Todos hemos dicho alguna vez, y hemos
soportado que nos lo digan, eso de
“tienes una memoria de pez”, para resaltar que alguien que es incapaz de
recordar que comió a mediodía, donde dejó las llaves o el teléfono, o el nombre
de la persona con la que ha hablado hace unos minutos. Y siempre me he preguntado por qué los
comparamos con los peces, quién sabe qué recuerdan estos bichos en libertad o
en el acuario, que son decorativos y nutritivos, pero poco o nada interesantes.
Memoria
de pez. Pues mira por dónde me he topado con un estudio de no sé qué
universidad de Canadá que desmonta la teoría, que dice que esos animalitos que
dan vueltas en la pecera sin rumbo fijo, o que caen en masa en las redes de
pescadores, son capaces de recordar lugares y situaciones durante al menos doce
días y no solo unos segundos, como se creía hasta ahora. Gran descubrimiento.
Pero
no es de peces de lo que quería hablar, sino de memoria. De la nuestra, que va
camino de elevar la de los peces a la categoría de la de los elefantes (que
dicen que tienen mucha, tampoco sé como lo han averiguado). Siempre he
presumido de buena memoria, aunque cada vez sean menos las cosas que recuerdo,
sospecho que por voluntad propia, porque como Cervantes con su lugar de la
Mancha, no quiero acordarme.
Y
así va el mundo. Tal vez sea verdad el manido tópico de que hoy en día, todo
sucede con tal rapidez, que no nos da tiempo a procesarlo convenientemente y a
almacenarlo para usarlo en el momento preciso. Más que nada, para no tropezar
en la misma piedra, que es a lo que estamos abonados.
No
nos acordamos de la anterior cuesta de enero, que subimos con tantas fatigas el
año pasado y el anterior y el de más atrás; no nos acordamos de los recortes,
que ahora nos muestran hospitales colapsados o colegios sin calefacción; o
niños con interminables rutas en autobús para llegar a clase. Ni de las
autopistas “rescatadas” que ahora nos dan gato por liebre o nieve por vías
despejadas; ni de los apaños con las eléctricas que nos paralizan a la hora de
encender la calefacción o poner la lavadora con agua caliente. Ni de los
salarios congelados durante años, ni de esos tiempos en que el trabajo era de 8
horas y previo papel firmado que reconocía el derecho al despido.
Cual
si fuéramos peces, aún con el descubrimiento de que su memoria es un poquito
más amplia, nos hemos apresurado a vivir hoy, sin más, sin pensar en que, no
hace tanto, era habitual hacer planes, tener un proyecto de vida, pensar en una
vivienda, en hijos y hasta en una casita en la playa o en el pueblo, merecido
premio a una vida de esfuerzos.
Cierto
que todo va muy deprisa, pero si no hacemos un esfuerzo por recordar, nunca
podremos reconquistar lo que nos han quitado. Seguiremos dando vueltas en el
acuario, cayendo en cualquier red que nos tiendan. Siendo eternamente peces.
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