Los Rohingya, históricamente
también denominados Indios arakaneses, son un “sin estado”.
Las leyes de Myanmar, antigua Birmania, les niegan la posibilidad de adquirir
una nacionalidad porque no reconoce a
esta minoría étnica como una de las "razas nacionales".
También se les restringe la libertad de movimiento, la educación estatal y los
empleos en la administración pública. Ellos sostienen que son residentes de
larga duración, por ser los descendientes de los habitantes de la Arakan precolonial, desde el siglo XII,
Hasta
aquí los fríos datos. Los que se encuentran en cualquier buscador y hasta en la
Wikipedia, si alguien se molesta en saber qué es esa palabreja que, de cuando
en cuando, y en letras no muy grandes, aparece en los periódicos. Porque la
verdad es que, hasta que no nos han llegado las imágenes, de la mano de
cooperantes y organizaciones humanitarias, ni nos había ocupado ni preocupado
la situación, que ya viene de largo, de poco más de un millón de personas en un
remoto país del sudeste asiático.
Pero
entre el procés, los huracanes y la asamblea de la ONU, se han colado los rohingya,
y es difícil mirar hacia otro lado. Hasta Naciones Unidas ha calificado lo que
está pasando como “una limpieza
étnica de manual”. Pone los
pelos de punta que se pueda dar una definición así y seguir como si tal cosa.
Hablamos
de eliminación sistemática de un pueblo. Metódicamente. Paso a paso. Con todas
las garantías. Rodear la aldea, disparar a todo lo que se mueve y luego,
prender fuego. Y a la siguiente. Los que pueden huir, casi todos a la vecina
Bangladés, se hacinan sin ropa, sin techo y sin comida, entre barro y
enfermedades, que tampoco el país está para muchas alegrías, y menos para
acoger a miles de inmigrantes sin ningún recurso y con muchas necesidades.
¿No
es esto lo que en teoría se llama una crisis humanitaria? ¿No deberían las
naciones poderosas hacer esas conferencias de recogida de fondos, de donantes,
creo que las llaman? Al parecer no. Son rohingyas, y ni en su casa los conocen,
nunca mejor dicho.
Ha
tenido que venir la tele, con sus espectaculares imágenes de niños de ojos
grandes y mirada perdida, llenos de mocos y con los pies ensangrentados, para
que nos molestáramos en acudir a un diccionario para saber quiénes son los
rohingya, para que los situáramos en el mapa, por lo menos. Y para que durante
unos cuantos días, hasta que llegue otro huracán Irma, o Trump diga una nueva
tontería, o nos aburramos definitivamente del procés, prestemos un poco de
atención al sinsentido de una limpieza étnica, de un genocidio que nos suena
muy lejano, pero que está a unas horas de avión.
Y
sobre todo, está en el mismo mundo que habitanos. Y digo que habitamos, no que
compartimos. Mientras escribo esto, la ONU celebra Asamblea. Todos pendientes
del discurso de Trump, el primero ante la comunidad nacional.
Seguro
que no habla de los rohingya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario