Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

martes, 28 de julio de 2015

Desde Macondo. VERANO SIN SERPIENTES

Coincidiendo con el calor llegaban los gitanos a Macondo. Y siempre traían algo nuevo con lo que entretener los largos y sofocantes días. Una vez fue el hielo, nunca visto por aquellos lares; otra, el imán, al que se pegaban cucharas y sartenes como por arte de magia, y la lupa, que podía crear el fuego sólo con dirigirla al sol; y el catalejo, que mostraba las montañas más allá de la ciénaga. Y hasta una presunta alfombra voladora.
           Eran, por así llamarlo, serpientes de verano. De lo que se hablaba incansablemente en todas las casas, en todas las tertulias, en todos los corrillos. Como hacíamos aquí hasta hace cuatro días. Con la llegada de julio, cualquier periódico o  noticiero de radio y televisión tenían su propia historia para pasar los meses de sequía informativa. Desde avistamientos de OVNIS hasta descubrimientos más o menos famosos, antiguas historias con pistas nuevas, crímenes espeluznantes que volvían a la luz o simplemente, amores y desamores de personajes y personajillos.
           Las serpientes de verano eran bichitos inofensivos, entretenidos, curiosos, que volvían a su guarida con la llegada de septiembre. Pero el cuento ha cambiado. Llevamos demasiados veranos sin serpientes, o con una gigantesca anaconda, de muchos metros de largo, que amenaza con asfixiarnos, y no por calor precisamente. Las culebrillas de entonces son ahora la Hidra, la Gorgona, la Medusa, la serpiente emplumada y hasta la de Adán y Eva que nos expulsó para siempre del Paraíso condenándonos a ganar el pan con el sudor de la frente.
           Hemos creado un monstruo y ahora nos engulle sin remedio. Sin distinción de estaciones, que igual ahora que en enero, o en octubre, no hay forma de acercarse a una página impresa, de encender un aparato de radio o de zambullirse en la red sin que encontremos un “bicho” que nos amargue lo que debiera ser un plácido día de verano. Se llaman corrupción, o paro, o recortes, o desahucios, o hambre, o desesperación. Tienen nombre propio y nos persiguen en casa, en la playa, en la siesta inquieta; se cuelan a traición en los paseos mañaneros, en las charlas nocturnas buscando el fresco, en las fiestas de pueblo…
          ¡Cómo echo de menos mis culebrillas de antaño! Estas no tienen nada de amable. Tienen diez mil cabezas como la hidra, y te convierten en piedra con sólo mirarte, como la medusa. Y no se marchan en todo el año, que esto no es Macondo.
          Es el mundo real..
 

miércoles, 22 de julio de 2015

Desde Macondo. LA MALA RACHA

Mientras dura la mala racha, que diría mi admiradísimo Eduardo Galeano, vamos a tener que salir a la calle con el diccionario entre los dientes, que nunca se sabe cuándo te va a sorprender una de esas interpretaciones torticeras de las palabras de toda la vida; y habrá que ver el telediario con un ojo en la pantalla y otro en la edición resumida del texto de la RAE, por aquello de que es más manejable. Y poner pitos y puntos suspensivos a los post de las redes sociales, por si hay niños cerca.
          Mientras dura la mala racha, debemos impermeabilizarnos para que no calen, por costumbre, la perversión del lenguaje, los insultos, los mensajes engañosos, las descalificaciones, las mentiras, los ejemplos insensibles y las comparaciones odiosas.
          Pero la mala racha está durando demasiado. Tanto como para permitirnos escuchar que llamar puta barata podemita” a una adversaria política no es un insulto, sino una “confusión”. Está durando tanto que, mientras tenemos grabadas a fuego en  nuestra retina las imágenes de la guerra y el éxodo, de pateras transportando más muertos que vivos, un ministro se permita hablar de “goteras” que están manchando el inmaculado suelo de nuestras dignísimas viviendas.
           Es muy larga esta mala racha que habla de recuperación olvidando el hambre, y de futuro glorioso en un presente imperfecto; y que confunde caridad con solidaridad, y libertad con miedos y ciudadanos con Mercados, y convivencia con esclavitud. La mala racha nos está haciendo perder muchas cosas, de los bolsillos y de la memoria; perdemos valores, y caras, y conceptos, y palabras. Vamos camino de que sea tan larga como el diluvio de Macondo, que se prolongó por más de cuatro años, y tras él no hubo más que pasado y desolación.
          Por eso, mientras dura la mala racha hay que sacar a paseo, a cada instante y cuidar con mimo palabras moribundas como empatía, y piel, como humanidad y solidaridad, como justicia, mano tendida, abrazo, techo, dignidad, mañana…
           Que no se nos olviden nunca para que podamos rescatarlas cuando pasen estos tiempos del cólera.

