Ahora que ya se avista el otoño, que
llegará por muchos calores que nos agobien, porque siempre llega, ahora que nos
aprestamos a guardar bañadores y chanclas, a orear mantas y edredones y sacar
las rebequitas, por si refresca en la noche, no estaría de más que encerremos
en el altillo del armario, al fondo, de donde no puedan salir, muchas de las
cosas que hemos usado, de mal grado, por supuesto, en estos últimos tiempos.
Digo más, deberían ser arrojadas al contenedor, sin reciclaje posible. Para que
no vuelvan.
Tendríamos que hacer sitio en nuestras
casas y en nuestras vidas, para que entre aire fresco, nuevos conceptos, palabras
frescas que sustituyan a las que, por el uso y abuso, hemos acabado cogiéndoles
manía y deseando que desaparezcan para siempre, en un oscuro vertedero y a cien leguas de aquí. Eso sí,
herméticamente selladas para que no contaminen a generaciones futuras, que una
es muy responsable.
No voy a ser capaz de hacer una lista de
todos los términos de los que quiero despréndeme, que me vienen en tropel a la
cabeza pugnando cada cual por ser el primero y haciendo imposible organizar un
turno. Paro vamos, podéis imaginarlos. Desempleo, corrupción, opacidad,
enriquecimiento ilícito, frío, hambre, tristeza, desesperanza, desesperación,
miedo, inseguridad, guerra, armas, insensibilidad, xenofobia, racismo, sequía,
trasvase, injusticia, pobreza...
Son palabras que han sido parte de
nuestras vidas demasiado tiempo. Las hemos usado hasta la nausea y se han
convertido en dueñas y señoras de nuestro día a día. De las noticias, de las
conversaciones en casa o en la barra del bar. De nuestros pensamientos.
Y ya está bien. No nos es dado borrarlas
del diccionario, que contiene todo lo bueno y lo malo de nuestra rica Lengua. Es
cierto. Pero no es menos cierto que, de cuando en cuando, la Real Academia hace
su propia lista de palabras en desuso, de esas que ya no se acuerda nadie, y
hay que rebuscar o tirar de etimología para encontrarles significado.
No imagino mayor placer que llegar al
día en que todos los términos arriba citados, y alguno más, entren en la
categoría de palabras arcaicas, abocadas a desaparecer por el desuso. Entonces
será el momento de que su lugar lo ocupen otros conceptos que están ahí, sin
atreverse a salir del todo. Será el momento en que, con mayúsculas, ocupen su
lugar palabras frescas como transparencia,
solidaridad, rectitud, servicio público, igualdad, bienestar…
Ojalá el viento del otoño se lleve para
siempre las palabras tan manoseadas durante un periodo demasiado largo. Y empecemos a usar las que han estado criando
polvo demasiado tiempo, pero que nunca hemos borrado del diccionario.
En Macondo, cuando la peste del olvido,
hubo que etiquetar todas las cosas para no olvidar su significado. Tal vez
todavía estemos a tiempo.
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