelto, en poco tiempo, a lo que creíamos muerto y enterrado, a lo que considerábamos poco menos que Prehistoria, después de haber superado las invasiones bárbaras, la dominación romana, la cruel Edad Media, el Siglo de Oro y el de las Luces, dos guerras mundiales, el fascismo y el nazismo de entreguerras, y aquí, a domicilio, una de las dictaduras más oscuras del mundo.
          Nos creíamos invulnerables tras haber sobrevivido a tanta y tan ingrata Historia, pero aquí estamos. Más expertos, sí, pero también más viejos y más cansados para enfrentarnos a lo mismo, a las mismas nostalgias de algunos, que son nuestros horrores, y miremos hacia donde miremos en el planeta Tierra. No hablamos de dictaduras sangrientas en cualquier minúsculo país de África o de Asia, que de esas siempre surge alguna y convivimos con ellas mientras la ONU mira para otro lado.
          No nos referimos a nombres impronunciables de reyezuelos o caciques. Qué va. Hablamos de Trump en Estados Unidos, de Viktor Orbán en Hungría o Salvini en Italia; de formaciones como la francesa En Marche o sus “hermanas” en Alemania, en Austria, en Polonia… De asociaciones orgullosas de recuperar viejos cánticos, símbolos ignominiosos y uniformes que nos ponen los pelos de punta, y que están creciendo como la espuma, poniendo en peligro todo lo que hemos construido tras superar muchas negras etapas.
Ya no sirve hablar de un puñado de nostálgicos. Es duro decirlo pero tengo la clara impresión de que la extrema derecha se ha ido normalizando, que volvemos muy atrás en cuestiones como derechos sociales, igualdad, justicia. Y no quiero hablar de  inmigración, porque aquí sí, una imagen vale más que mil palabras, y tenemos miles de imágenes de pateras llenas o barcos esperando desesperados que les permitan arribar a puerto. A cualquiera.
Esto es volver, con todas sus letras y sin anestesia. Es hacer del XXI un siglo que no corresponde a la correlación lógica de los números. Ni de los tiempos.

Desde Macondo. PALABRAS USADAS

Ahora que ya se avista el otoño, que llegará por muchos calores que nos agobien, porque siempre llega, ahora que nos aprestamos a guardar bañadores y chanclas, a orear mantas y edredones y sacar las rebequitas, por si refresca en la noche, no estaría de más que encerremos en el altillo del armario, al fondo, de donde no puedan salir, muchas de las cosas que hemos usado, de mal grado, por supuesto, en estos últimos tiempos. Digo más, deberían ser arrojadas al contenedor, sin reciclaje posible. Para que no vuelvan.
          Tendríamos que hacer sitio en nuestras casas y en nuestras vidas, para que entre aire fresco, nuevos conceptos, palabras frescas que sustituyan a las que, por el uso y abuso, hemos acabado cogiéndoles manía y deseando que desaparezcan para siempre, en un oscuro vertedero  y a cien leguas de aquí. Eso sí, herméticamente selladas para que no contaminen a generaciones futuras, que una es muy responsable.
          No voy a ser capaz de hacer una lista de todos los términos de los que quiero despréndeme, que me vienen en tropel a la cabeza pugnando cada cual por ser el primero y haciendo imposible organizar un turno. Paro vamos, podéis imaginarlos. Desempleo, corrupción, opacidad, enriquecimiento ilícito, frío, hambre, tristeza, desesperanza, desesperación, miedo, inseguridad, guerra, armas, insensibilidad, xenofobia, racismo, sequía, trasvase, injusticia, pobreza...
          Son palabras que han sido parte de nuestras vidas demasiado tiempo. Las hemos usado hasta la nausea y se han convertido en dueñas y señoras de nuestro día a día. De las noticias, de las conversaciones en casa o en la barra del bar. De nuestros pensamientos.
          Y ya está bien. No nos es dado borrarlas del diccionario, que contiene todo lo bueno y lo malo de nuestra rica Lengua. Es cierto. Pero no es menos cierto que, de cuando en cuando, la Real Academia hace su propia lista de palabras en desuso, de esas que ya no se acuerda nadie, y hay que rebuscar o tirar de etimología para encontrarles significado.
          No imagino mayor placer que llegar al día en que todos los términos arriba citados, y alguno más, entren en la categoría de palabras arcaicas, abocadas a desaparecer por el desuso. Entonces será el momento de que su lugar lo ocupen otros conceptos que están ahí, sin atreverse a salir del todo. Será el momento en que, con mayúsculas, ocupen su lugar  palabras frescas como transparencia, solidaridad, rectitud, servicio público, igualdad, bienestar…
          Ojalá el viento del otoño se lleve para siempre las palabras tan manoseadas durante un periodo demasiado largo.  Y empecemos a usar las que han estado criando polvo demasiado tiempo, pero que nunca hemos borrado del diccionario.
          En Macondo, cuando la peste del olvido, hubo que etiquetar todas las cosas para no olvidar su significado. Tal vez todavía estemos a tiempo.