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jueves, 1 de agosto de 2013

Desde Macondo. MEDIO PAN Y UN LIBRO

Han pasado muchas cosas en los últimos ocho días. Muchas y muy señaladas, como la tragedia del tren, que todos nos afanamos por digerir como mejor podemos. Y las pequeñas miserias del día a día han quedado aparcadas porque la muerte y el dolor se abren paso en la vida con prioridad absoluta, como un mazazo que nos pone en nuestro sito. Aunque hayan pasado otras cosas, y estemos a la espera de que pasen más. Hoy mismo, por cierto.
       Y confundida entre el ruido de preguntas y lamentos, llegaba a Macondo, y a todos los lugares, imaginarios o reales, una declaración escalofriante, la de una alcaldesa de una población importante (más de cien mil habitantes), que se quejaba de que las bibliotecas no dan dinero, “nada de dinero”, exactamente, y encima tenían que pagar el sueldo de los empleados.
       Medio pan y un libro. Fue lo primero que pensé. Me vino a la cabeza el discurso de Lorca en la inauguración de la biblioteca de Fuentevaqueros, a comienzos de los años treinta: “Si tuviera hambre y estuviera desvalido, no pediría un pan, pediría medio pan y un libro. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan.”
       No conozco las finanzas del municipio canario, ni los apuros que esté pasando su alcaldesa, por cierto imputada por malversación, fraude fiscal y falsedad, para que se plantee la rentabilidad en euros o pesetas de una biblioteca. Pero compadezco a los habitantes de esa ciudad y de todas las que están en manos de quienes consideran que la cultura no es alimento, que es inútil invertir en conocimientos, en ciencia, en educación, en investigación. En libros.
       Quien no está dispuesto a dar un libro tampoco se conmoverá con el hambre para facilitar ese medio pan que también necesitamos. La excusa de la crisis nos está privando de alimento para el cuerpo y el espíritu. Claro que es un drama la pobreza, y las noticias sobrecogedoras y constantes de niños malnutridos, de familias enteras que tienen que acudir a comedores sociales.
       Pero es más dramático estar en manos de quienes desprecian la cultura, porque, al mismo tiempo, desprecian a la persona con todas sus necesidades y en toda su magnitud.

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