Han
pasado muchas cosas en los últimos ocho días. Muchas y muy señaladas, como la
tragedia del tren, que todos nos afanamos por digerir como mejor podemos. Y las
pequeñas miserias del día a día han quedado aparcadas porque la muerte y el
dolor se abren paso en la vida con prioridad absoluta, como un mazazo que nos
pone en nuestro sito. Aunque hayan pasado otras cosas, y estemos a la espera de
que pasen más. Hoy mismo, por cierto.
Y
confundida entre el ruido de preguntas y lamentos, llegaba a Macondo, y a todos
los lugares, imaginarios o reales, una declaración escalofriante, la de una
alcaldesa de una población importante (más de cien mil habitantes), que se
quejaba de que las bibliotecas no dan dinero, “nada de dinero”, exactamente, y
encima tenían que pagar el sueldo de los empleados.
Medio pan y un
libro. Fue lo primero que pensé. Me vino a la cabeza el discurso de Lorca en la
inauguración de la biblioteca de Fuentevaqueros, a comienzos de los años
treinta: “Si tuviera hambre y estuviera desvalido, no pediría un pan, pediría
medio pan y un libro. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los
hombres sepan.”
No conozco las
finanzas del municipio canario, ni los apuros que esté pasando su alcaldesa,
por cierto imputada por malversación, fraude fiscal y falsedad, para que se
plantee la rentabilidad en euros o pesetas de una biblioteca. Pero compadezco
a los habitantes de esa ciudad y de todas las que están en manos de quienes
consideran que la cultura no es alimento, que es inútil invertir en
conocimientos, en ciencia, en educación, en investigación. En libros.
Quien no está
dispuesto a dar un libro tampoco se conmoverá con el hambre para facilitar ese
medio pan que también necesitamos. La excusa de la crisis nos está privando de
alimento para el cuerpo y el espíritu. Claro que es un drama la pobreza, y las
noticias sobrecogedoras y constantes de niños malnutridos, de familias enteras
que tienen que acudir a comedores sociales.
Pero es más
dramático estar en manos de quienes desprecian la cultura, porque, al mismo
tiempo, desprecian a la persona con todas sus necesidades y en toda su
magnitud.
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