Los
que tuvimos la suerte de estudiar Historia, con mayúsculas, en casi
todos los cursos desde que pusimos el pie en una escuela, recordamos
perfectamente las llamadas "invasiones bárbaras", que
tuvieron lugar allá por el siglo V, en plena decadencia del Imperio
Romano. Seguro que os suenan los suevos, los vándalos y los alanos,
que no sé si vinieron en este orden, pero así es como lo
aprendimos. Llegaban en oleadas sucesivas, y se quedaban donde mejor
les cuadraba.
Conquistaban
a sangre y fuego, aplastando sin miramientos la cultura, el arte y la
civilización que había cambiado de manos, destruyendo gratuitamente
lo que les parecía, sólo por demostrar que ellos la tenían más
larga. La espada. Y los pobres íberos, los habitantes de Hispania,
ver, oir y callar, si en algo apreciaban su vida.
Pues
ya véis, me he acordado de los bárbaros, que seguro dormirán
plácidamente sus borracheras y excesos en las páginas de mis textos
de juventud, viendo las invasiones de turistas varios que se
desparraman por nuestras costas, también por el interior, haciendo
todo tipo de barrabasadas, como si el país entero fuera un campo
listo para ser arrasado. Como si estuviéramos encantados de que nos
"conquistaran" a cualquier precio. Y sí, dejarán dinero,
pero no todo vale.
No
hay más que asomarse a los telediarios para comprobar, un día sí y
otro también, que la "turismofobia" se va abriendo paso
por culpa de los energúmenos descendientes de los suevos, los
vándalos, los alanos o del mismísimo Atila.
Ya
no hablo del "balconing", que al fin y al cabo, si deciden
matarse es su problema. Las macroborracheras ponen al límite la
paciencia de los vecinos, los llamados "pisos turísticos"
multiplican por diez su capacidad, con las consiguientes molestias
para los que viven en la planta superior, o en la inferior, y tienen
que trabajar al día siguiente. Y no digo nada de la suciedad que
generan, de la inseguridad que produce cruzarte por la calle con
estas hordas de personas semidesnudas y vociferando, sea la hora que
sea, que para ellos son simplemente vacaciones.
Los
bárbaros pueden destrozar un chiringuito, tatuar su nombre en la
frente de un pobre sin techo, colocar papeleras y mobiliario urbano
en el centro de la calzada, lanzarles monedas a los mendigos o
pintarle barba y ojos de gato a una escultura del Pórtico de la
Gloria. Porque es su momento, el de la invasión.
Claro
que está bien eso de ser el primer destino turístico, que nuestra
oferta y nuestros precios sean competitivos y atractivos para
personas de cualquier punto del planeta. Pero hay que empezar a ser
selectivos, o esto puede acabar como el rosario de la aurora. No
tengo nada contra el turismo de sol y playa, pero de hecho me consta
que son muchos, de dentro y fuera de Europa, los que optan por otra
forma de conocer el país, precisamente huyendo de broncas y
botellones.
Afortunadamente,
y hasta el momento, a los "bárbaros" no les da por la
historia y la cultura, por visitar castillos, monasterios, catedrales
o museos, que sería una catástrofe. Pero no estaría mal
enfrentarse con mano dura a quienes, muchos siglos después, vienen a
invadirnos sin miramientos.
Se
gasten lo que se gasten, que hay cosas que no tienen precio.
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