Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

domingo, 24 de noviembre de 2019

Desde Macondo. APP PARA TODO


Si hacemos caso a la publicidad, podríamos sobrevivir en cualquier parte, hasta en el mismísimo Macondo solo con un móvil o un ordenador. Y una lista de “App”, claro. Vale que las aplicaciones nos abren a un mundo de posibilidades que nunca antes podríamos haber imaginado, como un mapa a tiempo real con guía incluido, una videollamada a cualquier parte del mundo o una transferencia bancaria inmediata.
     Aunque las hay para todo. Sí, algunas son útiles, pero me asombra el tiempo que tiene la gente para crear tanta gilipollez. Y el talento, o lo que sea, que se desperdicia mientras se piensa en estas cosas. Ya sabemos ligar, pedir comida a domicilio, orientarnos, buscar una calle o un lugar, los mejores cines, la peluquería más cercana o la cerrajería 24 horas, que a todos se nos olvidan las llaves.
     Pero es que hay muchas más. Me he entretenido (que yo también pierdo el tiempo), en buscar aplicaciones curiosas, y casi he acabado cazando moscas, estupefacta ante la cantidad, que no calidad, de lo que han visto mis ojos. Una app para hacer nudos de corbata, y otra para escuchar cientos de cantos de pájaros distintos. Una más para estar triste, que promete poner todas tus fotos y tus mensajes en gris, que ya está bien de ir disimulando por la vida.
      Por la noche, se puede monitorizar el sueño durante la fase REM a través de sonidos y así manipular lo que soñamos (creo que probaré esta). También hay una app para los que se les pegan las sábanas cada mañana. Hace un seguimiento minucioso de nuestras etapas del sueño y nos despierta en el momento en el que estamos durmiendo menos profundamente, de forma que nos es mucho más fácil levantarnos.  Y si somos más del más allá que de acá, también podremos comprobar si nos rodean fantasmas, e incluso traducir sus mensajes.
      No os cuento nada de su contribución a la vida sana, que hay cientos de formas de monitorizar ejercicios, controlar peso e incluso combinarlo todo con alimentación “detox”. O las de “encuentra mi coche” y la más sofisticada que nos dice cuándo dará el sol o la sombra a lo largo del día, para que aparquemos con fundamento.
      Por haber, hay hasta la que nos promete llevar un psicólogo en el bolsillo, Sirve para monitorizar nuestro estado de ánimo y recibir recursos psicológicos personalizados, recomendándonos desde ejercicios de respiración a meditaciones guiadas.
      No tengo claro que sea éste el mundo que quiero, que sustituye personas por app, pero es lo que hay. Dentro de nada, no nos hará falta nadie.

