… Como descanso deja. En Macondo es aún
2013 cuando escribo estas líneas. Apuro las últimas horas mientras trato de
buscar una palabra, una frase que resuma 365 días de tiempo circular, donde las
malas noticias se han ido encadenando formando un anillo perverso del que hemos
salido a duras penas, y naltrechos. De ahí el título. Tanta paz lleve el año
como descanso deja, a la espera del siguiente.
Creo que si a los que ya hemos avanzado un buen trecho
en la vida nos dieran la ocasión de
borrar un año de los vividos hasta el momento, el que se va, el 2013, sería uno
de los más firmes candidatos. No voy a hacer un balance de lo perdido; no voy a
meter el dedo en la llaga de la pobreza, de las desigualdades, de la
desesperanza y del futuro imperfecto. Las heridas siguen abiertas y sin visos
de cicatrizar. Cada cual tiene las suyas
y se las lame como puede. O hasta que puede.
Pero hay una herida colectiva que este año maldito ha
infectado y que amenaza con gangrenarse, llevándonos al final de los finales. Es
la falta de alegría. Han amputado la alegría así, en global y esto es, con
mucho, el peor crimen de 2013. Hasta hace unos meses se veían tímidas sonrisas,
alguna risa franca, hasta una carcajada eventual, fruto de la esperanza que es
lo último que se pierde.
A nadie han engañado las fiestas, los parabienes, los
brindis, los menguados regalos del papá Noel de turno, las risas puntuales en
comidas y cenas familiares, en tardes de compras o en celebraciones varias.
Falta la alegría, que viene casi siempre de la mano de la ilusión. También
ausente. Han desconectado de golpe la luz y el sonido. No hay carcajadas, y apenas
hay luces, más allá de la que los
esforzados habitantes de Macondo logran encender en sus corazones buscando y
rebuscando la chispa en los remotos rincones donde se ha escondido
Tal vez sea ese el mejor propósito para el año que
empieza, defender la alegría. Como diría Benedetti, como un principio, como una
trinchera, defenderla de la miseria y los miserables, de los ingenuos y de los
canallas, defenderla del óxido y la roña. Defender la alegría como un derecho.
Esta vez necesitamos mucho más que buenos deseos. Más
que una tarjeta de “Próspero Año Nuevo”, necesitamos sacudirnos el fatalismo,
la resignación y la amarga certeza de que los magos de Oriente sólo dejarán
carbón en nuestros zapatos.
Somos más y somos mejores que unos cuantos tristes
reyes, por muy investidos de poder que se encuentren. No nos creemos lo que
dicen unos pocos, (los que más tienen), que sacrificándonos muchos (los de
siempre), mejoraremos todos. Es justo al revés.
Con el puntapié en salva sea la parte al año que
dejamos, tenemos que recobrar la alegría, aunque venga de la mano de la rabia.
No podemos consentir otro año de soledad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario