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jueves, 24 de diciembre de 2015

Desde Macondo. CON EL PLATO EN LAS NARICES


También en Macondo hubo elecciones. Y también ganaron los mismos. Bueno no sé. Allí sólo había conservadores o liberales. Con sus distinciones claras. Los primeros, que habían recibido el mandato directamente de Dios, defendían el orden público, la moral familiar, la fe…Y los otros, ya se sabe, eran gente de mala índole, partidarios de ahorcar a los curas, del matrimonio civil y del divorcio. Y no había más donde elegir. Una única urna situada en el medio de la plaza, donde se depositaban las papeletas azules o rojas.
       Ganaron las azules, sin ningún D’Hont que complicara el reparto. Sin partidos emergentes de ningún signo; sin necesidad de pactos ni de entenderse con nadie. Claro, que la cosa no quedó así, y resaca duró mucho mucho tiempo. Nada menos que 32 guerras civiles perdió el coronel Aureliano Buendía antes de desengañarse de todo y de retirarse a crear pececitos de oro.
       Pero eso era en el tiempo mágico y circular de Macondo. Aquí las urnas se han revelado multicolores y nada es azul o rojo, ni blanco o negro. Lo único gris es el futuro, que las nubes cubren de momento el horizonte, y no se ve la luz por ninguna parte..
       Ahora ya no vale pensar qué hubiera pasado sí… No hay tiempo, ni es el momento, de volver a echar la culpa.-por razonable que sea-, a la ley electoral. No hay tiempo para analizar porqués, ni para plantearse si la gente no piensa, si se ha votado con las tripas y si la cabeza es una parte del cuerpo innecesaria en estas lides cuando la necesidad apremia.
       No hay tiempo para resacas ni para lamentaciones, ni para culpar a otros, ni para apelar a herencias. Nos sabemos el cuento desde el érase una vez hasta el colorín colorado.
       Hemos empezado a leer un cuento con muchos personajes, que hacen difícil elegir a un protagonista. Lo han dicho las urnas y hay que empezar una historia nueva, con muchos príncipes y princesas, con varios bosques distinto y, sobre todo, con un final que, hoy por hoy, dista mucho del habitual “fueron felices y comieron perdices” de todos los cuentos. Si acaso, añadiendo la segunda parte, “y a mí me dieron con el plato en las narices”.
       El panorama nos apunta más a un relato de terror que a un cuento de hadas; que el lobo que asomaba detrás de los árboles se ha convertido en manada, que el bosque se ha vuelto más intrincando e inexpugnable y hay demasiados caballeros andantes sin las armas suficientes para vencer a los fieros dragones.
      Total, que el final feliz se nos antoja un relato de ciencia ficción, situado en otra galaxia. Y mientras esperamos el final del cuento, ahí siguen la pobreza, el paro, la desigualdad, los salarios indignos, los contratos precarios, la desesperanza, la falta de ilusión… Y la certeza de que, una vez más, a nosotros nos darán con el plato en las narices.


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