Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 30 de junio de 2016

Desde Macondo. Y COLORÍN COLORADO...

También en Macondo hubo elecciones. Y también ganaron los mismos. Bueno no sé. Allí eran conservadores o liberales. Con sus distinciones claras. Los primeros, que habían recibido el mandato directamente de Dios, defendían el orden público, la moral familiar, la fe…Y los otros, ya se sabe, eran gente de mala índole, partidarios de ahorcar a los curas, del matrimonio civil y del divorcio. Y no había más donde elegir. Una única urna situada en el medio de la plaza, donde se depositaban las papeletas azules o rojas. Y ningún color más en el horizonte.
      Ganaron las azules, sin ningún D’Hont que complicara el reparto. Lo de la trampa lo contaré otro día, que aquí no viene al caso. Y la resaca duró mucho mucho tiempo. Nada menos que 32 guerras civiles perdió el coronel Aureliano Buendía antes de desengañarse de todo y de retirarse a crear pececitos de oro.
      Pero eso era en el tiempo mágico y circular de Macondo. Aquí se ha acabado el tiempo de elucubrar y, para colmo, nadie nos asegura un retiro dorado después de la batalla. Más bien al contrario.
      Se ha acabado el tiempo de soñar; y sólo nos queda el de pensar "qué hubiera pasado sí…" No hay tiempo, ni es el momento, de volver a echar la culpa.-por razonable que sea-, a la ley electoral. Es inútil analizar porqués, o plantearse si la gente no piensa, si se ha votado con las tripas y si la cabeza es una parte del cuerpo innecesaria en estas lides que aún seguimos llamando “fiesta de la democracia”-
      No hay tiempo para resacas ni para lamentaciones, ni para culpar a otros, ni para apelar a herencias. Nos sabemos el cuento desde el érase una vez hasta el colorín colorado.
      Ya están elegidos los protagonistas. Lo han dicho las urnas y hay que empezar una historia nueva, con otros príncipes y princesas, con un bosque distinto y, sobre todo, con un final diferente al “fueron felices y comieron perdices”.
      Bien cierto es que el panorama nos apunta más a un relato de miedo que a un cuento de hadas; que el lobo asoma por los mismos árboles, aunque el bosque cambie; que los caballeros andantes no parecen tener las armas adecuadas para vencer a los fieros dragones. Y que el final feliz se nos antoja ciencia ficción, situado en otra galaxia.

      Volvemos al “érase una vez”, y tenemos muchas páginas por delante. Demasiadas hasta que podamos decir que este cuento se ha acabado. Colorín colorado.

martes, 21 de junio de 2016

Desde Macondo. FUTURO IMPERFECTO (A vueltas con las pensiones)

Ya huele que saquen a pasear las pensiones cada vez que hay un proceso electoral (demasiado a menudo en estos tiempos), y que agiten como un pañuelo negro el fantasma del miedo. No sé, pensarán que al fin y al cabo, la carne es débil, y quien más quien menos sueña con un retiro dorado, en paz y sin apuros económicos. Sin que le cuenten si el cerdito de la hucha de las pensiones está más o menos orondo. Sin pensar para nada en un futuro imperfecto.
Como si el presente fuera pluscuamperfecto, que visto lo que hay, no es difícil imaginar lo que habrá.
Nada para el coronel. No tiene quien le escriba. Siempre me ha conmovido este libro (el segundo en mi lista de preferencias de la obra de García Márquez), que se lee de un tirón y deja la sensación agridulce que da la resignación ante la desgracia, el constatar que no hay mucho que se pueda hacer. Que es lo que toca.
Pero es ahora, en plena campaña electoral y con las alforjas llenas de historias de la crisis, con mil y una imágenes en la retina de jubilados rebuscando en contenedores, de pensionistas manteniendo a sus hijos, de jóvenes que nunca tendrán pensiones, de ancianos helados-"con los huesos húmedos" como el coronel- porque no pueden poner la calefacción, de preferentistas estafados y sin posibilidad de una vejez tranquila, cuando cobra un sentido nuevo, muy distinto del que tenía hace treinta años, cuando me hizo llorar.
No hay cartas para el coronel. Ni medicinas para su esposa asmática. Ni maíz para alimentar al gallo que, algún día nos sacará de la ruina. De nada ha servido una vida de sacrificio, participar en cien batallas o ganar la guerra de los Mil Días; ni vivir por debajo de sus posibilidades, ahorrando hasta el último céntimo para ese retiro soñado.
Como el coronel, escuchamos a unos y otros buscando las buenas noticias. Las de verdad, antes de constatar con tristeza que “nosotros ya estamos muy grandes para esperar al Mesías”.
Y escuchamos que sí, que viene el cartero, que llegará enseguida, porque ahora el correo se reparte por avión. Pero no hay carta para nosotros. No tenemos quien nos escriba, y van pasando los años.
En el buzón se acumula la propaganda electoral, disputando el espacio a las facturas, las únicas cartas puntuales. Un montón de caras nos mirarán con ansia desde el papel satinado asegurando que son la avanzadilla de las buenas noticias, que si los votamos, pronto nos llegará la carta que esperamos. La de verdad. La que nos garantizará la vejez sin sob resaltos. La que ellos ya tienen en su poder desde hace mucho tiempo.
Y la esposa del coronel, que ponía a hervir piedras para que los vecinos no notaran que en su casa no se ponía la olla desde hacía demasiado tiempo, afirmará con resignación que “es la misma historia de siempre, nosotros ponemos el hambre para que coman ellos”.

