Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

martes, 24 de octubre de 2017

Desde Macondo. LA FARINATA (El pienso de los pobres)

Al buen hambre no hay pan duro. Lo dice el refrán español y, con sus variantes, tiene traducciones en todas partes del mundo. Lo dejó dicho Cicerón: Optimum condimentum est fames ( El mejor ingrediente [de la comida] es el hambre). Y a esto, al hambre, se han agarrado las autoridades brasileñas, concretamente las de Río de Janeiro, que ha presentado a bombo y platillo la solución para dar de comer a tanto pobre como puebla sus calles.
          La farinata, que así se llama el remedio milagroso, es un suplemento compuesto por alimentos próximos a caducar, que se pretende repartir para erradicar la hambruna en la mayor ciudad de Brasil. Los alimentos no vendidos por los supermercados son transformados en un compuesto a través de un proceso de deshidratación en un laboratorio, y ya está. Listo para echar a los hambrientos. "Este es un producto bendecido", proclamó el alcalde. A saber lo que habrán gastado en dar con la “fórmula” mágica.
          Dicen que tiene el mismo valor nutricional que un alimento fresco, que puede conservarse durante años y, en el súmmum de sus virtudes, ayudaría a las empresas de alimentación a "reducir costos". De hecho, se han anunciado exenciones fiscales a los supermercados que colaboren con la iniciativa. Vamos, todo virtudes, se mire por donde se mire.
          Hasta aquí, los hechos puros y duros. Obviando, claro está, a los destinatarios, que quedan reducidos a poco más que bocas abiertas para engullir lo que les echen, que para eso son pobres. “Comida para perros" o "ración humana", son alguno de los adjetivos que ha cosechado este invento del siglo, que ha conseguido indignar a casi toda la gente de bien y hasta ha levantado el interés de la Fiscalía. La Iglesia católica, por el contrario, apoya la medida a capa y espada. Curioso.
          Ah, y va a ser distribuido en las escuelas. No tengo muy claro si llegué a tomar alguna vez la leche en polvo que se repartía en mi colegio, gentileza del franquismo y la Sección Femenina. Sí recuerdo claramente unos botellines de leche aguada y sabor extrañamente químico (cuando no conocíamos más que las lecheras de aluminio, procedentes directamente de la vaquería y puesta a hervir tres veces), que recogíamos en el recreo, y que tomaba con la nariz tapada. Supongo que a alguien le sabría a gloria. Pero este no es el caso, que de eso hace mucho tiempo, y estamos en el siglo XXI.
          Claro que hay hambre en el mundo, y que ni la FAO, ni la ONU ni nadie son capaces de erradicarla; que el cambio climático y su incidencia en las cosechas está agravando aún más el problema. Que aquí, en el primer mundo, tomamos barritas y batidos incomibles para sobrellevar la epidemia de obesidad, que ya es otro de los males de nuestros días.
          Pero de ahí a inventar un “pienso”, a condenar a los pobres a no conocer el sabor de una naranja fresca, o un tomate, o la textura de un filete o un trozo de pescadilla…
          Por supuesto que el hambre es peor, pero leer la noticia del “descubrimiento” de la farinata me produjo una inmensa tristeza, me trajo de inmediato a la cabeza la imagen de los niños comiendo una insípida papilla, día tras día, y haciéndose hombre así, como se engorda a un cerdo o a una oca para que proporciones exquisitos jamones o patés.
          Cuando Rebeca llegó a la casa de los Buendía, tras un penoso viaje, no lograron que comiera en varios días. Nadie entendía cómo no se había muerto de hambre, hasta que los indígenas, que se daban cuenta de todo, descubrieron que se alimentaba de la tierra húmeda del patio y las tortas de cal que arrancaba de las paredes con las uñas.  
           Pero eso fue en otro siglo, y en Macondo, que, como todos sabemos, todos sabemos, es un lugar  imaginario.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Desde Macondo. BUEN TIEMPO

