José Arcadio, patriarca de los
Buendía, murió viejo y loco atado al castaño del patio de su casa en Macondo;
al último Aureliano, el bebé que nació con cola de cerdo, se lo llevaron las hormigas mientras
la familia, que tanto los había querido, andaba afanada en sobrevivir.
En los últimos días ha saltado a la
actualidad una noticia escalofriante. Cientos de enfermos permanecen en los
hospitales tras recibir el alta porque sus familiares no van a recogerlos. Así,
de entrada, me viene a la cabeza la campaña sobre las mascotas que se hizo
famosa hace unos años. Un perrito con cara triste en una gasolinera en mitad de
ninguna parte y la leyenda “No lo abandones. Él nunca lo haría”.
Y las leyendas urbanas de los tiempos de bonanza, cuando el abuelo se quedaba
en el hospital mientras duraban las vacaciones.
Pero no hace falta escarbar mucho para
toparse con la realidad que, como siempre, supera a la ficción. Habrá
desalmados, los hay en todas partes, que vean en la enfermedad una ocasión para
librarse de la carga. Pero no es menos cierto que los recortes, la falta de
plazas en las residencias, la asfixia económica de las familias y el miedo a no
poder atender adecuadamente al enfermo, están detrás de la noticia.
Especialmente cuando, y el dato es de
ayer mismo, una comunidad autónoma reduce hasta el 90 por ciento de la ayuda a
dependientes, dejándola en algún caso en 31,9€ al mes. Sí, han leído bien. Y
ahora, toca pensar en el precio de los pañales, las gasas, las vendas, el
alcohol, los analgésicos y todo lo que ha salido del sistema sanitario y hay
que pagar a tocateja. Sin contar comida y tiempo, que los dependientes
necesitan todo el del mundo.
Quien habló alegremente de familiares
canallas que abandonan a sus enfermos, tendría que mirar la renta de esa gente,
los miembros de la casa que están en paro, si pueden pagar la luz para mantener
un mínimo confort, la rehabilitación, el centro de día o el gimnasio al que no
van a poder llevarlo, porque también hay que pagarlo. La calidad de vida que le
pueden ofrecer a un enfermo crónico, o a la abuela que se ha roto la cadera y
no volverá a andar.
Sigo creyendo en la gente, en las
personas, y me niego a pensar que nadie haga algo así por deporte, por maldad
pura y dura. Los malos son otros, los que piensan-y lo dicen-en los números
antes que en los ciudadanos. Los que han dejado atrás todo atisbo de humanidad.
Ellos sí han abandonado a los ciudadanos.
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