Pero
además están los opinadores profesionales. No hace falta que sean periodistas.
De hecho, no lo son en su mayor parte. Ni que sean economistas si opinan de
economía, o médicos si hablan de salud, o profesores si el tema a debatir es la
Educación. Saben de todo y, sobre todo, saben gritar cuando les faltan
argumentos.
Han
crecido como setas, casi al mismo ritmo en que están desapareciendo los periodistas.
Están en todos los canales, en todas las emisoras, en mil y una tertulias.
Invaden espacios que, por razones lógicas, corresponden a la información y no
informan de casi nada. Sólo dan su opinión e intentan convencernos de que es la
buena, la única, la real. Para eso les pagan. Y de cuando en cuando, por los de
un signo político, nos enteramos de cuánto cobran los del otro. Y viceversa.
Nos indignamos, por supuesto, y decimos eso de vaya sueldo por decir cuatro
chorradas.
En
el otro mundo, del que provengo, la información y la opinión estaban
perfectamente delimitadas. Así nos lo enseñaban en la Universidad. Incluso
tipográficamente, en los periódicos (a un paso de ser Prehistoria), tenían
tratamiento diferente. La opinión se presentaba con distinta letra, cursiva
casi siempre, recuadrada y separada de la noticia. Una cosa era lo que pasaba,
y otra, lo que el periodista opinaba del hecho concreto.
Pero
eso ya es Historia. Ahora se puede elegir entre opinadores de derechas y de
izquierdas, de centro o socialdemócratas, con sólo cambiar de canal; incluso se
les puede ver juntos, para los amantes del morbo. Y la información es lo de
menos. El juego es saber qué dirán de la noticia los unos y los otros. Los
mismos, que igual hablan de la prima de riesgo que de las tasas de la Justicia
o la reforma de la Educación, sin saber cómo funciona la Bolsa ni haber pisado
un Juzgado y mucho menos, conocer las necesidades educativas del momento.
Es
lo que toca. En Macondo, para don
Apolinar Moscote, miembro efectivo del partido conservador, los liberales “eran
masones; gente de mala índole, partidaria de ahorcar a los curas, de implantar
el matrimonio civil y el divorcio. Los
conservadores, en cambio, “eran los defensores de la fe de Cristo, del
principio de autoridad, y no estaban dispuestos a permitir que el país fuera
descuartizado en entidades autónomas” .
Y
el coronel Aureliano Buendía que afirmaba que “si hay que ser algo, sería
liberal, porque los conservadores son unos tramposos”, termina constatando que
“la única diferencia actual entre
liberales y conservadores, es que los liberales van a misa de cinco y los
conservadores van a misa de ocho" .
Y
que cada cual opine lo que quiera. Sin hacernos creer que es información.
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