No sé a vosotros, pero a mí me pone de
los nervios escuchar y leer la información meteorológica, ya sea vía radio,
prensa y no digamos nada televisión, y toparnos con la noticia de que podemos
disfrutar de “buen tiempo”. Maravilloso, en el puente de la pasada semana, con
playas llenas, sol radiante y temperaturas veraniegas.
Buen tiempo. Me viene a la cabeza la
recomendación de un viejo profesor de Redacción Periodística, que gustaba de
ponerte en aprietos pidiendo, sin previo aviso, una definición, o unas líneas
sobre cualquier tema que se le ocurría. “Utilice la lengua con propiedad,
señorita”. Era el final de cada experimento, pero consiguió que nos pensáramos
dos veces las cosas para dar la mejor explicación posible.
Es evidente que los que nos transmiten
las noticias del clima no utilizan la lengua con propiedad, y alguien debería
dar una vuelta a los libros de estilo (que no sé si existen todavía) de cada
medio de información. Es cuando menos grotesco que nos cuenten con una sonrisa
de oreja a oreja que vamos a seguir disfrutando de buen tiempo, y a
continuación nos hablen de sequía, de polución, de problemas en el campo, de
cosechas perdidas y de ganaderos que tienen que cerrar la explotación porque
sus bichos no tienen pasto en el que pastar, y el pienso está por las nubes.
No es buen tiempo que no se atisbe ni
una nube en el horizonte, mientas aparecen pueblos en medio de los pantanos, la
vendimia ha sido más pronto y más corta que nunca en la historia o nos están
temblando los huesos por el precio del aceite, dado que los olivares no se
levantan altivos, que diría el poeta, sino mustios y avergonzados de sus
minúsculos y arrugados frutos.
Nada tiene de buena la boina pestilente
que cubre las ciudades y que, amén de obligar a restricciones en la
circulación, aparcamientos etc, está matando gente. Ni los peces o las plantas
que agonizan en lo que fueran ríos y son charcas infectas. Por no hablar de los
mosquitos y otras plagas que han encontrado en el “buen tiempo” su hábitat
ideal desde el que mortificarnos y hacernos la vida imposible. Ni los
incendios, que nos tienen aterrorizados y que aceleran la desertificación de
esta tierra tan castigada por ese tiempo magnífico que llena los hoteles de
playa en cuanto podemos juntar un par de días libres.
Y lo que es peor, no le encontramos nada
de bueno al cambio climático que ya no nos amenaza, sino que nos engulle a
pasos agigantados.
Por eso, a poco que piense una, se le
antoja ridículo la noticia de buen tiempo de cada sobremesa, de cada noche, a
la hora de la cena, cuando nos auguran lo mejor para el día siguiente.
Soy manchega, de esa tierra dura
bautizada por los árabes como Al- Mansha, “La Seca”. Pasé mi infancia y una
parte de mi adolescencia, con serias restricciones de agua. Un par de horas al
día, justo el tiempo para ducharse, llenar cubos y bañeras y depósitos los más
afortunados (que era mi caso). Por eso, y utilizando la lengua con propiedad,
buen tiempo nunca ha sido para mí la falta de lluvia ni el calor agobiante.
El diluvio en Macondo duró exactamente
cuatro años, once meses y dos días. No me imagino a los habitantes de la ciudad
de los espejos, con el verde de agua en la piel, escuchando, según pasaban las
semanas, y mientras se pudrían las casas, aparecían los insectos más dañinos y
desaparecían los cultivos y las flores, escuchar semana tras semana que
continuaba el buen tiempo.
Pues eso. Que ahora que ha empezado a
llover, nos hartaremos de oir hablar del mal tiempo que hace.
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