miércoles, 15 de junio de 2016

Desde Macondo. CUESTIÓN DE OPINIÓN

Lo hemos comprobado con el famoso “debate”. Yo opino, él opina, vosotros opinais. Faltaría más. Todos opinamos y todos tenemos algo que decir sobre cualquier tema. Polémico o no, extraordinario o cotidiano; de salud, de educación, de política, del tiempo… Opinamos de todo cuanto nos concierne, con mayor o menor acierto, con documentación o sin ella, con razón, o elevando el tono para tenerla, imponiendo nuestras tesis o dejándonos convencer. Hasta aquí, normal. Somos personas, razonamos y tenemos opinión. Y luego, somos profesores, fontaneros, peluqueros, médicos o bomberos.
Pero además están los opinadores profesionales. No hace falta que sean periodistas. De hecho, no lo son en su mayor parte. Ni que sean economistas si opinan de economía, o médicos si hablan de salud, o profesores si el tema a debatir es la Educación. Saben de todo y, sobre todo, saben gritar cuando les faltan argumentos.
Han crecido como setas, casi al mismo ritmo en que están desapareciendo los periodistas. Están en todos los canales, en todas las emisoras, en mil y una tertulias. Invaden espacios que, por razones lógicas, corresponden a la información y no informan de casi nada. Sólo dan su opinión e intentan convencernos de que es la buena, la única, la real. Para eso les pagan. Y de cuando en cuando, por los de un signo político, nos enteramos de cuánto cobran los del otro. Y viceversa. Nos indignamos, por supuesto, y decimos eso de vaya sueldo por decir cuatro chorradas.
En el otro mundo, del que provengo, la información y la opinión estaban perfectamente delimitadas. Así nos lo enseñaban en la Universidad. Incluso tipográficamente, en los periódicos (a un paso de ser Prehistoria), tenían tratamiento diferente. La opinión se presentaba con distinta letra, cursiva casi siempre, recuadrada y separada de la noticia. Una cosa era lo que pasaba, y otra, lo que el periodista opinaba del hecho concreto.
Pero eso ya es Historia. Ahora se puede elegir entre opinadores de derechas y de izquierdas, de centro o socialdemócratas, con sólo cambiar de canal; incluso se les puede ver juntos, para los amantes del morbo. Y la información es lo de menos. El juego es saber qué dirán de la noticia los unos y los otros. Los mismos, que igual hablan de la prima de riesgo que de las tasas de la Justicia o la reforma de la Educación, sin saber cómo funciona la Bolsa ni haber pisado un Juzgado y mucho menos, conocer las necesidades educativas del momento.
Es lo que toca. En Macondo, para  don Apolinar Moscote, miembro efectivo del partido conservador, los liberales “eran masones; gente de mala índole, partidaria de ahorcar a los curas, de implantar el matrimonio civil y el divorcio.  Los conservadores, en cambio, “eran los defensores de la fe de Cristo, del principio de autoridad, y no estaban dispuestos a permitir que el país fuera descuartizado en entidades autónomas” . 
Y el coronel Aureliano Buendía que afirmaba que “si hay que ser algo, sería liberal, porque los conservadores son unos tramposos”, termina constatando que “la única diferencia actual entre liberales y conservadores, es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho" .
Y que cada cual opine lo que quiera. Sin hacernos creer que es información.