MUJERES DE NADIE


Estamos en plena semana contra la violencia de género. Todos, y todas, de color violeta. Declaraciones institucionales, recuerdos y homenajes a las víctimas, informes y estudios, cifras, buenos propósitos, llamadas a la educación, a la denuncia, a la tolerancia cero contra el maltrato…. Y volvemos a lo mismo, bueno es que haya una fecha señalada en el calendario, pero en este tema, más que en ningún otro, la cosa no es de un día. Es de todos los días, todas las horas.
      Es curioso. Creo que no podría recordar más de dos o tres nombres de las mujeres asesinadas en lo que va de año, o en la última semana. Y son muchas.  Tal vez sea porque los periódicos las despachan en una columnita con el título de “Nuevo caso de violencia de género”, y en eso nos quedamos, salvo que haya algún detalle truculento, que estén los hijos delante, que le haya dado 45 puñaladas, o algo así, que nos haga detenernos unos segundos más. Una más, qué horror, cuántas van este año, ¿son más que el año pasado por estas fechas? ¿Ha sido con un hacha o con un cuchillo? ¿Estaban los hijos delante?
      No sabemos casi nada de ellas, empezando por el nombre, claro. Ignoramos sus sueños, sus ilusiones, su proyecto de vida, sus problemas, sus soledades y sus compañías. Tampoco hacemos mucho por averiguarlo, aunque nos apresuremos a colocarnos el lazo morado tal día como hoy. Porque toca. Toca decir que es una auténtica lacra social; que es inconcebible que chicas de 15 años vean normal que su novio les controle el móvil. Y que lo justifiquen diciendo que las quieren mucho. Y eso las convierte en, violables, maltratables, asesinables. Propiedad del macho alfa.
      Igual es que con esto del neolenguaje se ha redefinido el término “amor”, y yo, antigua como soy, no me he enterado de las nuevas acepciones. Amor ya no es libertad, libre te quiero, ni respeto, ni confianza. Es posesión, demostración de fuerza, cortar las alas y limitar el aire que respiras. Cuanto más fuerte es el golpe, más te quiere, cuanto más corto te ata, más enamorado está de ti.
      Hace un millón de años, los trogloditas (según los tebeos de Hug), se fijaban en la mujer adecuada, la golpeaban en la cabeza con una porra, y agarrándola de los pelos la llevaban a rastras hasta su cueva. Y allí vivían felices y comían perdices o mamuts o lo que comieran, hasta que la muerte los separara. Sin que ella rechistara en ningún momento, que la porra formaba parte del mobiliario de la casa.
      Pero eso era hace un millón de años, cuando los dinosaurios poblaban la tierra. Los dinosaurios han desaparecido; los trogloditas no. El meteorito que acabó con los grandes lagartos no eliminó los genes salvajes, machistas, primitivos o no sé cómo llamarlos, de los seres humanos. Y andando, los siglos, los milenios, seguimos hablando de mujeres muertas a cargo de sus parejas o ex-parejas, que tanto da una cosa que otra.
      No valen leyes, ni órdenes de alejamiento, ni pulseras de vigilancia, ni casas de acogida. No vale nada. Sólo la cifra de víctimas, dos, cinco, cincuenta, con denuncias, sin ellas, con condenas, con teléfono del maltratador, en pueblos, en ciudades, españolas, ecuatorianas o marroquíes, bolivianas o rumanas. Muertas.
      Tal vez tenga que caer otro meteorito sobre la tierra. O mejor, tal vez tenga que producirse otro Big Bang. O tengamos que preguntarnos, de una vez por todas, qué sociedad estamos construyendo. Cada vez que hay una víctima, es decir, cada semana, volvemos a hablar gran pacto de Estado sobre la violencia de género. Que tampoco sé muy bien qué significa. Una sociedad que permite esto es una sociedad enferma. Y todo cuenta. Cuenta la educación, cuenta la desigualdad y la falta de medios para acudir a la Justicia o para encontrar ayuda, cuentan las leyes injustas, la discriminación. 
      Y cuenta la sensibilidad para estar del lado de las víctimas. No podemos resignarnos. No podemos convertirlo en una conversación más.  Algo hay que hacer. Hay que fabricar hombres que quieran mujeres libres. Y mujeres que amen su libertad por encima de todo. De los hombres, también.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Desde Macondo. A QUIEN CORRESPONDA (Adelantando la Navidad)

