Ya
huele que saquen a pasear las pensiones cada vez que hay un proceso
electoral (demasiado a menudo en estos tiempos), y que agiten como un
pañuelo negro el fantasma del miedo. No sé, pensarán que al fin y
al cabo, la carne es débil, y quien más quien menos sueña con un
retiro dorado, en paz y sin apuros económicos. Sin que le cuenten si
el cerdito de la hucha de las pensiones está más o menos orondo.
Sin pensar para nada en un futuro imperfecto.
Como
si el presente fuera pluscuamperfecto, que visto lo que hay, no es
difícil imaginar lo que habrá.
Nada
para el coronel. No tiene quien le escriba. Siempre me ha conmovido
este libro (el segundo en mi lista de preferencias de la obra de
García Márquez), que se lee de un tirón y deja la sensación
agridulce que da la resignación ante la desgracia, el constatar que
no hay mucho que se pueda hacer. Que es lo que toca.
Pero
es ahora, en plena campaña electoral y con las alforjas llenas de
historias de la crisis, con mil y una imágenes en la retina de
jubilados rebuscando en contenedores, de pensionistas manteniendo a
sus hijos, de jóvenes que nunca tendrán pensiones, de ancianos
helados-"con los huesos húmedos" como el coronel- porque
no pueden poner la calefacción, de preferentistas estafados y sin
posibilidad de una vejez tranquila, cuando cobra un sentido nuevo,
muy distinto del que tenía hace treinta años, cuando me hizo
llorar.
No
hay cartas para el coronel. Ni medicinas para su esposa asmática. Ni
maíz para alimentar al gallo que, algún día nos sacará de la
ruina. De nada ha servido una vida de sacrificio, participar en cien
batallas o ganar la guerra de los Mil Días; ni vivir por debajo de
sus posibilidades, ahorrando hasta el último céntimo para ese
retiro soñado.
Como
el coronel, escuchamos a unos y otros buscando las buenas noticias.
Las de verdad, antes de constatar con tristeza que “nosotros
ya estamos muy grandes para esperar al Mesías”.
Y
escuchamos que sí, que viene el cartero, que llegará enseguida,
porque ahora el correo se reparte por avión. Pero no hay carta para
nosotros. No tenemos quien nos escriba, y van pasando los años.
En
el buzón se acumula la propaganda electoral, disputando el espacio a
las facturas, las únicas cartas puntuales. Un montón de caras nos
mirarán con ansia desde el papel satinado asegurando que son la
avanzadilla de las buenas noticias, que si los votamos, pronto nos
llegará la carta que esperamos. La de verdad. La que nos garantizará
la vejez sin sob resaltos. La que ellos ya tienen en su poder desde
hace mucho tiempo.
Y
la esposa del coronel, que ponía a hervir piedras para que los
vecinos no notaran que en su casa no se ponía la olla desde hacía
demasiado tiempo, afirmará con resignación que “es
la misma historia de siempre, nosotros ponemos el hambre para que
coman ellos”.
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