Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Desde Macondo. EL NIÑO

Sí, yo también voy a hablar del niño-milagro. Del pequeño sirio que ha conseguido ablandar hasta los corazones más mezquinos con su sola presencia, sin decir una palabra, sin mirar a los ojos, sin enseñarnos sangre, ni heridas, ni desnudez ni pies descalzos o llagados por la caminata. Ni los estragos del hambre y el frío o los horrores de la guerra. Nada de eso.
       O todo eso, porque Aylan era un niño normal, como los que corretean por nuestros parques y en estos días alistan la mochila para volver al cole. Por eso nos ha dolido. Porque era como los nuestros, como los del inflexible Cameron, que ha pensado en sus propios hijos, o los de Rajoy, que también se sintió estremecido después de echar cuentas de cuanto nos costaría (en votos y en dinero), hacernos cargo de unos miles de familias sirias, de padres, madres y hermanos de otros pequeños Aylan.
       Llevamos semanas viendo las caras de dolor, las pieles quemadas y los pies ensangrentados de niños y niñas sirios pasando por debajo de las vallas en Hungría, asustados por las cargas del ejército en Macedonia, amontonados en vagones de carga o caminando por las vías en fila india, bajo un sol inclemente, cargados con bultos, maletas y hasta ositos de peluche.
       Y seguíamos hablando de cuotas, de PIB, de paro, de efectos llamada, de coste económico, de dinero, en definitiva. No sabemos cuántos niños se ha tragado el Mediterráneo, o se han quedado en el camino porque no han aguantado el viaje. No los hemos visto y no cuentan. Va a ser verdad que estamos en la sociedad de la imagen, que lo que no vemos no existe.
       Yo, que soy de otra época, recordé de inmediato, viendo al pequeño tendido en la playa, dos de esos poemas que aprendes de pequeña y que te hacen saltar las lágrimas desde el primer verso. Uno es Mi Vaquerillo, de Gabriel y Galán, en el que el señorito, el amo, descubre la dura vida de la gente en el campo, niños incluidos. “He dormido esta noche en el monte/ con el niño que cuida mis vacas/ (…) y en las horas de más honda calma/ me habló la conciencia/ muy duras palabras/ y le dije que sí, que era horrible/que llorándolo el alma ya estaba”.
       El otro poema es el Niño Yuntero, de Miguel Hernández, “Me duele este niño hambriento/ como una grandiosa espina/ y su vivir ceniciento/ revuelve mi alma de encina”.
      Nos ha dolido Aylan. Tal vez, algún día, alguien le haga unos hermosos versos, que aparezcan en los libros de texto y nos arranquen unas lágrimas del alma. Y nos recuerden al pequeño héroe que fue capaz de despertar a Europa.

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