miércoles, 8 de junio de 2016

Desde Macondo. NOCHE OSCURA

Cómo están las cabezas. Pienso en la “Noche N”, la del pistoletazo de salida de la campaña electoral (de otra campaña electoral), y de inmediato se me viene a la mente la Noche Oscura de San Juan de la Cruz. Ya sabéis, el corazón tiene razones que la razón no entiende. Y mi cabeza, ni os cuento.
        El caso es que, aparte de lo que me gusta la poesía del santo místico, que es muchísimo, he recordado los comentarios de texto de mi juventud, esos que desmenuzaban sin piedad las obras, aunque fueran pías, para buscar intenciones ocultas, segundas lecturas, interpretaciones raras hurgando en cada línea para, supuestamente, conocer las intenciones del autor o autores, que seguro se estarían riendo de nosotros desde sus respectivas tumbas. Y así, deducíamos que el término "noche oscura” se utiliza para definir una crisis espiritual que acaba en gozo, una vez alcanzadas la verdad y la luz.
        Lo mismito que esta noche. A las 12 en punto comienza el viaje. Pegada de carteles, palabras de aliento, y dos semanas por delante pensando en encontrar el Paraíso al final del viaje. “En una noche oscura, con ansias en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura!, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada”.
        Dos semanas de noche oscura, de viaje a ninguna parte, acompañada a todas horas por eslóganes más o menos graciosejos, por musiquillas irritantes y megafonías cansinas, de carteles, de vídeos a cual más infames, de mensajes machacones, de calles tomadas por caras sonrientes colgadas de farolas y fachadas… Y de no ser tú, sino tu voto.
        Es la campaña. Con sus debates, sus repartos de propaganda, sus encuentros con jóvenes, mujeres, empresarios, colectivos varios… Seguro que todo os suena. Porque todo se repite, aunque cambie el atuendo cuidadosamente elegido, ni muy progre ni demasiado serio, que todo tiene sus lecturas, y hasta se valora que los candidatos bailen, o canten o hagan puenting, convencidos de hacer lo que deben, esforzándose en poner la sonrisa profidén, en contar los abrazos por docenas y los besos por centenas; y los kilómetros por miles, y las palabras, por millones.
        Y de llegar a casa con la clara conciencia de que están pasando su noche oscura, y les espera un día luminoso.
        A estas alturas de columna, creo que habréis deducido que me aburren las campañas electorales. A veces, hasta me crispan. Pero es lo que hay. Son dos semanas de noche oscura sin garantías de que amanezca cuando terminen. Dos semanas para que se cuelen en nuestras vidas docenas de señores y señoras amables hasta lo empalagoso, de paseos por el centro de tal o cual candidato/a, del tierno beso al niño-foto del día-, de redes sociales infectadas y televisiones colonizadas.
        Lo peor es que nos pilla muy cansados, que la noche oscura llega cuando casi todo está apagado y hay pocas esperanzas del final feliz que cantaba San Juan de la Cruz, del reencuentro con la luz y la alegría: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado; cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”.
        Feliz campaña.

miércoles, 1 de junio de 2016

Desde Macondo. DINEROS SON CALIDAD

Cuando aún no he podido digerir, ni creo que lo haga nunca, el vergonzoso acuerdo económico de la Unión Europea con Turquía para sacudirse el problema de los refugiados, leo una noticia que me hiela la sangre y deja bajo mínimos mi confianza en el ser humano: “Un pueblo suizo paga 260.000 euros para no acoger a diez refugiados”. Es el titular, así, sin anestesia.
       Las posteriores explicaciones no hacen más que ahondar en la nausea. Los residentes de Oberwil-Lieli, una localidad de 2.200 habitantes, 300 de ellos millonarios, se opone a aceptar la cuota de acogida propuesta por el Gobierno suizo. Consideran que tienen un pueblo precioso y no quieren que se estropee. "Ellos no encajan aquí", sentencian.
       Y ya está. Echan mano a la chequera y problema resuelto. Dineros son calidad, que diría don Luís de Góngora. En estos tiempos del cólera, en los que se piensa con la cartera más que con la cabeza, y el corazón es tan sólo la bomba que permite mantener la renqueante maquinaria de la vida, puede comprarse y venderse todo. El llanto, el miedo, el dolor, la desesperación y hasta la vida misma. Toda la vida, todas las libras de carne que a punto estuvieron de costar la vida al judío Shylock del Mercader de Venecia.
       Hemos caído tan bajo que hasta hemos puesto precio al ser humano. Vivo o muerto. Hacinado en un campo de refugiados o ahogado en el Mediterráneo. Podemos aplaudirnos a rabiar por acoger a una docena de desgraciados, y llenar portadas porque hemos traído a un niño a curar sus heridas del cuerpo y del alma, y mirar hacia otro lado porque ya hemos pagado lo suficiente para que otros se hagan cargo del problema.
       Y poner vallas, levantar muros y fronteras para que no se cuele nadie que no encaje, que estropee nuestros pueblos y ciudades. O cerrar las rutas marítimas obligándoles a tomar otras más peligrosas. Si se ahogan, ya no habrá que pagar por ellos. Porque la humanidad, la solidaridad, la compasión, no entran en nuestra zona de confort. Dineros son calidad, y lo demás, molestias.
       Crece la nausea dentro de mí mientras veo la imagen de un bebé ahogado. Muy pequeño. De muy pocas libras de peso. Y calculo cuánto dinero nos hemos ahorrado.