No es que tengamos el mejor patrón, que
con la cantidad de hombres y mujeres que habitan el Santoral, podía habernos
tocado alguien que, así de entrada, no se nos represente como un adusto hombre de negro, con un enorme saco en
el que va echando sin piedad nuestros pocos dineros.
Y es que ni en Ferias podemos librarnos
de la maldita economía (macro y micro) que se ha adueñado de nuestras casas,
nuestras vidas y nuestro ser, ya que el “titular” de las fiestas de septiembre
es San Mateo, de oficio, recaudador de impuestos. Seguro que cualquier santo
será más dicharachero y adecuado, especialmente en estos momentos, que el
susodicho, que al parecer era odiado y temido a partes iguales.
Eso sí, hasta
que Jesús lo llamó a su vera. Pero el caso es que pienso en la Feria y la
imagen que me devuelve el pensamiento no es la de las tómbolas, los
chiringuitos, la noria o el tren de la bruja.
Ni apelando a la gula, ya saben, pinchos morunos, montaditos de lomo o
morcilla de El Pastor, puede una apartar la imagen del maldito dinero.
Dice la biografía del santo, que me la
he leído, que los publicanos o recaudadores de impuestos se enriquecían
fácilmente, y a Mateo le atraía la idea de hacerse rico prontamente, apretando
las tuercas a los pobres ciudadanos e insensible a su sufrimiento y a las
penurias a las que los condenaba por su voracidad recaudatoria. En fin, se hizo
bueno y le pusieron su nombre a la Feria de Talavera. Y en esas estamos,
intentando pensar en el buen hombre y olvidando todo lo demás.
Es tiempo de paréntesis, aunque sea
corto y con reparos, que no están las cosas para muchas alegrías, y entre sueldos
recortados, precios enloquecidos, recibos de la luz imposibles, comienzo de
curso, algún excesillo de verano y cuestas de septiembre, octubre, noviembre por
subir, no va a ser fácil honrar debidamente a San Mateo, pero hay que intentarlo. Igual
intercede para que sus “colegas” del tiempo presente también abandonen la senda
del mal y se reciclen en hombres buenos, piadosos, compasivos, comprometidos
con los que menos tienen, luchadores contra la codicia y la explotación del
débil.
Todos merecemos un paréntesis en la
lucha diaria. Bien es verdad que unos más que otros, y que en el ranking, los
talaveranos ocupan los primeros puestos, tras muchos años de penurias y
horizontes poco despejados. No es que la Feria sea la panacea, pero es una
ocasión para aparcar los problemas, para recordar tiempos pasados y mirar con
esperanza al futuro, para coger aunque sólo sean unas bocanadas de aire fresco,
que falta nos hace.
Con sus loros multicolores, sus gallinas
que ponían cien huevos de oro al sonde la pandereta, el mono amaestrado que
adivinaba el pensamiento, el aparato para olvidar los malos recuerdos y el
emplasto para perder el tiempo, llegó la Feria a Macondo. Un paréntesis en cien
años de soledad.
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