Trece años y cinco ministros después, el
retrato de Don Miguel de Unamuno pintado por Gutiérrez Solana ha desaparecido
del despacho principal del Ministerio de Cultura (sí, de Cultura), y se
encuentra a la espera de encontrar acomodo en lugar menos noble.
No sé si el padre de San Manuel Bueno y Mártir,
de Niebla, de la Tía Tula o la Vida de Don Quijote y Sancho se encontraba
cómodo en tales dependencias; si hubiera tronado otra vez su voz con ese “Venceréis,
pero no convenceréis”, que le espetó al general Millán Astray en plena Guerra
Civil o si, vencido por la edad, se limitaría a mirar resignado las atrocidades
para con la Cultura que han salido de ese despacho en los últimos años.
Pero no deja de ser un gesto que el
recién nombrado ministro, hombre de rancio abolengo, IX barón de Claret, hijo
de una condesa, emparentado con los Borbones y con el marqués de Esquilache, el
del motín, haya mandado retirar, en el minuto uno de recibir la cartera
ministerial, el famoso retrato que, por otra parte, y sin que yo entienda nada
de pintura, es una obra maestra. Tengo curiosidad por saber qué pintura va a
sustituir a Don Miguel ¿Será uno de sus nobles antepasados? ¿Un rey? ¿Una
batalla que diera gloria a sus apellidos? Méndez de Vigo y Montojo. Ahí es
nada. Igualito que Santos Martínez…
Ni siquiera Wert, y mira que ha cometido
atrocidades, se ha atrevido a descabalgar a Unamuno de la pared del despacho
ministerial. Tal vez no fuera por el personaje, y sí por el pintor, máximo
exponente del expresionismo español, de pintura un tanto negra, feísta, sin adornos.
De hecho cuentan que sus cuadros incomodaban tanto que en una exposición a la
que acudió el rey Alfonso XIII colgaron
sus obras detrás de una puerta para que el monarca no las viera.
Pero no es el caso que nos ocupa, que
Don Miguel de Unamuno está perfectamente retratado, con el pelo un tanto
alborotado, y en el tramo final de su vida, pocos meses antes de su muerte. En
esta tierra de muchos y buenos escritores puede el señor ministro encontrar
otros que lo igualen, por supuesto. Y que adornen convenientemente la pared.
También.
Habrá una explicación. Seguro, y me
tendrá que convencer porque, parafraseando al escritor que nos ocupa, “para
convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta:
razón y derecho en la lucha”. Ya no hay guerra. Cierto, pero son estas batallas
las que dejan vencedores y vencidos, las que retratan a una persona, a una
época, la que nos ha tocado vivir, y al General que no proclama Viva la Muerte,
pero asesta golpes mortales a la Cultura.
Aunque sea con el simple gesto de
retirar un retrato.
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