La Navidad llega cada vez más pronto, con todos sus símbolos y su parafernalia. En pocos días veremos a los pajes de los Reyes Magos a las puertas de los grandes almacenes o junto a los belenes municipales; y a infinidad de réplicas de Papa Noel, Santa Claus, San Nicolás, que todas las ayudas son pocas, afanándose en recoger las cartas que los pequeños les entregan con ojos brillantes. Y preguntando el consabido ¿te has portado bien? No te preocupes, que no hemos cargado carbón para los niños buenos.
      Yo también escribía cartas. Y no recuerdo ni una sola vez en que lo que encontraba a los pies de la cama se pareciera, siquiera mínimamente, a las peticiones que había escrito en la misiva, con mi mejor letra y rotulador rojo, para que se viera bien.
      Cada año pensaba igual. La carta no ha llegado a tiempo; los arenales están muy lejos, y no digamos nada de Laponia. Pero he crecido. Y el mundo ha cambiado. Se acabaron las cartas. Y, por supuesto, se acabaron los reyes, gordinflones diciendo “ho,ho,ho” y demás zarandajas.
      He decidido mandar un e-mail (que es más rápido y puedes comprobar que ha llegado), y hacerlo a quienes, de verdad, pueden traernos regalos o, cuando menos, cualquier cosa que haga nuestra vida más fácil.  O menos dura.
       Eso, hoy por hoy, sólo está en las manos de nuestros políticos, los que rigen nuestros destinos aquí en la tierra, a falta de que se demuestre que hay una vida mejor en el cielo o en otro planeta. Ya no es tiempo de cartitas pidiendo minucias, como los Juegos Reunidos Geyper, el Mecano o la muñeca de moda que hace de todo.
      En un e-mail caben muchas más cosas, que puedes adjuntarle todos los documentos que te dé la gana. Y con acuse de recibo, para que luego no digan que no sabían lo que de verdad queremos, lo que necesitamos, ahora que están en plena negociación.  Que tampoco es tanto. Un trabajo decente y suficientemente remunerado, poder pagar la luz o la hipoteca, lo mínimo para que los niños coman y vayan al cole con dignidad, que se garanticen las pensiones, que se desbloqueen de una vez las leyes que duermen en el limbo…
      Vamos, casi como cuando te encontrabas con un pijama y unos calcetines, que bienvenidos sean, pero que te dejaban con esa cara de tonta…
      Es tiempo de adelantarse a las navidades y mandar ese e-mail de esperanza. El que no pueden dejar de contestar, porque es de Justicia. El que no puede ir a la carpeta de spam, porque llevamos demasiado tiempo con nuestros anhelos almacenados como correo basura.
      Decidido, hoy mismo me hago con las direcciones. Destinatario: el presidente en funciones, con copias a todos y cada uno de los grupos políticos, que nadie sabe cómo acabará esto. Asunto: Esperanza. Y en el texto, pues eso, que no traigan carbón ni recortes, que no haya nadie sin pan ni techo. Ni sin medicinas o dinero para pagar estudios, ni con salarios de hambre. Ni sin ningún salario. Y poco más, porque si el correo pesa mucho, lo devuelven o se pierde en el ciberespacio.
      Voy a hacerlo ya, que aquí, en el remoto Macondo no siempre hay buena cobertura.

domingo, 17 de noviembre de 2019

¿BURLANDO AL PISA?

Me tiene bastante intranquila que la OCDE haya decidido no dar a conocer, de momento, los resultados del informe PISA en España por haber detectado “anomalías”.  Uf, lo que cabe en este término.  Podéis mirarlo en el diccionario, y hacer cábalas, como yo.
      Y me inquieta mucho más que la noticia haya pasado sin pena ni gloria. Vale que ha sido una semana de sobredosis de información política, y que bastante tenemos con lo que tenemos,  pero esto nos afecta también profundamente. Ya sabéis que el PISA valora la educación en alumnos de 15 años de todos los países del mundo.  Concretamente en Ciencias, Matemáticas y Lectura. No es que en los dos primeros apartados vayamos en cabeza, pero en el tercero, es en el que se han visto cosas raras.
      En “fluidez lectora”, que incluye, por supuesto, comprensión. Al parecer, un “número relevante” de alumnos españoles contestaron a esta sección de fluidez lectora de manera “apresurada”, empleando menos de 25 segundos en total para responder más de 20 preguntas.  En comparación, los estudiantes que dedicaron el esfuerzo adecuado a estas preguntas emplearon más de dos minutos.
      El comunicado oficial afirma que “este comportamiento anómalo”, es decir respuestas que no reflejan el nivel real de la competencia de los estudiantes, es más notorio en la sección de fluidez lectora y tiene mayor impacto sobre los resultados de Lectura, aunque un análisis más profundo “podrá confirmar si ha afectado a otras partes de la prueba”.
      Algo raro hay, que no cuela que en la primavera de 2018 nos convirtiéramos en los más rápidos del  planeta. Y no me sirve lo que la dicho la ministra en funciones, de que ero era cosa del PP. Porque es cosa de todos, y debiera preocuparles muy seriamente.
      No es descubrir América el reconocer que nuestros jóvenes no leen lo suficiente. Ni tan siquiera lo mínimo.  Que muchos se quedaron varados en Caperucita Roja o Los Tres Cerditos, y solo han tocado papel, y a duras penas, con los libros de texto.
      Pero algo habrá que hacer, empezando por seguir muy de cerca el informe PISA y sus consecuencias.  Soy de la generación que tuvo que leer por obligación, y que tuvo la suerte de que se convirtiera en devoción.  De las que en el colegio, en el instituto, y también en casa, consideraban la lectura, la comprensión de lo leído,  como imprescindible para comprender el resto del mundo.  Y que lo sigue intentando.
      Más allá de comparaciones, de mirar con envidia a los países asiáticos que copan los primeros puestos en cualquier informe, en el PISA también, creo que noticias como ésta deberían ser tema prioritario de conversación, porque no hablamos de una prueba del año pasado. Ni siquiera de presente.  Hablamos de futuro.
      Burlar a la OCDE, si es que es eso lo que ha pasado, no nos hará más listos, ni más competitivos; no mejorará nuestra situación en un mundo que cada vez exige más y reclama a los mejores en todo. Y para eso, para estar arriba, hay que leer. Sin excusas.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Desde Macondo. PROYECTO RUISEÑOR