No sé a vosotros, pero a mí me pone de los nervios escuchar y leer la información meteorológica, ya sea vía radio, prensa y no digamos nada televisión, y toparnos con la noticia de que podemos disfrutar de “buen tiempo”. Maravilloso, en el puente de la pasada semana, con playas llenas, sol radiante y temperaturas veraniegas.
        Buen tiempo. Me viene a la cabeza la recomendación de un viejo profesor de Redacción Periodística, que gustaba de ponerte en aprietos pidiendo, sin previo aviso, una definición, o unas líneas sobre cualquier tema que se le ocurría. “Utilice la lengua con propiedad, señorita”. Era el final de cada experimento, pero consiguió que nos pensáramos dos veces las cosas para dar la mejor explicación posible.
        Es evidente que los que nos transmiten las noticias del clima no utilizan la lengua con propiedad, y alguien debería dar una vuelta a los libros de estilo (que no sé si existen todavía) de cada medio de información. Es cuando menos grotesco que nos cuenten con una sonrisa de oreja a oreja que vamos a seguir disfrutando de buen tiempo, y a continuación nos hablen de sequía, de polución, de problemas en el campo, de cosechas perdidas y de ganaderos que tienen que cerrar la explotación porque sus bichos no tienen pasto en el que pastar, y el pienso está por las nubes.
        No es buen tiempo que no se atisbe ni una nube en el horizonte, mientas aparecen pueblos en medio de los pantanos, la vendimia ha sido más pronto y más corta que nunca en la historia o nos están temblando los huesos por el precio del aceite, dado que los olivares no se levantan altivos, que diría el poeta, sino mustios y avergonzados de sus minúsculos y arrugados frutos.
        Nada tiene de buena la boina pestilente que cubre las ciudades y que, amén de obligar a restricciones en la circulación, aparcamientos etc, está matando gente. Ni los peces o las plantas que agonizan en lo que fueran ríos y son charcas infectas. Por no hablar de los mosquitos y otras plagas que han encontrado en el “buen tiempo” su hábitat ideal desde el que mortificarnos y hacernos la vida imposible. Ni los incendios, que nos tienen aterrorizados y que aceleran la desertificación de esta tierra tan castigada por ese tiempo magnífico que llena los hoteles de playa en cuanto podemos juntar un par de días libres.
        Y lo que es peor, no le encontramos nada de bueno al cambio climático que ya no nos amenaza, sino que nos engulle a pasos agigantados.
         Por eso, a poco que piense una, se le antoja ridículo la noticia de buen tiempo de cada sobremesa, de cada noche, a la hora de la cena, cuando nos auguran lo mejor para el día siguiente.
        Soy manchega, de esa tierra dura bautizada por los árabes como Al- Mansha, “La Seca”. Pasé mi infancia y una parte de mi adolescencia, con serias restricciones de agua. Un par de horas al día, justo el tiempo para ducharse, llenar cubos y bañeras y depósitos los más afortunados (que era mi caso). Por eso, y utilizando la lengua con propiedad, buen tiempo nunca ha sido para mí la falta de lluvia ni el calor agobiante.
        El diluvio en Macondo duró exactamente cuatro años, once meses y dos días. No me imagino a los habitantes de la ciudad de los espejos, con el verde de agua en la piel, escuchando, según pasaban las semanas, y mientras se pudrían las casas, aparecían los insectos más dañinos y desaparecían los cultivos y las flores, escuchar semana tras semana que continuaba el buen tiempo.
         Pues eso. Que ahora que ha empezado a llover, nos hartaremos de oir hablar del mal tiempo que hace.

miércoles, 11 de octubre de 2017

Desde Macondo. ESPAÑOLEAR

Hacer alarde público de españolidad. Lo dice el diccionario de la Real Academia. Española, por supuesto. Y yo estoy pensando seriamente arrancar de mi diccionario particular la página que contiene todos los términos referidos a este país de nuestros dolores. El principal, España, también.
        O eso, o morir de sobredosis ¡Y yo que me quejaba de tener Cataluña hasta en la sopa! Con razón, por supuesto. Pero es que juntas, enfrentadas, mejor dicho, ya no hay body que lo soporte. Ya confundo la enseña patria con la senyera, y las estrellas con aguiluchos; los españoles con los españolistas y los catalanes con independentistas. Y el sentido, o el seny, con la sensibilidad.
        Son muchos días, muchas semanas, viviendo un presente incierto lleno de tentaciones de vuelta al pasado, que la ocasión la pintan calva para algunos, y otros, la cogen por los pelos a la primera de cambio. Con todo lo de irracional que ha tenido el procés, creo que ha sido aún más extraño ver brazos en alto y banderas preconstitucionales paseando por las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades. Y cuando estábamos hasta el moño de oír Els Segadors, nos ponían de punta los cánticos del Cara Al Sol. Sobre todo porque algunos aún lo recordamos, e instintivamente continuábamos “Volverán banderas victoriosas…”
        En fin, que parece que hemos despertado al monstruo dormido, y veremos ahora cómo podemos hacerle volver a su caverna, visto lo que está sucediendo en otras partes del mundo, con los neonazis campando por Alemania y los grupos de ultraderecha haciéndose fuertes en toda Europa, desde los muy civilizados países nórdicos a Centroeuropa, Francia y, por supuesto, estados Unidos.
        No sé cómo se dirá “españolear” en todos esos países, pero es lo de menos. La idea, la ideología, es la misma. La guerra de banderas, también. Las oportunidades, cualquiera, una manifestación, una amenaza de independencia, la aprobación de una ley más o menos progresista.
        Hasta el Día de la Hispanidad. Cuando una creía que habíamos entrado en la modernidad, más o menos, que habíamos superado los topicazos de catalán tacaño, andaluz jaranero, castellano recio, gallego enrevesado, astures y cántabros herméticos y alguno más que se me escapa, aparecen otra vez las dos Españas. Y así no vamos a ninguna parte.
        Veréis, cuando yo era pequeña (sí, en la Prehistoria), cuando España era una unidad de destino en lo universal y las montañas nevadas nos separaban del resto de Europa, cantábamos en el colegio una canción que, a fuerza de repetir, está todavía en mi recuerdo. Era, por supuesto, una exaltación de la patria y sus bondades, divididas por regiones, que entonces no había comunidades autónomas. Decía algo así: “España es mi hermosa nación que en Europa está, dividida en provincias y es Madrid su capital. Yo sé todas sus riquezas, yo lo voy a demostrar: Valencia nos da naranjas y Toledo mazapán. Carbón nos da Asturias, los vinos, Jerez, las mantas Palencia, la fresa Aranjuez, turrón Alicante, jamón Avilés, y si queréis paños, id a Sabadell, aceite en Andalucía, donde abunda la aceituna..." Había más, pero basta como ejemplo. El final era, por supuesto, Viva España, mi patria natal.
        Han pasado muchos años, muchísimos, y aquí estamos. Españoleando.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Desde Macondo. INSTINTOS BASICOS

