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miércoles, 24 de enero de 2018

Desde Macondo. “BIGOTES” DE TORMES, PABLO “EL BUSCÓN” Y CORREA DE ALFARACHE

Ni Quevedo con su Buscón, ni Mateo Alemán con su Guzmán, ni Cervantes con sus Rinconete, Cortadillo y demás especímenes habitantes del patio de Monipodio, ni el anónimo creador del Lazarillo de Tormes, y con todos los respetos a tan magnas firmas, hubieran sido capaces de crear personajes como los que se pasean por los Juzgados de Valencia y Madrid (entre otros), y adornan nuestros telediarios.
        Vamos, ni en sueños, ni echando mano a toda su imaginación y su talento, hubieran podido poner negro sobre blanco las andanzas de El Bigotes, de Correa, de Pablo Crespo… Y de sus colegas de fechorías. Enganchaita a la tele me tuvo una tarde entera la declaración de uno de ellos, como te engancha un buen libro, cuando devoras capítulo tras capítulo sin ver el momento de cerrarlo y levantarte del sofá. Estupefacta escuchaba hablar, con toda naturalidad, de nóminas en negro, “porque tenía una deuda con Hacienda y ya saben, me embargaban si cobraba legalmente”, o me regalaban viajes con mi señora y mis niños, porque comprendían que trabajando con políticos hay poco tiempo libre para disfrutar de la familia, o me regalaron un coche, porque mire usted, señoría, hacía muchos kilómetros todos los días.
        Y eso por no hablar del que pedía que se acelerara el juicio porque estaba aprendiendo a “pochar” en un curso de cocina en la cárcel, y se lo iba a perder. O el que argumentaba que se había levantado a las cinco de la mañana para ir al Tribunal y ya estaba cansado. O el que había tomado muchas cocacolas y quería ir tranquilamente al baño, sin pensar en que luego tenía que volver a la sala para seguir respondiendo. Qué fatiga. ¿No me digáis que no es para estar fascinada?
        España siempre ha sido un país de pícaros. Hasta tenemos género literario propio, la novela picaresca, y personajes que forman parte de nuestra intrahistoria y que, tal vez, han dejado su ADN en nuestros genes. En algunos más que en otros, claro está. ¿Quién no se ha reído con las maniobras para sobrevivir del pobre Lázaro de Tormes? O con los hurtos constantes de Don Pablos, el Buscón de Quevedo, o con las tretas de Guzmán, el de Alfarache. Hemos admirado la pericia del dómine Cabra para hacer mil caldos con el mismo hueso, que sumergía una y otra vez en la marmita atado de un cordel, y hemos aplaudido el truco de agujerear la bota de vino para beber al tiempo que el “jefe”, y gratis.
        Pero aquí se acaba el chiste. Hemos vuelto al Siglo de Oro pero, como el mundo está al revés, no son los pobres los que engañan a los ricos. Se han vuelto las tornas y ahora los pícaros son los poderosos (léase poder político o económico). En el Patio de Monipodio del siglo XXI, el de Rinconete y Cortadillo, “no sólo las prostitutas y demás gente del hampa están al servicio de la sociedad secreta que él preside; también pertenecen a ella los pilares de la sociedad visible: los procuradores, los alguaciles, los verdugos, los escribanos o notarios y hasta los ciudadanos decentes”. Blanco y en botella para trasladarlo a nuestro tiempo. Con el Bigotes, Crespo o Correa, alrededor del pozo, junto a las frescas macetas de albahaca toman el fresco empresarios de pro que nos recomiendan trabajar como chinos mientras ocultan sus millones en Suiza, en las Caimán o en Panamá; banqueros con sueldos millonarios, después de haber engañado con preferentes y otras artimañas a miles de personas; y políticos de esos que recetan austeridad mientras se aseguran de perpetuarse en el cargo, por los medios que sean.
        Los nuevos personajes de nuestra particular novela picaresca visten de traje (regalado, claro) y corbata, y sus aventuras, que no desventuras, no nos hacen precisamente sonreír. Que nos recuerdan crisis, desahucios, desempleo, recortes en servicios básicos, miles de dramas cotidianos que todos hemos vivido en carne propia o próxima, mientras ellos se divertían con sus correrías.
        Ojalá sacudan la manta bien sacudida, y dejen al descubierto a tanto sinvergüenza que ha arruinado nuestro presente y muchos futuros. 

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