Así, sin más datos, hasta suena bien. Un proyecto, con un nombre tan sonoro, tiene necesariamente que ser bueno. Hasta en inglés da buenas vibraciones. Ya. Pues de bueno, sólo la alusión al tierno pajarillo cantor, que por cierto, está amenazado como tantas otras especies del planeta.
      Pero eso es otra cuestión. La que nos ocupa, se acaba de conocer, y aunque ha supuesto un considerable escándalo, no me explico que no haya sido mucho mayor. El gigante tecnológico Google recolectó sin permiso datos médicos de decenas de millones de personas, dentro de una iniciativa denominada así, Proyecto Ruseñor.
      El acuerdo fue suscrito en secreto el año pasado, aunque el intercambio de datos entre Google y compañías médicas que agrupan centenares de empresas. Vale que ha sido en Estados Unidos. O eso es lo que nos cuentan, que no está la cosa para fiarse. El caso es que Google, supuestamente, se ha hecho con datos personales muy muy sensibles, entre los que figuran diagnósticos médicos, resultados de pruebas en laboratorios y registros de hospitalización, vamos, un historial médico completo, incluidos los nombres de los pacientes y las fechas de nacimiento.
      No es que una sea nadie de importancia, ni que tenga enfermedades inconfesables, más allá de las propias de mi edad y de mi escaso respeto por la vida sana, pero inquieta pensar que alguien conoce mis problemas con el tiroides y puede utilizarlo (no se me ocurre para qué, pero a ellos seguro que sí); o que sabe antes que yo que me he pasado con el azucar desde los últimos análidis o que me he olvidado más de lo deseable de tomar las pastillas a las que estoy abonada de por vida.
      Podría entender que se interesaran por la salud o la falta de ella de banqueros, empresarios de postín, políticos o famosos. Aunque seguro que sus datos ya los tienen. Y ahora nos cuentan que los quieren para una buena causa, para diseñar un nuevo software, que respaldado por inteligencia artificial y sistemas de aprendizaje automático, puedan hasta sugerir cambios en el tratamiento de los pacientes. La compañía dice que su objetivo es “en última instancia, mejorar los resultados, reducir los costos y salvar vidas”. Que ya sabemos todos que Google es lo más parecido a una ONG que conocemos.
        No, si todavía tendremos que darles las gracias, y mostrarnos encantados de que sepan hasta el uñero que tenemos en el pie derecho. Que es por nuestro bien. No para que ellos ganen más dinero dirigiendo nuestros gustos y necesidades a las empresas que mejor les sirvan. Eso es de mal pensados.                                                                             No suena bien. Mejor Proyecto Ruiseñor.

