Pensando, pensando en todas las cosas que pasan, y que nos pasan de
largo, me ha venido a la cabeza uno de mis poemas preferidos de León Felipe,
Qué Lástima. "¡Qué lástima/ que no pudiendo cantar otras
hazañas,/porque no tengo una patria,/ni una tierra provinciana,/ni una
casa/solariega y blasonada,/ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla,/ni un sillón de viejo cuero,/ ni una mesa,
ni una espada,/y soy un paria/que apenas tiene una capa...venga, forzado, a
cantar cosas de poca importancia! ".
Nos esforzamos por conocer el estado de las conversaciones para los pactos,
los enredos de los políticos en sus partidos o en los de otros, los
macrojuicios con cifras que, por inimaginables en nuestro vivir cotidiano se escapan a nuestro conocimiento. Hablamos y
hablamos de regalos carísimos, de bolsos que jamás podrán colgar de nuestros
hombros, de relojes que nunca luciremos, ni de lejos, en nuestras muñecas y de
comilonas con manjares que ni sabíamos que existían. Hasta seguimos de cerca la política americana
para conocer el último disparate de Trump. Mucho más interesante que la guerra
en Siria o la crisis de los refugiados. Hablamos, leemos y comentamos. Qué interesante
todo.
Y dejamos de lado nuestras cosas. Las cosas de poca importancia. De aquí a
un par de días será sábado, el día en
el que la gente de a pie suele hacer la compra semanal, decidir tonterías como
comprar manzanas, que están más baratas, o pollo, que cunde más que la ternera.
Y que, coincidiendo con las lluvias y la inminente
llegada del frío, se plantea si comprar otros zapatos o poner tapas y medias
suelas a los del año pasado, que aún pueden aguantar. O se pregunta por qué ha crecido tanto el dichoso
niño, que las mangas del anorak de la anterior temporada le quedan por el codo.
Y empieza a temblar por los recibos de la luz que vendrán, y porque las
Navidades, con sus inevitables gastos, están a la vuelta de la esquina.
Cosas de poca importancia, cuando al
abrir los periódicos, todos, o al sentarte frente a la tele, te encuentras con
las caras de los agraciados con las tarjetas black, o te tiran por tierra tu
concepto de buena vida, apabullándote con viajes, safaris, o compras en
Tyffany’s o Loewe .
Y con todo, no es esto lo que más me
alucina, que somos pobres hasta para sorprendernos. Me dejan boquiabierta los
cargos de las tarjetas opacas en Mercadona, en la farmacia. en Decathlon o en
un billete de Metro. Como nosotros, como si fueran humanos y tuvieran sus cosas
de poca importancia como nosotros.
Qué lástima, que ya sólo nos
sorprendan las cosas de poca importancia…
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