Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 2 de enero de 2014

Desde Macondo. TANTA PAZ LLEVE...

… Como descanso deja. En Macondo es aún 2013 cuando escribo estas líneas. Apuro las últimas horas mientras trato de buscar una palabra, una frase que resuma 365 días de tiempo circular, donde las malas noticias se han ido encadenando formando un anillo perverso del que hemos salido a duras penas, y naltrechos. De ahí el título. Tanta paz lleve el año como descanso deja, a la espera del siguiente.
       Creo que si a los que ya hemos avanzado un buen trecho en la vida  nos dieran la ocasión de borrar un año de los vividos hasta el momento, el que se va, el 2013, sería uno de los más firmes candidatos. No voy a hacer un balance de lo perdido; no voy a meter el dedo en la llaga de la pobreza, de las desigualdades, de la desesperanza y del futuro imperfecto. Las heridas siguen abiertas y sin visos de cicatrizar.  Cada cual tiene las suyas y se las lame como puede. O hasta que puede.
       Pero hay una herida colectiva que este año maldito ha infectado y que amenaza con gangrenarse, llevándonos al final de los finales. Es la falta de alegría. Han amputado la alegría así, en global y esto es, con mucho, el peor crimen de 2013. Hasta hace unos meses se veían tímidas sonrisas, alguna risa franca, hasta una carcajada eventual, fruto de la esperanza que es lo último que se pierde.
       A nadie han engañado las fiestas, los parabienes, los brindis, los menguados regalos del papá Noel de turno, las risas puntuales en comidas y cenas familiares, en tardes de compras o en celebraciones varias. Falta la alegría, que viene casi siempre de la mano de la ilusión. También ausente. Han desconectado de golpe la luz y el sonido. No hay carcajadas, y apenas hay  luces, más allá de la que los esforzados habitantes de Macondo logran encender en sus corazones buscando y rebuscando la chispa en los remotos rincones donde se ha escondido
       Tal vez sea ese el mejor propósito para el año que empieza, defender la alegría. Como diría Benedetti, como un principio, como una trinchera, defenderla de la miseria y los miserables, de los ingenuos y de los canallas, defenderla del óxido y la roña. Defender la alegría como un derecho.
Esta vez necesitamos mucho más que buenos deseos. Más que una tarjeta de “Próspero Año Nuevo”, necesitamos sacudirnos el fatalismo, la resignación y la amarga certeza de que los magos de Oriente sólo dejarán carbón en nuestros zapatos.
       Somos más y somos mejores que unos cuantos tristes reyes, por muy investidos de poder que se encuentren. No nos creemos lo que dicen unos pocos, (los que más tienen), que sacrificándonos muchos (los de siempre), mejoraremos todos. Es justo al revés.
       Con el puntapié en salva sea la parte al año que dejamos, tenemos que recobrar la alegría, aunque venga de la mano de la rabia. No podemos consentir otro año de soledad.
 

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