Tengo la extraña sensación de llevar
viendo, ininterrumpidamente desde hace varios días, uno de esos episodios de El
Hombre y la Tierra con los que Rodríguez de la Fuente nos mostraba las
curiosidades de la fauna ibérica. Concretamente el de la berrea de los ciervos,
y en blanco y negro, por supuesto.
Para los
urbanitas, la berrea, que tiene lugar en los primeros días del otoño, o sea,
ahora, es el momento en que los venados buscan asegurar la continuidad de su
estirpe, marcando su territorio y enfrentándose a otros machos que quieren
hacer lo propio. Por eso entre los sobrecogedores berridos, se cuela el
impactante sonido de los cuernos chocando entre sí, de los topetazos que se
propinan buscando una victoria que se traducirá en más hembras y más espacio
vital.
Y diréis que a
qué cuento viene la berrea en este espacio. No hay ciervos en Macondo. Ni
venados, que la selva húmeda y frondosa no es lugar para tan majestuosos
animales. Ni la jungla de asfalto en que nos hallamos. Pero hasta aquí llega el
berrido amenazante unas veces, y lastimero otras, y llega también el eco de las
peleas y de los cuernos quebrándose.
Hace
mucho tiempo, cuando miraba las cosas con los ojos limpios y dispuestos para
llenarse de mil y una imágenes nuevas, tuve ocasión de disfrutar del
espectáculo de la berrea del ciervo. Muy cerca, tanto que daba miedo. Y mi
ignorancia del mecanismo hormonal de los cérvidos se puso de manifiesto cuando
el guarda de la finca me dijo eso de "no
se preocupe, no la ven. Ellos están a lo suyo". Lo suyo era perpetuar
su especie, luchar por su territorio y asegurarse el futuro. La explicación
científica, pasa por las hormonas. Están invadidos, colonizados por ellas, y no
hay nada a su alrededor que los distraiga.
Diréis
que a qué cuento viene la historia. Pero tiene moraleja, como todas. Tengo la
amarga sensación de estar asistiendo a una gigantesca “berrea”, a un
espectáculo donde no manda la razón, sino los instintos más básicos.
Cierto
que una parte importante de nuestra vida está regida por nuestros instintos
que, conjuntamente con nuestra voluntad, de seres inteligentes, conciertan y
estructuran todas las funciones esenciales
para nuestra supervivencia.
Pero
en esta berrea sobran los instintos y falta la inteligencia. Unos y otros
dándose topetazos entre sí sin notar siquiera que alrededor estamos nosotros
los que los alimentamos, los que cuidamos la finca en la que pacen y esperamos
que, a cambio, se preocupen un poco por nuestras cosas.
Chocan los
cuernos y no se oye el miedo al mañana, ni siquiera al de hoy, tan próximo. La
berrea está durando ya demasiado. La explosión de hormonas ya no es algo
temporal, estacional, que permite que en unas semanas las cosas vuelvan a la
normalidad. Ya está durando demasiado eso de que no nos vean porque están a lo
suyo Y urge que alguien ponga cordura. Sin
topetazos estúpidos ni berridos estériles.
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