lunes, 11 de noviembre de 2019

REDESCUBRIENDO BARRIO SÉSAMO


En estos primeros días de noviembre se cumplen 50 años de Barrio Sésamo. Cuarenta en España, que siempre vamos a remolque. No hubiera venido mal, entre tantas reposiciones más o menos casposas, el consabido verano azul y los documentales mil veces repetidos, que Televisión Española, la de todos, hubiera reprogramado unos cuantos episodios del mítico programa, y especialmente de las lecciones de Coco y otros monstruitos, que enseñaban a los más pequeños los conceptos básicos para moverse en el mundo. Ya sabéis, arriba y abajo; dentro y fuera; cerca y lejos; grande y pequeño…
      Todo lo que parece elemental y que, sin embargo, vamos aprendiendo a fuerza de tropezones, de caer y levantarnos, y vuelta a empezar. Con las enseñanzas de los muñecos olvidadas, hemos tenido que volver a reconocer que si estás abajo, le importas un pimiento a los de arriba; que grande y pequeño no es cuestión de tamaños, sino de dinero; que lo de rico y pobre, es un espacio cada vez más dilatado. Y que dentro de determinados mundos no cabemos la inmensa mayoría. Quedamos fuera.
      Fuera de la Ley han quedado muchos por no poder pagar la casa en la que viven y contar con poco más de 300 euros de pensión. Ya no están dentro. Fuera, pero de la cárcel, están muchos, con muchas causas pendientes, y con yates, casoplones y pasaporte dispuesto para viajecitos varios.
      Nos encanta que vengan turistas, cuantos más y de más lejos, mejor. Aunque se emborrachen y causen todo tipo de conflictos. Traen dinero. Mucho más cerca están los refugiados subsaharianos, los de Siria o los de Libia. Pero ese “cerca” no nos vale. Los queremos lejos. Si puede ser en el fondo del mar, un problema menos.
   Queremos votantes visibles, pero parados, dependientes, enfermos o pobres, invisibles los cuatro años siguientes, el periodo que va hasta las siguientes elecciones. Queremos un Barrio Sésamo a nuestra manera, donde las cosas no sean blancas o negras, sino del color que mejor nos pinte en cada momento.
      Es la ceremonia de la confusión, en la que las definiciones no son las que vienen en el diccionario ni las que simplificaban los habitantes del famoso Barrio para que todos las entendieran. Claro, que tampoco habitamos en un idílico espacio en el que primen la armonía, la solidaridad y el bien común, y en el que las risas se eleven por encima de los gritos y lamentos.
      Han pasado muchos años, y ya es hora de reponer Barrio Sésamo. Y de recomponer el mundo.


jueves, 7 de noviembre de 2019

Desde Macondo. ECOANSIEDAD


Siempre me ha fascinado el síndrome de Stendhal. Ya sabéis, ese que produce palpitaciones, un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor e incluso alucinaciones por la mera exposición del individuo a la belleza. A algo bello en particular o a la acumulación de belleza en un mismo espacio.  De hecho, se diagnosticó el Florencia, donde hay tanto arte por metro cuadrado que  no debe ser difícil “contagiarse” de la enfermedad. 
      No es que esté pidiendo que me dé un infarto delante de un cuadro, por perfecto que sea. Es que revela una parte muy importante de la condición humana, la posibilidad de emocionarse hasta el infinito y más allá, y que esa emoción salga por todos los poros del cuerpo. Lo del posterior tratamiento, ya es cosa de psiquiatras y demás entendidos.
      Viene a cuento esta introducción porque me he topado con un artículo de la Asociación Estadounidense de Psicología, siempre tan adelantados los americanos, que define una nueva enfermedad psicosomática, un mal de nuestro tiempo: la “Ecoansiedad”.  Así han llamado al “estrés causado por observar los impactos aparentemente irrevocables del cambio climático, y a la preocupación por el futuro de uno mismo, de los niños y las generaciones futuras".
Afirman que  cada vez más personas entran en pánico, agobiadas por la magnitud del desafío y al mismo tiempo, por sentirse impotentes ante lo que llega. Porque,  más allá de su incidencia clínica como enfermedad psicosomática, no hablamos de una realidad inventada por una mente enferma. Hablamos de una realidad, sin más.
      No se trata de un temor  irracional sobre la destrucción ambiental. Es para estresarse leer un día sí y otro también, que están desapareciendo aves, peces y plantas a velocidad de vértigo, que bajan los hielos y suben los mares, que mueren los bosques y nacen desiertos y que el plástico está ahogando la vida en el planeta.
Ya hemos definido el término. Y seguro que habrá lexatines, prozac y similares para que los afectados por el síndrome puedan hacer una vida relativamente normal. Pero se me ocurre que tal vez deberíamos dejar que haya una epidemia de ecoansiedad. A gran escala. Y que el tratamiento no pase por pastillas, sino por activismo. Que cada cual se cure reciclando, reduciendo el impacto de su paso por la vida, contaminando menos, limpiando más. Cuidando los ríos y los mares. Dejando el coche en casa…
      Puede parecer menos efectivo que abrir el frasco y tomar una píldora de cualquier ansiolítico, que por cierto, también vuelve a las maltratadas aguas del planeta. Pero al menos nos hará sentir mejor. No tiene remedio lo que ya está destruido, pero tenemos herramientas para impedir males mayores.
      Ojalá nos invada la ecoansiedad. Una pandemia de grandes dimensiones que incida especialmente en los países ricos y poderosos. Y que permita salvar el planeta.

