Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 5 de noviembre de 2015

Desde Macondo. TODOS LOS NOMBRES

Curiosamente, en la deliciosa novela de Saramago de la que tomo prestado el título, no hay nombres. Sólo el suyo, don José , el protagonista. A lo largo del libro aparecen más personajes, pero todos ellos anónimos. El jefe, sus compañeros de trabajo, la vecina, los padres de la desconocida, el director del colegio, la asistenta de la tienda, el pastor, etc. No son importantes. No tienen nombre.
       Y poner nombre, cara y circunstancias a cualquier historia es una máxima del Periodismo. Siempre me lo han contado así. Lo próximo, lo cercano, lo que conocemos, es lo más importante. Y hay que acercar lo que queda lejos dotándolo de rasgos humanos, de cualquier detalle que nos sacuda la conciencia y nos haga leer el artículo hasta el final. Claro que es lógico que nos sobrecojan más las tragedias que pasan a nuestro lado, en nuestro lugar de residencia, en nuestro país, que las grandes catástrofes que suceden al otro lado del Globo. Y que a fuerza de ser grandes, han perdido todos los visos de realidad.
       Después de semanas, meses, años leyendo, escuchando y viendo las mil y una tragedias de los refugiados o los inmigrantes, de acostumbras la pupila a los vaivenes de pateras a la deriva, de camiones frigoríficos con macabra carga humana, de manos y pies lacerados por las afiladas concertinas, un día vemos la imagen de un niño ahogado en la playa y se nos encoge el corazón. Y todos intentamos respirar al tiempo que el pequeño sirio al que se esfuerzan en reanimar dos pescadores turcos.
       Uno es Aylan. El otro, Mohamed. Y en un pis pas sabemos todo de sus familias, de la vida que tenían en su país antes de que la guerra les obligara a irse, de la dureza del viaje a ninguna parte que emprendieron, y hasta de los escasos enseres domésticos que acarreaban para una nueva e incierta vida.
       Lo sabemos todo de ellos, y aún nos quedamos con ganas de conocer más. Porque tienen nombre. Ni un dato de la docena de pequeños que han perdido la vida en aguas griegas esta semana. Ni el sexo, ni la edad. Ni tan siquiera conocemos el número exacto, por aquello de las estadísticas, para que luego aparezca en titulares eso de “nosecuantosmil" inmigrantes han perdido la vida en el Mediterráneo en lo que va de año”. O de mes. O en un fin de semana.
       No tienen nombre, y también el número es incierto. Y lo peor es que nos estamos acostumbrando a ello. A despacharlo con “otro montón de ahogados”. Quizás haya que borrar del mapa esta Humanidad y empezar de nuevo, como en Macondo, cuando el mundo era tan reciente que las cosas carecían de nombre, y había que señalarlas con el dedo para nombrarlas.
       Para que todos tengan nombre. 

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