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jueves, 13 de febrero de 2014

Desde Macondo. EL FACTOR HUMANO


A veces tengo que pellizcarme para comprobar que sigo siendo de carne y hueso. Que siento y padezco, que no soy como uno de esos guerreros de terracota con cuerpo y sin alma que velan en Xian el sepulcro de su emperador; o uno de los muertos que vagan por Macondo buscando el sitio que una vez tuvieron.
      Y todo apunta a que no he perdido la condición humana. Me duele cuando aprieto y hasta se me enrojece la piel. Es tan evidente que no comprendo como no lo ven. Si hasta grito, por si alguien fuera ciego. Pero también son sordos. Han borrado el factor humano de sus decisiones. Han olvidado que el recorte en Sanidad agrava lesiones, produce sufrimiento, que a veces, el proceso se torna irreversible. No comprenden que el hambre duele y que el frío mata. Que el cerebro es muy sensible y no podemos estar todo el día estrujándonos los sesos. Que el corazón se rompe y no se puede recomponer con pegamento. Que la calle es dura, y quien sale de su casa no vuelve. Que no se puede calentar la sangre helada al tener que negarle a tus hijos el pan y la sal.
      Es muy importante el déficit, y la deuda, y el equilibrio de todas las balanzas, y que ganen las eléctricas y que los bancos se recuperen y que Hacienda recaude más. Deberían  pellizcarlos a ver si dicen ¡ay! Tendrían que tirar del pelo a la factura de la luz, y a la Bolsa y al IBEX, y a la prima de riesgo, que no es familia nuestra, y a la reforma del aborto y demás leyes injustas, ya que gobiernan por y para ellas.
      Me pone enferma que hablen de compromisos con la ciudadanía, cuando nos consideran como su propio ejército de terracota. Callados y aguantando todo, porque hacen lo que tienen que hacer, lo que Dios manda ¿Qué Dios les ha votado? Nadie nos ha preguntado a nosotros si queríamos retroceder medio siglo en derechos laborales, o en la ley del aborto, o si queríamos enterrar bajo un manto de millones chinos la justicia universal. No nos han pedido opinión para decidir que ya no vale la Filosofía, que leer es caro y que ir al cine es una vulgaridad. No nos han pellizcado para comprobar el dolor de cada una de estas medidas.
      De cuando en cuando, una vicepresidenta, o alguna ministra, nos han regalado una cara de circunstancias, un pucherito de falsa comprensión y de más falsa solidaridad (y hasta un ¡que se jodan!), siempre coincidiendo con el anuncio de un nuevo recorte.
      Es evidente que no es el factor humano el que inspira las decisiones de nuestros gobernantes. Entendiendo por humanos también a los que les dieron su voto y su confianza, y que han acabado formando parte de la misma tropa de estatuas. Desde que ganaron la guerra, las personas pasaron a ser guarismos con los que efectuar sumas, restas, multiplicaciones y divisiones. Números. Herramientas que se usan a conveniencia y siempre pensando en la rentabilidad.
      No son rentables los que quieren curarse, o estudiar, o comer, o pensar. Eso es muy caro. Si acaso, un ratito, cada cuatro años, como en los cuentos de hadas, nos darán un beso en la frente para que nos despertemos y vayamos a votar. Un disciplinado ejército en formación que volverá a ser de barro apenas haya dejado la papeleta en la urna.
      Y dejará de ser visible. De ser humano.

 

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