Habida cuenta de que la
amnesia es la respuesta que hemos obtenido a las preguntas que centran desde
hace meses la vida en este país de nuestros dolores (sin segundas), me he
informado a fondo, dentro de mis posibilidades y mis cortos entenderes, de lo
que significa la palabreja, de raíz griega y amplio uso en consultas de
psiquiatras y psicólogos, en las que vamos a acabar todos, por otra parte.
Amnesia es la pérdida o
debilidad de la memoria. Así de fácil, según la Real Academia de la lengua. Una
única acepción. Lo demás, lo ponen los profesionales… y los políticos. He leído
que hay un montón de tipos de amnesia, que casi siempre es un mecanismo de
defensa (ya nos vamos entendiendo) y que la más común es la transitoria, que suele
durar unas 20 horas de media. Aún estamos en plazo para que algún exsecretario
recupere el disco duro de su cerebro y nos cuente algo.
La amnesia puede
producirse por un shock, por un episodio traumático o por un golpe en la
cabeza. Por cierto, que hablando de cabezas, viene a la mía la imagen de las
películas de humor en las que otro golpe hace recuperar los recuerdos. Igual es
cuestión de probar, pero creo que dicha técnica no entra en los procedimientos
de interrogatorios judiciales.
Pero hablando en serio,
no es serio. Todo el país pendiente de unas declaraciones que se han
sustanciado en un “no recuerdo”. He oído a expertos en Derecho explicar que es
la mejor forma de no ser acusado de perjurio si, andando el tiempo, se prueban
los hechos que los han llevado ante el juez. Ya saben, quien hizo la Ley hizo
la trampa, y, aunque no se acuerden de haber cobrado sobresueldos, seguro que
no les falta un pellizquito para pagar los mejores asesores legales.
En Macondo, tras la
epidemia de insomnio, y como daño colateral, llegó la peste del olvido y José
Arcadio Buendía encontró un sistema para atajarla. Etiquetó todos los objetos, animales y
plantas que constituían su entorno. Puso un letrero con “gallina”, otro con
“cacerola”, con “pared”, con “silla”, con “mesa”. . Hasta uno con “Dios
existe”. Escribió cientos de carteles… Hasta que se le olvidó leer.
Y en ese trance
estamos. En el del agotamiento y esperando un milagro, un Melquiades regrese de
la muerte con un brebaje para acabar con la epidemia. Para que todos olvidemos
que una vez pensamos que la verdad resplandecería.
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