miércoles, 15 de julio de 2015

Desde Macondo. EL RETRATO

Trece años y cinco ministros después, el retrato de Don Miguel de Unamuno pintado por Gutiérrez Solana ha desaparecido del despacho principal del Ministerio de Cultura (sí, de Cultura), y se encuentra a la espera de encontrar acomodo en lugar menos noble.
           No sé si el padre de San Manuel Bueno y Mártir, de Niebla, de la Tía Tula o la Vida de Don Quijote y Sancho se encontraba cómodo en tales dependencias; si hubiera tronado otra vez su voz con ese “Venceréis, pero no convenceréis”, que le espetó al general Millán Astray en plena Guerra Civil o si, vencido por la edad, se limitaría a mirar resignado las atrocidades para con la Cultura que han salido de ese despacho en los últimos años.
           Pero no deja de ser un gesto que el recién nombrado ministro, hombre de rancio abolengo, IX barón de Claret, hijo de una condesa, emparentado con los Borbones y con el marqués de Esquilache, el del motín, haya mandado retirar, en el minuto uno de recibir la cartera ministerial, el famoso retrato que, por otra parte, y sin que yo entienda nada de pintura, es una obra maestra. Tengo curiosidad por saber qué pintura va a sustituir a Don Miguel ¿Será uno de sus nobles antepasados? ¿Un rey? ¿Una batalla que diera gloria a sus apellidos? Méndez de Vigo y Montojo. Ahí es nada. Igualito que Santos Martínez…
           Ni siquiera Wert, y mira que ha cometido atrocidades, se ha atrevido a descabalgar a Unamuno de la pared del despacho ministerial. Tal vez no fuera por el personaje, y sí por el pintor, máximo exponente del expresionismo español, de pintura un tanto negra, feísta, sin adornos. De hecho cuentan que sus cuadros incomodaban tanto que en una exposición a la que acudió el rey Alfonso XIII  colgaron sus obras detrás de una puerta para que el monarca no las viera.
           Pero no es el caso que nos ocupa, que Don Miguel de Unamuno está perfectamente retratado, con el pelo un tanto alborotado, y en el tramo final de su vida, pocos meses antes de su muerte. En esta tierra de muchos y buenos escritores puede el señor ministro encontrar otros que lo igualen, por supuesto. Y que adornen convenientemente la pared. También.
           Habrá una explicación. Seguro, y me tendrá que convencer porque, parafraseando al escritor que nos ocupa, “para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”. Ya no hay guerra. Cierto, pero son estas batallas las que dejan vencedores y vencidos, las que retratan a una persona, a una época, la que nos ha tocado vivir, y al General que no proclama Viva la Muerte, pero asesta golpes mortales a la Cultura.
           Aunque sea con el simple gesto de retirar un retrato.

