Cómo están las cabezas.
Pienso en la “Noche N”, la del pistoletazo de salida de la campaña electoral
(de otra campaña electoral), y de inmediato se me viene a la mente la Noche
Oscura de San Juan de la Cruz. Ya sabéis, el corazón tiene razones que la razón
no entiende. Y mi cabeza, ni os cuento.
El caso es que, aparte
de lo que me gusta la poesía del santo místico, que es muchísimo, he recordado
los comentarios de texto de mi juventud, esos que desmenuzaban sin piedad las
obras, aunque fueran pías, para buscar intenciones ocultas, segundas lecturas,
interpretaciones raras hurgando en cada línea para, supuestamente, conocer las
intenciones del autor o autores, que seguro se estarían riendo de nosotros
desde sus respectivas tumbas. Y así, deducíamos que el término "noche
oscura” se utiliza para definir una crisis espiritual que acaba en gozo, una vez alcanzadas la verdad y la luz.
Lo mismito que esta
noche. A las 12 en punto comienza el viaje. Pegada de carteles, palabras de
aliento, y dos semanas por delante pensando en encontrar el Paraíso al final
del viaje. “En una noche oscura, con
ansias en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura!, salí sin ser notada, estando
ya mi casa sosegada”.
Dos semanas de noche
oscura, de viaje a ninguna parte, acompañada a todas horas por eslóganes más o
menos graciosejos, por musiquillas irritantes y megafonías cansinas, de
carteles, de vídeos a cual más infames, de mensajes machacones, de calles
tomadas por caras sonrientes colgadas de farolas y fachadas… Y de no ser tú,
sino tu voto.
Es la campaña. Con sus
debates, sus repartos de propaganda, sus encuentros con jóvenes, mujeres,
empresarios, colectivos varios… Seguro que todo os suena. Porque todo se
repite, aunque cambie el atuendo cuidadosamente elegido, ni muy progre ni
demasiado serio, que todo tiene sus lecturas, y hasta se valora que los
candidatos bailen, o canten o hagan puenting, convencidos de hacer lo que
deben, esforzándose en poner la sonrisa profidén, en contar los abrazos por
docenas y los besos por centenas; y los kilómetros por miles, y las palabras,
por millones.
Y de llegar a casa con
la clara conciencia de que están pasando su noche oscura, y les espera un día
luminoso.
A estas alturas de
columna, creo que habréis deducido que me aburren las campañas electorales. A
veces, hasta me crispan. Pero es lo que hay. Son dos semanas de noche oscura
sin garantías de que amanezca cuando terminen. Dos semanas para que se cuelen
en nuestras vidas docenas de señores y señoras amables hasta lo empalagoso, de
paseos por el centro de tal o cual candidato/a, del tierno beso al niño-foto
del día-, de redes sociales infectadas y televisiones colonizadas.
Lo peor es que nos
pilla muy cansados, que la noche oscura llega cuando casi todo está apagado y
hay pocas esperanzas del final feliz que cantaba San Juan de la Cruz, del
reencuentro con la luz y la alegría: “Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné
sobre el Amado; cesó todo y dejéme, dejando mi
cuidado
entre las
azucenas olvidado”.
Feliz campaña.
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