Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

sábado, 31 de diciembre de 2016

PALABRAS PARA EL AÑO NUEVO

No se me ocurre ninguna frase ingeniosa para felicitar el año, a pesar de que circulan a miles por Internet, por los SMS o los watsap. Y me parece, por escaso, muy frío eso de feliz entrada y salida del año. Es como si sólo deseáramos felicidad por un ratito, el inmediatamente anterior y posterior a las uvas. Lo de desear salud y suerte, se da por sabido, aunque a veces es fuerte la tentación de querer desesperadamente que a alguien le caigan encima las doce plagas bíblicas.
        Pero ha acabado un año y empieza otro, y parece obligado dirigirse a los amigos para que sepan que los quieres, que confías en que te sigan queriendo, que te duelen sus pesares y te alegran sus alegrías.
        Por eso voy a intentar regalar doce palabras que están ahí para que las usemos, para que las deseemos, para que las entreguemos a quienes nos importan. En doce palabras, por los doce meses, quiero resumir mis deseos de Año Nuevo.
        Esperanza es la palabra de enero. Queda mucho tiempo por delante, y hay que empezar a subir la cuesta pensando en la cima. Alegría para febrero loco, para no decaer, y firmeza en marzo, cuando el viento amenace con arrastrarnos.
        Amor en abril, que el sol empieza a calentar y el rumor del agua suena a música celestial. Para mayo, colores, que destierren el gris del invierno e iluminen los días más largos. Prosperidad para junio, que ya están a punto las cosechas, y amistad en julio, en las noches calurosas que se prestan al encuentro y las confidencias.
I        Imaginación en agosto y reconciliación en septiembre, para no dejar cuentas pendientes al inicio del nuevo curso. Trabajo y salud en octubre (y en todos los demás meses), y añoranza en noviembre, cuando siempre nos falta alguien.
        Y futuro en diciembre. Feliz 2017.  

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Desde Macondo. ADIÓS, BUEN VIAJE

Tanta paz lleve 2016 como descanso deja, que se dice en mi pueblo. En un par de días será Año Nuevo en Macondo, como en todas partes diréis. Pero es que aquí se nota más el tiempo circular, el eterno Día de la Marmota en el que parece que nunca pasa nada. Al menos, nada lo suficientemente bueno como para merecer un título en este humilde espacio.
           Apuro las últimas horas mientras trato de buscar una palabra, una frase que resuma 365 días, algo así como el año de la recuperación, el de los brotes verdes, el del pleno empleo o la salida de la crisis, que tanto cacarean y que nadie se cree, que llevan demasiados años diciendo lo mismo y nosotros, también muchos sin salir del bucle y esperando no hacerlo muy maltrechos. De ahí el título. Tanta paz lleve el año como descanso deja, a la espera del siguiente.
           Creo que si a los que ya hemos avanzado un buen trecho en la vida  nos dieran la ocasión de borrar un año de los vividos hasta el momento, lo tendríamos francamente difícil. No voy a hacer un balance de lo perdido; no voy a meter el dedo en la llaga de la pobreza, de las desigualdades, de la desesperanza y del futuro imperfecto. Las heridas siguen abiertas y sin visos de cicatrizar.  Cada cual tiene las suyas y se las lame como puede. O hasta que puede.
           Pero hay una herida colectiva que se infecta año a año y que amenaza con gangrenarse, llevándonos al final de los finales. Es la falta de confianza, de alegría. De esperanza. Nos engañamos con las fiestas, los parabienes, los brindis, los regalos del papá Noel de turno, las risas puntuales en comidas y cenas familiares, en tardes de compras o en celebraciones varias. Pero falta la alegría, que viene casi siempre de la mano de la ilusión. También ausente.
           Se han escondido en algún remoto rincón para no ver las guerras, las caras de tristeza de los refugiados, el mundo convulso, la insolidaridad, las fronteras con vallas y cuchillas, el Mare Nostrum que para ellos en un cementerio. Suyo.
           Para no ver a todos los que han quedado en el camino de la supuesta recuperación, a los trabajadores pobres, a las familias sin luz y sin calor, a los que han tenido que marcharse y a los que aquí, encadenan empleos precarios sin proyecto alguno de vida.  Por eso no sirve una tarjeta de “Próspero Año Nuevo”. Necesitamos mucho más que buenos deseos. Más que una tarjeta de necesitamos sacudirnos el fatalismo, la resignación y la amarga certeza de que los magos de Oriente sólo dejarán carbón en nuestros zapatos.
           Somos más y somos mejores que unos cuantos señores gordos vestidos de rojo, o que tres tristes reyes, por muy investidos de poder que se encuentren. No nos creemos lo que dicen unos pocos, (los que más tienen), que sacrificándonos muchos (los de siempre), mejoraremos todos. Es justo al revés.
          Unos cuantos apuntes para agradecer que la enfermedad nos haya respetado, que seguimos teniendo buenos amigos y que hemos descubierto la solidaridad con mayúsculas, la que viene de la gente de la calle. La que no se refleja en los Presupuestos.
          Con el puntapié en salva sea la parte al año que dejamos, al mundo convulso, al incierto panorama político en todas partes, a la ruptura del contrato social, tal y como lo concebíamos, mi único deseo es que todos creamos que un mundo mejor es posible. Y que luchemos por conseguirlo. Por salir del tiempo circular de Macondo y evitar la maldición de otros cien años de soledad. Feliz año Nuevo. 

