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jueves, 15 de mayo de 2014

Desde Macondo. LAS SIETE DIFERENCIAS


Nunca he sido muy buena en el famoso pasatiempo de buscar las siete diferencias. Era más de crucigramas. Me parecía una pérdida de tiempo andar mirando un dibujo para descubrir, y marcar con un círculo rojo, a la señora sin bolso, el árbol con una rama más o el cielo con una nube menos. Y andando el tiempo, aquí me veo, tratando desesperadamente de demostrarme que no es lo mismo, que como dice la canción, “no es lo mismo, decir, opinar, imponer o mandar, las listas negras, las manos blancas... no es lo mismo…” Y sigue, vale… que a lo mejor me lo merezco”. Pues eso, a lo mejor lo merecemos, pero quiero encontrar las diferencias, aunque sean pocas. Menos de siete.
Ha irrumpido en la campaña, como elefante en cacharrería, la idea de un gran pacto de salvamento nacional que no sé muy bien a quién beneficia. Sé a quién no. A nosotros, a los de siempre. No milito en ningún partido, pero tengo la certeza de que las bases de cada cual, los que no tienen cargo (y sí cargas), los que confían en que su apoyo, por humilde que sea, puede cambiar las cosas, tampoco creen que sea lo mismo.

No puede ser igual quien ha sentado las bases del estado del bienestar, con sus luces y sus sombras, que quien en el sacrosanto nombre de la crisis ha destruido, metódicamente, con prisa y sin pausa, cada uno de los derechos que con tanta fatiga hemos conquistado.
No es lo mismo. No pueden hacernos esto, y menos porque vean sus sillones en peligro. No pueden decirnos ahora que todo era puro teatro, que lo del y tu más, la herencia recibida y demás representaciones de los últimos años eran sólo óperas bufas para mantenernos entretenidos, que unos y otros forman parte del mismo juego de ajedrez en el que los pobres peones, nosotros, no pintábamos nada.
Hemos asumido, a la fuerza ahorcan, que quien manda es el dinero, y nos agarrábamos como clavo ardiendo a los matices. Vale, los mercados dictan las órdenes, pero hay interpretaciones, y alguna pequeña rebelión de cuando en cuando. Todos visten traje oscuro, pero hay colores en las corbatas. O eso creíamos.
En plena campaña, nos han dejado sin horizontes. Un montón de farolas iguales con carteles desde los que nos miran hombres y mujeres sin cara y sin siglas. Sin diferencias que marcar con el rotulador rojo.
Tal vez haya que marcarlos a ellos. A los que pretenden perpetuarse por encima de ideologías, de consideraciones, de razones; a los que pretenden despersonalizar todo por un mal entendido personalismo. A los que matan  ilusiones de un futuro con más educación, mejor sanidad, más atención a los desfavorecidos, menos desigualdad… Más humanidad.
Todos los hombres de Macondo, los varones Buendía, llevaban por nombre Arcadio o Aureliano. Durante siete generaciones, se sucedían unos a otros hasta llegar a confundirse y a confundirnos, hasta perder su individualidad, y dejarnos en la memoria sólo los rasgos comunes. Los Arcadios eran impulsivos y los Aurelianos, tímidos y soñadores. Siempre iguales. Así, durante cien años de soledad. Pero no eran los mismos.
 

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