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miércoles, 8 de julio de 2015

Desde Macondo. MADRE, MADRASTRA

A vueltas con Europa, que no me recuerda para nada a la cándida joven raptada por Zeus, ni a una amorosa madre acunando a sus hijos, me viene a la cabeza la reflexión del protagonista de una de las novelas de la Pardo Bazán, que amargado, desilusionado y enfadado con el mundo, concluye diciendo «Naturaleza, te llaman madre, deberían llamarte madrastra».
         Y algo más fuerte deberíamos llamar a la Unión Europea, que se queda corta la imagen de las madrastras de cuento, más parecidas a brujas, con verruga en la nariz incluida, que sólo cuida amorosamente a los hijos elegidos, maltratando hasta el infinito a los demás, que andan descalzos, con mocos en la cara y mendigando un mendrugo de pan. Y sobre todo, que no se sienten queridos, que se sienten “los otros”, los excluidos.
         No sé en qué momento el sueño europeo se convirtió en pesadilla; la madre amorosa que nos acogía, recién salidos del franquismo inhumano y plagado de huérfanos, mutó en madrasta cruel y nunca satisfecha con los hijos postizos. El amor se convirtió en fundamentalismo económico y la familia, la gran familia, cambió el calor del hogar por la fría oficina de un banco. Ni cuando las cartas de amor pasaron a ser facturas; las charlas, agrias discusiones. Ni cuando se decidió que unos pasarían el tiempo al calor del hogar y otros mirarían desde fuera por los cristales, como los pilluelos desharrapados de los cuentos de Dickens, comiendo y calentándose con la vista.
         Nadie puede extrañarse de que se extienda el euroescepticismo. La madrastra Europa tiene millones de hijos maltratados desde hace años por unas políticas austericidas que ni generan crecimiento y empleo y que, además, engrosan las deudas. Mientras los hijos afortunados, los millonarios, aumentan sus fortunas y se favorece a grandes empresas y Bancos. Mientras alimentan a sus elegidos con el pan que nos quitan de la boca.
         Éramos huérfanos y creímos haber encontrado una familia de acogida. Claro que teníamos que modificar muchas cosas, que respetar la vida en comunidad, que contribuir en las tareas de la casa, repartir la comida y el cariño. Con justicia, con equidad, luchando juntos en las dificultades y celebrando los triunfos, cualquier triunfo, como si fuera propio. Decidiendo en común y desterrando el ordena y mando.
         Eso fue lo que votamos al entrar en Europa. No queríamos una oficina con un contable inflexible. Buscábamos una familia. Y una madre de verdad, no una madrastra.

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