No sé si es porque he
cumplido un año más, por la proximidad de las elecciones o por la cumbre del
clima, que ha puesto de manifiesto el lamentable estado del planeta que
habitamos. Quizá sea tan solo porque se acaba este tormentoso 2015, o porque me
he enterado que ha nacido una nueva estrella, Cervantes se llama, con cuatro
planetas bautizados como Quijote, Rocinante, Sancho y Dulcinea. O porque añoro el
momento, tres décadas atrás, en que me establecí en este Macondo que habito, y
a los pocos días cayó el Gordo de la Lotería.
El caso es que me ha
dado por pensar que hay que refundar el mundo. Que este no nos vale, y que no
tiene arreglo. Es más, va a peor. No me apetece nada seguir viendo una mala
película en la que las imágenes son o planas o terribles, y la banda sonora la
componen ruido de bombas, llantos y lamentos mezclados con el tintinear del
dinero en bolsillos inaccesibles.
Hay que refundar el
mundo para que podamos pisar suelo firme, y del cielo vuelva a caer agua limpia
y no lluvia ácida; para que el Mediterráneo vuelva a ser mar y no cementerio,
para que corran los ríos y retorne el color verde a los montes quemados, para
que la nieve no abandone las cumbres, su residencia habitual, la arena no deje
el desierto, su casa, e invada terreno ajeno, y el sol caliente lo justo, sin
incendiar la tierra.
Tal vez con un mundo
nuevo, veamos las cosas de otra forma. Con otra luz, con un aire limpio, igual
vemos más claros todos los males que hay que desterrar, la pobreza, la
desigualdad, las guerras, las intransigencias, el creciente poder de los
mercados y el poder asfixiante de los mercaderes, la tiranía de los dioses, se
llamen como se llamen, que han olvidado conceptos como paz, solidaridad,
generosidad, convivencia, justicia, amor…Los números, que han sustituido a las
palabras, y los apuntes contables, que han acabado con la poesía.
Hay que empezar de
cero. Fundar Macondo como la primera vez, cuando el primer Buendía, ideó de tal
modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y
abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido
que ninguna vivienda recibía más sol que otra a la hora del calor. Y en pocos
años, fue un pueblo ordenado y laborioso. Y hasta razonablemente feliz.
Claro que luego llegó
el diluvio, y hubo epidemias, y que la compañía bananera se marchó del pueblo,
y los pájaros muertos caían del cielo. Y hubo guerras. Pero fue después de
muchos años de soledad. Los años que estamos viviendo.
Ha sido bonito mientras
lo escribía. Habrá elecciones, y seguiremos discutiendo sobre el calentamiento
del planeta, no acabará la guerra en Siria y el Mare Nostrum seguirá siendo última
morada de centenares de refugiados que también buscan otro mundo; y habrá ricos
más ricos y pobres más pobres. Y todos intentaremos sobrevivir en estos tiempos
que nos han tocado vivir.
Creo que la estrella
recién bautizada como “Cervantes” no es habitable. Y tampoco sus planetas.
Lástima, porque sería un buen lugar para empezar de nuevo. Para refundar el
mundo.
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