Tengo la extraña sensación de llevar viendo, ininterrumpidamente desde hace varios días, uno de esos episodios de El Hombre y la Tierra con los que Rodríguez de la Fuente nos mostraba las curiosidades de la fauna ibérica. Concretamente el de la berrea de los ciervos, y en blanco y negro, por supuesto.
        Para los urbanitas, la berrea, que tiene lugar en los primeros días del otoño, o sea, ahora, es el momento en que los venados buscan asegurar la continuidad de su estirpe, marcando su territorio y enfrentándose a otros machos que quieren hacer lo propio. Por eso entre los sobrecogedores berridos, se cuela el impactante sonido de los cuernos chocando entre sí, de los topetazos que se propinan buscando una victoria que se traducirá en más hembras y más espacio vital.
        Y diréis que a qué cuento viene la berrea en este espacio. No hay ciervos en Macondo. Ni venados, que la selva húmeda y frondosa no es lugar para tan majestuosos animales. Ni la jungla de asfalto en que nos hallamos. Pero hasta aquí llega el berrido amenazante unas veces, y lastimero otras, y llega también el eco de las peleas y de los cuernos quebrándose.
        Hace mucho tiempo, cuando miraba las cosas con los ojos limpios y dispuestos para llenarse de mil y una imágenes nuevas, tuve ocasión de disfrutar del espectáculo de la berrea del ciervo. Muy cerca, tanto que daba miedo. Y mi ignorancia del mecanismo hormonal de los cérvidos se puso de manifiesto cuando el guarda de la finca me dijo eso de "no se preocupe, no la ven. Ellos están a lo suyo". Lo suyo era perpetuar su especie, luchar por su territorio y asegurarse el futuro. La explicación científica, pasa por las hormonas. Están invadidos, colonizados por ellas, y no hay nada a su alrededor que los distraiga.
        Diréis que a qué cuento viene la historia. Pero tiene moraleja, como todas. Tengo la amarga sensación de estar asistiendo a una gigantesca “berrea”, a un espectáculo donde no manda la razón, sino los instintos más básicos.
        Cierto que una parte importante de nuestra vida está regida por nuestros instintos que, conjuntamente con nuestra voluntad, de seres inteligentes, conciertan y estructuran todas las funciones esenciales para nuestra supervivencia.
        Pero en esta berrea sobran los instintos y falta la inteligencia. Unos y otros dándose topetazos entre sí sin notar siquiera que alrededor estamos nosotros los que los alimentamos, los que cuidamos la finca en la que pacen y esperamos que, a cambio, se preocupen un poco por nuestras cosas.
        Chocan los cuernos y no se oye el miedo al mañana, ni siquiera al de hoy, tan próximo. La berrea está durando ya demasiado. La explosión de hormonas ya no es algo temporal, estacional, que permite que en unas semanas las cosas vuelvan a la normalidad. Ya está durando demasiado eso de que no nos vean porque están a lo suyo    Y urge que alguien ponga cordura. Sin topetazos estúpidos ni berridos estériles.