miércoles, 8 de julio de 2015

Desde Macondo. MADRE, MADRASTRA

A vueltas con Europa, que no me recuerda para nada a la cándida joven raptada por Zeus, ni a una amorosa madre acunando a sus hijos, me viene a la cabeza la reflexión del protagonista de una de las novelas de la Pardo Bazán, que amargado, desilusionado y enfadado con el mundo, concluye diciendo «Naturaleza, te llaman madre, deberían llamarte madrastra».
         Y algo más fuerte deberíamos llamar a la Unión Europea, que se queda corta la imagen de las madrastras de cuento, más parecidas a brujas, con verruga en la nariz incluida, que sólo cuida amorosamente a los hijos elegidos, maltratando hasta el infinito a los demás, que andan descalzos, con mocos en la cara y mendigando un mendrugo de pan. Y sobre todo, que no se sienten queridos, que se sienten “los otros”, los excluidos.
         No sé en qué momento el sueño europeo se convirtió en pesadilla; la madre amorosa que nos acogía, recién salidos del franquismo inhumano y plagado de huérfanos, mutó en madrasta cruel y nunca satisfecha con los hijos postizos. El amor se convirtió en fundamentalismo económico y la familia, la gran familia, cambió el calor del hogar por la fría oficina de un banco. Ni cuando las cartas de amor pasaron a ser facturas; las charlas, agrias discusiones. Ni cuando se decidió que unos pasarían el tiempo al calor del hogar y otros mirarían desde fuera por los cristales, como los pilluelos desharrapados de los cuentos de Dickens, comiendo y calentándose con la vista.
         Nadie puede extrañarse de que se extienda el euroescepticismo. La madrastra Europa tiene millones de hijos maltratados desde hace años por unas políticas austericidas que ni generan crecimiento y empleo y que, además, engrosan las deudas. Mientras los hijos afortunados, los millonarios, aumentan sus fortunas y se favorece a grandes empresas y Bancos. Mientras alimentan a sus elegidos con el pan que nos quitan de la boca.
         Éramos huérfanos y creímos haber encontrado una familia de acogida. Claro que teníamos que modificar muchas cosas, que respetar la vida en comunidad, que contribuir en las tareas de la casa, repartir la comida y el cariño. Con justicia, con equidad, luchando juntos en las dificultades y celebrando los triunfos, cualquier triunfo, como si fuera propio. Decidiendo en común y desterrando el ordena y mando.
         Eso fue lo que votamos al entrar en Europa. No queríamos una oficina con un contable inflexible. Buscábamos una familia. Y una madre de verdad, no una madrastra.

miércoles, 1 de julio de 2015

Desde Macondo. ARETÉ

Areté, en griego ἀρετή, era  el nombre del primer libro de texto que tuve de esta lengua clásica, antes de que alguien decidiera enviarla, envuelta en un paquetito con el Latín, al baúl de los recuerdos, por considerar que había otras materias más interesantes que estudiar. Craso error, pero hoy no viene al cuento.
         El caso es que, como los libros se empiezan por las cubiertas, fue esa la primera palabra de la lengua de Platón y de Aristóteles que descubrí. Y me sonó muy bien. Areté. La excelencia o algo así, que la traducción es complicada. La areté era el fín último de la enseñanza, y agrupaba conceptos como valentía, justicia, moderación, virtud, dignidad… Todo lo necesario para hacer lo que hoy llamaríamos un hombre de bien, un ciudadano ejemplar.
         Hacía años que no recordaba este concepto, y que Grecia había quedado reducida al kalimera, kalispera, efjaristó y las novelas de Petros Márkaris (que recomiendo vivamente). El tiempo había mandado a un rincón del disco duro de mi cabeza las enseñanzas clásicas, los buenos y menos buenos ratos de traducir la Anábasis de Jenofonte, obligada en mi época, y hasta las enseñanzas de los Siete Sabios o las deliciosas historias de la Mitología helena, que me apasionaban hasta el punto de conocer de memoria la larga lista de dioses, semidioses, titanes, náyades y demás.
         Y mire usted por dónde, todo ha vuelto, atropelladamente, luchando por colocarse en primera línea, por encabezar el ránking de recuerdos. Ha vuelto Grecia con todo su peso, con toda su Historia, con su areté de siglos.
         Me indigna la posibilidad que apuntan algunos miserables de romper con Grecia, de sacarla de Europa tras haberla tenido arrinconada y contra las cuerdas durante años; me pone enferma la imagen de los señores del Eurogrupo, todos a años luz de la areté, de ser excelentes en nada, borrando de la Historia, por un puñado de óbolos, la tierra que inventó la democracia que se afanan en destruir.
         Grecia debe dinero. Vil metal. Pero nosotros le debemos mucho más. Le debemos los textos de Homero, la historia de Herodoto, las enseñanzas de Aristóteles, la república de Platón y la democracia de Pericles, el teatro de Eurípides, Sófocles y Esquilo, los cálculos de Pitágoras, la belleza infinita de las obras de Fidias o Mirón, el Olimpo, que todos hemos contemplado como meta en alguna ocasión.
         Todo eso es una deuda, y lo demás es cuento. La areté se alcanza en billetes hoy en día; es ciudadano de bien quien más tiene. Y esta Europa de nuestros dolores merece volver a ser raptada por Zeus transmutado en toro blanco.