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martes, 21 de junio de 2016

Desde Macondo. FUTURO IMPERFECTO (A vueltas con las pensiones)

Ya huele que saquen a pasear las pensiones cada vez que hay un proceso electoral (demasiado a menudo en estos tiempos), y que agiten como un pañuelo negro el fantasma del miedo. No sé, pensarán que al fin y al cabo, la carne es débil, y quien más quien menos sueña con un retiro dorado, en paz y sin apuros económicos. Sin que le cuenten si el cerdito de la hucha de las pensiones está más o menos orondo. Sin pensar para nada en un futuro imperfecto.
Como si el presente fuera pluscuamperfecto, que visto lo que hay, no es difícil imaginar lo que habrá.
Nada para el coronel. No tiene quien le escriba. Siempre me ha conmovido este libro (el segundo en mi lista de preferencias de la obra de García Márquez), que se lee de un tirón y deja la sensación agridulce que da la resignación ante la desgracia, el constatar que no hay mucho que se pueda hacer. Que es lo que toca.
Pero es ahora, en plena campaña electoral y con las alforjas llenas de historias de la crisis, con mil y una imágenes en la retina de jubilados rebuscando en contenedores, de pensionistas manteniendo a sus hijos, de jóvenes que nunca tendrán pensiones, de ancianos helados-"con los huesos húmedos" como el coronel- porque no pueden poner la calefacción, de preferentistas estafados y sin posibilidad de una vejez tranquila, cuando cobra un sentido nuevo, muy distinto del que tenía hace treinta años, cuando me hizo llorar.
No hay cartas para el coronel. Ni medicinas para su esposa asmática. Ni maíz para alimentar al gallo que, algún día nos sacará de la ruina. De nada ha servido una vida de sacrificio, participar en cien batallas o ganar la guerra de los Mil Días; ni vivir por debajo de sus posibilidades, ahorrando hasta el último céntimo para ese retiro soñado.
Como el coronel, escuchamos a unos y otros buscando las buenas noticias. Las de verdad, antes de constatar con tristeza que “nosotros ya estamos muy grandes para esperar al Mesías”.
Y escuchamos que sí, que viene el cartero, que llegará enseguida, porque ahora el correo se reparte por avión. Pero no hay carta para nosotros. No tenemos quien nos escriba, y van pasando los años.
En el buzón se acumula la propaganda electoral, disputando el espacio a las facturas, las únicas cartas puntuales. Un montón de caras nos mirarán con ansia desde el papel satinado asegurando que son la avanzadilla de las buenas noticias, que si los votamos, pronto nos llegará la carta que esperamos. La de verdad. La que nos garantizará la vejez sin sob resaltos. La que ellos ya tienen en su poder desde hace mucho tiempo.
Y la esposa del coronel, que ponía a hervir piedras para que los vecinos no notaran que en su casa no se ponía la olla desde hacía demasiado tiempo, afirmará con resignación que “es la misma historia de siempre, nosotros ponemos el hambre para que coman ellos”.

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