Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 13 de septiembre de 2018

Desde Macondo. EL RÍO QUE NOS DEJAN

No sé si el llorado José Luís Sampedro hubiera escrito, hoy por hoy, su genial “El Río que nos lleva”. Entre otras cosas, porque no hubiera contado, como inspiración, con las imágenes de las aguas bravas del Padre Tajo, en las que los gancheros se dejaban la vida  en su labor de transportar la madera​ río abajo, desde Guadalajara, hacia los barrancos, hitas y parameras de La Alcarria, desembocando finalmente en la vega de Aranjuez.
          En todo caso, hubiera llorado de pena, de rabia y de impotencia al ver el río que nos dejan, el que contemplo cada día, frente a mi casa, arrastrándose dolorido y maloliente, con más arenas que agua. Y sin solución a la vista, que desde arriba han decretado la muerte del río, y nadie hace nada para cambiar el curso de las cosas. Y a quien lo hace, simplemente se le ignora, que hay intereses más importantes.
          Leí hace tiempo que un tribunal de India declaró los ríos sagrados Ganges y Yamuna “entidades vivientes”, con el ánimo de que esta declaración ayudará a protegerlos ríos, ya que a partir de ahora tienen todos los derechos constitucionales y reglamentarios de los seres humanos, incluido el derecho a la vida. Muy bonito. Y ojalá sirva de algo, que lo dudo, porque he visto la peor cara de ambos ríos hindúes, la de la suciedad, la basura, los malos olores…
          Pero la India queda muy lejos, y aquí tenemos nuestra propia “entidad moribunda”, que está pidiendo a gritos una declaración de amor, tres palabras que la salven de la agonía y la desaparición irreversible. Hablo del Tajo, y las palabras son, obviamente, Fin del Trasvase.
          En tres décadas viviendo frente al río he ido viendo su decadencia, más lenta al principio, a pasos agigantados ahora, y desapareciendo a golpe de anuncios en el BOE. De 20 en 20 hectómetros cúbicos. Cuarenta a veces. Y hasta sesenta. La última, hace una semana, y con los pantanos mirando desesperadamente al cielo.
          Son las únicas declaraciones que nos llegan sobre el pobre Tajo, entendiendo por tal el conjunto de fauna y flora de su cauce y sus riberas. Es el río que nos dejan. El que se va por el canal directamente a Levante, y no tiene derecho a la vida. No la tienen los peces, ni los juncos, ni los patos, ni las aves que anidan en sus islas o las que lo sobrevuelan para buscarse el sustento. Ellos, como nosotros, están condenados a convivir con el cieno, el lodo, las espumas malolientes y las malas hierbas.
          No sé si aún estamos a tiempo de conseguir que el Tajo sea considerado una entidad viviente, un ser lleno de fuerza y juventud, viendo al anciano decrépito y ausente en que lo han convertido. Viendo al río que nos han dejado, y al que maltratan cada día un poco más. Nada que ver con lo que cantaba Garcilaso, “Corrientes aguas, puras, cristalinas, árboles que os estáis mirando en ellas…”, cuando el Tajo era vida y poesía. Hoy es mezcla de lodo con burla y tristeza.
          No esperamos que declaren al Tajo entidad viviente, que ya sabemos que los que mandan han decidido saciar la sed de otros  a costa de lo que sea, pero es nuestra responsabilidad, de todos, no quedarnos callados, no conformarnos con el río que nos dejan. Es tiempo de que dejemos de mostrar la lastimosa lengua seca y enseñemos los dientes. Es nuestra obligación, a falta de alguien con el criterio y el sentido de justicia del primer Buendía, que en la fundación de Macondo dispuso de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo.
          No existiría Macondo sin el río. Y nosotros tampoco. Cuando los Buendía pensaban que no llegarían a ninguna parte, apareció una corriente de aguas diáfanas, que se precipitaban sobre un lecho de piedras blancas y enormes como huevos prehistóricos. Y empezó la vida.
           Desde aquí, tenemos que empezar a no resignarnos con el río que nos dejan.

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