Cuatro mujeres muertas pocas horas
después de la celebración de una marcha histórica en contra de la violencia de
género. Una respuesta macabra y cruel. Algo así como el “ahora vas a llorar con
razón” que te decía tu madre al darte un cachete. Cuatro, para que quede claro
por qué parte de su anatomía se pasan algunos las protestas, y hacia qué lado
miran otros.
No
es pena, ni indignación, tan siquiera impotencia. Es rabia, sin paliativos, lo
que llevo intentando digerir sin ningún éxito. Somos más de la mitad de la
población. Han pasado muchos años desde que empezamos a votar, a estudiar, a
integrarnos en el mundo del trabajo… Y aquí estamos. Copando las cifras del
paro, con empleos peor remunerados que los hombres, con años más largos, que una
mujer tiene que trabajar 418 días para ganar el mismo dinero que un hombre
cobra por 365 días de trabajo.
Y
además, violables, maltratables, asesinables. Propiedad del macho alfa.
Siempre
que hay un asesinato, la maté porque era mía, con su posterior historia, se
había separado, tenía otra pareja, se había marchado de casa harta de malos
tratos o porque quería ser dueña de su vida, vienen a mi mente los versos de
Agustín García Calvo, la más bella declaración de amor que conozco: “Libre
te quiero, como arroyo que brinca de peña en peña. Pero no mía”.
Ni
de nadie. Que han pasado los tiempos de los trogloditas que porra en ristre
encontraban quien les calentara la cueva y les diera hijos; y el Medievo y el
derecho de pernada, y los años oscuros de la mujer en casa y con la pata
quebrada. Son, deberían ser, tiempos de mujeres libres, y nos encontramos
hablando un día sí y otro también de muertes violentas sin que esto parezca
tener fin.
No
es problema de mujeres, aunque seamos nosotras las víctimas. Una sociedad que
permite esto es una sociedad enferma. Y todo cuenta. Cuenta la educación,
cuenta la desigualdad y la falta de medios para acudir a la Justicia o para
encontrar ayuda, cuentan las leyes injustas, la discriminación a la hora de
acceder a puestos de responsabilidad o, simplemente a cobrar lo mismo por el
mismo trabajo. Y cuenta la sensibilidad para estar del lado de las víctimas.
No
podemos resignarnos. No podemos convertirlo en una conversación más. Una más, qué horror, cuántas van este año,
¿son más que el año pasado por estas fechas? ¿Ha sido con un hacha o con un
cuchillo? ¿Estaban los hijos delante?
No
somos de nadie. Y nos ha costado mucho ser libres. Tan altas, bajas, rubias, gordas o flacas, listas o simples,
madres o no, trabajadoras o desempleadas, serias o alegres. Como cualquier
hombre. Como cualquier persona.
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