domingo, 18 de diciembre de 2016

Desde Macondo. ...Y EN LA TIERRA PAZ

A pocas fechas de que Jesús vuelva a nacer, como todos los años, y un tanto harta ya de llevar casi desde el verano oyendo villancicos y conviviendo con espumillones, bolas doradas, ángeles, pastores y pesebres, me viene a la cabeza algo que leí alguna vez, una de esas cosas que yo llamo conocimientos inútiles, y que se quedan en la memoria arrinconando a veces cosas mucho más importantes. O no.
          La historia iba de traducciones de la Biblia, de cómo parte de los textos sagrados, por una mala traducción (intencionada o no), han pasado por los siglos con un significado bien distinto de lo que en origen quiso decir quién los escribió. Y viene esto a cuento de lo que nos han contado toda la vida acerca del coro de ángeles que anunció el nacimiento del niño Dios. Ya sabéis, eso de Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
Tomado directamente de San Lucas, probablemente de origen sirio y discípulo de Pablo de Tarso, en el mismo país. Al parecer, la segunda parte del texto original dice algo así como “y en la tierra paz entre los hombres en quienes El se complace”.
Las navidades, San Lucas y Siria me han traído a la memoria una imagen, la de una niña en Maalula, pequeña localidad del maltratado país, que nos recitó el Padre Nuestro en arameo, para que supiéramos cómo sonaba la lengua de Cristo. Evidentemente, no recuerdo ni una palabra, aunque tengo muy clara en la memoria la fotografía del lugar, escarpado, entre riscos y con un monasterio católico, Santa Tekla, colocado en las alturas, al que llegamos tras subir cientos de escalones.
Aquí viene a cuento San Lucas. Siria también es cristiana, y en buena lógica, también debe tener esos hombres en los que Él se complace, y que merecen paz en la Tierra. Y que posiblemente querrían celebrar las Navidades en buena armonía con sus vecinos musulmanes, como ha sido siempre.
¿Qué habrá sido de la niña de Maalula? De esa niña morena con el pelo revuelto y un vestido blanco que no se me borra de la memoria. O de las monjas de santa Tekla, secuestradas al principio de la guerra y de las que ya no se ha vuelto a hablar. Y de los miles de niños, hombres y mujeres de buena voluntad que han perdido la vida o viven directamente en el infierno mientras el mundo canta aleluyas por el nacimiento del Mesías.
Es difícil encontrar espíritu navideño entre las ruinas y las bombas. Y es urgente encontrarlo que ya no queda tiempo. En Siria, no ha debido programar bien el GPS y se ha perdido entre las dunas.
Como los hombres de buena voluntad.
 

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Desde Macondo. LA HUCHA ROTA