lunes, 4 de noviembre de 2019

SINHOGARISMO

“Mi casa es mi castillo”.  Entendiendo por casa no un dúplex en Serrano  ni un chalé en La Moraleja.  Un pisito modesto, un apartamento mínimo en el que amontonar tu vida.  Fue un jurista inglés del siglo XVI quien acuñó la frase, refiriéndose a la inviolabilidad del domicilio, en aquellos momentos, a  la potestad de no dejar entrar a los hombres del rey en tu vivienda, sin una causa legalmente justificada. Desde entonces dicha doctrina ha evolucionado de diversas maneras,  algunas muy dolorosas, pero creo que no hay nadie que no piense así de su casa. Su castillo.
      Por eso me ha llamado poderosamente la atención conocer que ya hemos admitido, lo ha dicho la FUNDEU, la Fundación del Español Urgente a la que tanto acudo, el término “sinhogarismo” como neologismo válido. Fenómeno social que afecta a las personas sin hogar. Y hasta le han puesto “día de…”.  El 7 de diciembre, que por cierto es mi cumpleaños,  se celebra en medio centenar de ciudades del mundo, también en alguna española, el día, y la noche, de las personas que viven en la calle.  
      La intención es buena, por supuesto. Se trata de visibilizar a los que no tienen un castillo, por mínimo que sea, al que retirarse al final del día; una puerta que cerrar a tus espaldas, un armario, unos cajones en los que guardar lo poco o mucho que tengas, un espejo ante el que llorar o hacer muecas antes de enfrentarte al día, o de darlo por terminado.
      No hay acuerdo en las cifras, que no es tarea fácil ir calle por calle mirando bajo los cartones, o en los bancos del parque o en los más recogiditos cajeros automáticos. En España, se habla de entre 30.000 y 40.000 personas, según escuchemos al INE o a Cáritas. 
      No es tan fácil como hacer cálculos de niveles de pobreza, porque hablamos de personas que no están empadronadas, por no tener domicilio en el que hacerlo; que por tanto tienen difícil acceso a los servicios sociales y a otros derechos ciudadanos, el voto, por ejemplo; que se mueven de una a otra ciudad, buscando los dos o tres días que les permiten dormir en albergues de caridad. Y en buena parte dependen del alcohol para mantenerse vivos.
Mientras, escuchamos lo carísimos que son los alquileres, lo difícil que es, con trabajo y sueldo, encontrar un techo, a veces poco digno, y a varias horas de transporte público de nuestro lugar deseado. Pero nuestro castillo, al fin y al cabo.
      He leído que la supermodernísima Finlandia, creo que Noruega también, han reducido drásticamente el número de personas sin hogar. La fórmula no es difícil. Han dado vivienda a los necesitados para que, ya con un techo sobre su cabeza, busquen un trabajo o comiencen a estudiar o a aprender un oficio, con el compromiso de dar al Estado, en adelante, el 30 por ciento de su sueldo cuando lo tengan.
      Claro que para eso hacen falta viviendas sociales y compromisos firmes de los gobiernos. Y conciencia social.
      Mientras escribo, las paredes de mi casa se han separado. El techo se ha elevado y el pasillo es mucho más largo. Las ventanas son ventanales, y la moribunda maceta se me antoja un enorme jardín. Mis sesenta metros son un auténtico castillo. De eso se trata.