Los
británicos, tan cabalitos ellos, han decidido que la soledad es ya una cuestión
de Estado. Y se han puesto manos a la obra. Desde hace un par de semanas, y por
decreto, para que todo vaya rápido, existe una Secretaría de Estado que se
dedicará exclusivamente a luchar contra este drama, a investigar, a hacer
frente y a intentar acabar con algo que, al parecer, afecta en su país a nueve
millones de personas. Un Ministerio de Soledad.
Aplaudiendo la iniciativa, pero malpensada de
nacimiento como soy, nadie me quita de la cabeza que algo habrán tenido que ver
los datos que aseguran que esta epidemia de nuestros tiempos es también un
problema económico, ya que, según un estudio de la London School of Economics,
diez años de soledad de una persona suponen para el Estado unas 6.000 libras
(6.800 euros) en sanidad y otros servicios públicos.
Vamos, que las cuestiones humanitarias, también
habrán influido, pero lo primero es lo primero, y la decisión de ponerse manos
a la obra ha venido después de los números. Qué pena. Resulta que pasar semanas
e incluso meses sin hablar con nadie, las 24 horas del día completamente
aislados de la sociedad, sin compañía alguna, especialmente en el caso de las
personas mayores, puede ser más grave para la salud que la obesidad, la
diabetes o tan perjudicial como fumar
quince cigarrillos a diario. Y eso cuesta dinero, que por culpa de los
“solitarios”, no le salen las cuentas al Estado.
Supongo que cualquiera de los “estresados” políticos
que nos dirigen, en Inglaterra y en cualquier otra parte del mundo, agradecen
esa soledad agradable y reconfortante que te permite alejarte del mundanal
ruido y disponer de tu tiempo. Como para pararse a pensar en la soledad no
deseada, la de los solos y las solas de verdad, y sin haberlo elegido.
Es como el hambre, que no es lo mismo ayunar para
encontrarse mejor, estéticamente o por motivos de salud, que no tener un trozo
de pan que echarte a la boca. Dicen los expertos que en esta
epidemia de soledad tienen mucho que ver los recortes en los presupuestos, que han reducido la ayuda a domicilio o
cerrado centros de día donde suelen acudir a matar el tiempo, a buscar
compañía, las personas mayores que por una u otra razón se encuentren solas.
Será
verdad, sin duda. Como también lo es la acelerada vida actual, o el cambio en
las relaciones sociales y familiares. . Pero sea como sea, es cierto que la
soledad debe ser cuestión de Estado. Que no vale sólo con que ONG y otras asociaciones
pongan en marcha teléfonos de la esperanza o recluten voluntarios para que
lean, acompañen al médico o simplemente a dar un paseo a las personas solas.
Que las cifras alarman, y esto puede ser pandemia a la vuelta de unos años, y
no es ese el mundo en el que queremos vivir. Ni solos ni acompañados.
El
gitano Melquiades regresó a Macondo después de fallecer porque no soportaba la
soledad de la muerte. Pero es mucho peor la soledad de los vivos.
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