Cada vez que oigo hablar de la hucha de las pensiones me acuerdo del Coronel. El que no tenía quien le escribiese. Siempre me ha conmovido este libro (el segundo en mi lista de preferencias de la obra de García Márquez), que se lee de un tirón y deja la sensación agridulce que da la resignación ante la desgracia, el constatar que no hay mucho que se pueda hacer. Que es lo que toca. Nada para el coronel. No tiene quien le escriba. 
          La crisis nos ha dejado en la retina, y en el alma, mil y una imágenes de jubilados rebuscando en contenedores, de pensionistas manteniendo a sus hijos, de ancianos helados-con los huesos húmedos como el coronel-porque no pueden poner la calefacción, o ardiendo por calentarse con un brasero y alumbrarse con velas, de preferentistas estafados y sin posibilidad de una vejez tranquila. Y también de jóvenes y menos jóvenes que nunca tendrán pensiones. 
          Nos venden la milonga de que hay que invertir en nuestro futuro, contratar planes privados. Pero tampoco hay maíz para alimentar al gallo que, algún día nos sacará de la ruina. Los salarios de hambre, que no permiten llegar a fin de mes, menos aún nos posibilitan llegar al final de la vida con dignidad. No hay carta para nosotros. No tenemos quien nos escriba, y van pasando los años.
          Nos han roto la hucha en la que, monedita a monedita, hemos ido dejando nuestro granito de arena para que todos, los que han cotizado, los que lo necesitan, los que han pasado una larga vida de trabajo, tengan una recompensa justa.
          Y el cerdito de barro ya no se puede recomponer. Hay que hacer uno nuevo, al que todos empiecen a engordar. Y digo todos, especialmente los que nunca lo han hecho y han preferido llevar su dinero fuera a asegurar el bienestar de sus conciudadanos. Dicen las encuestas que la mayor parte de la población es pesimista respecto a su futuro, al futuro de las pensiones. Yo también, y no nos falta razón, viendo con qué alegría dan martillazos al cerdito de barro y meten la mano para sacar nuestra vejez.
          Como el coronel, salimos a la calle cada día buscando las buenas noticias. Las de verdad, no las maniobras de distracción con que nos obsequian nuestros dirigentes, antes de constatar con tristeza que nunca tendrá esa pensión por su larga vida de servicio a la patria, que “nosotros ya estamos muy grandes para esperar al Mesías”. 
          La solución no vendrá del cielo. Ni dejando pasar los años y las legislaturas. El presente es importante, pero el futuro, también, porque allí estaremos todos.
          Y hay que empezar a solucionarlo ahora, no esperando milagros que, como la carta del coronel, nunca llegan.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Desde Macondo. REGRESIÓN

Dice el diccionario de la Real Academia que regresión es el “Retroceso a estados psicológicos o formas de conducta propios de etapas anteriores, a causa de tensiones o conflictos no resueltos”. Pues ya he dado con lo que nos está pasando. Que vamos para atrás, que nos estamos volviendo niños, ya sabéis, como cuando éramos pequeños y nos metíamos debajo de la cama, o nos tapábamos la cabeza con la sábana para no ver la oscuridad.
        O pensábamos que si cerrábamos los ojos muy muy fuerte, apretando los labios al mismo tiempo, los monstruos se esfumarían. Y así andamos, mirando hacia otro lado, como si de esa forma desapareciera todo lo que nos desagrada, lo que no nos gusta y lo que pensamos que no podemos solucionar.
        Nos tragamos todo lo que nos echen, y hasta confiamos en visionarios que nos prometen un mundo mejor, aunque de sobra sabemos que nos están engañando. Pero queremos creerlos. No hace falta irse muy lejos para buscar ejemplos. Podría irme a la América de Trump, o quedarme más cerca con los gobiernos populistas que empiezan a menudear por Europa, prometiendo el oro (y el no moro, por hacer un chiste de lo que no tiene nada de gracioso), prometiéndonos un mundo mejor sin refugiados que vienen a aprovecharse de nuestro supuesto estado del bienestar, sin emigrantes que nos quiten el trabajo, sin supuestos terroristas que quieren destruir el cómodo modo de vida occidental.
        Podría quedarme más cerca, que en todas partes cuecen habas, y por aquí, también. No sé si hemos perdido la capacidad de análisis y de razonamiento, si se trata de un raro fenómeno psicológico colectivo, por el que todos añoremos, de repente, esa infancia sin más tareas que taparnos la cabeza ocasionalmente, cuando alguna criatura de la noche se colaba en nuestros sueños. Pero se iba igual que había venido. Cuando abríamos los ojos ya no estaba.
        Ahora no es igual. El mundo sigue ahí cuando asomamos la nariz por encima de la ropa, cuando aflojamos los párpados, sigue la guerra en Siria, y hay cada vez más pobres, y la desigualdad, se ha instalado cómodamente para quedarse por siempre, y los derechos sociales, humanos, laborales, continúan en franco retroceso. La brecha entre pobres y ricos es ya un abismo, aunque no queramos asomarnos a él, aunque nos pongamos de espaldas a la vida.
        Estamos dispuestos a creernos los mayores embustes, las películas más enrevesadas y las promesas más disparatadas. Todos los cuentos, por fantásticos que sean, que nos aseguren un colorín colorado feliz. Debe ser la regresión.
        El fundador de Macondo, José Arcadio Buendía, creador de la estire condenada a cien años de soledad, una persona de carácter fuerte, de voluntad inamovible, de gran fortaleza física, con ilusiones extravagantes, gran interés por la ciencia, la mecánica y la alquimia, muy idealista y aventurero, decidió un buen día que el martes era lunes, y el miércoles y el jueves, también lunes. Se negó a asumir el paso del tiempo, que sólo le traía complicaciones.
        Pero la vida seguía. Y nadie pudo parar el diluvio.