Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 14 de septiembre de 2017

Desde Macondo. EL PROCESO

No pensaríais que iba a sustraerme de hablar del desafío soberanista, del procés o, en román paladino, el proceso. Aunque sólo sea por hacer un sano ejercicio de liberación, de desintoxicación, y porque no voy a ser yo la única que no haga una sesuda columna sobre el tema. Y a pesar de que hablar de “proceso” me produce el mismo desasosiego que en su día experimenté al leer la obra de Kafka, y que experimento cada vez que pienso en ella.
        Y al fin y al cabo, lo que está pasando es kafkiano, entendiendo el adjetivo en su más pura definición de “Cosa o situación absurdamente complicada y extraña”. Para quien no conozca la obra, en el relato, Josef K. es arrestado una mañana por una razón que desconoce, y de la que, por tanto, no puede defenderse, por mucho que se enreda en leyes, recursos y abogados.
        Todo muy angustioso. Como el “procés” en el que estamos envueltos todos, no sólo los catalanes, del que escuchamos mucho y  entendemos poco, porque falla el comienzo. No sabemos por qué ha pasado ni cómo han permitido que llegáramos hasta aquí. Unos y otros.
        En este proceso extraño se han juntado el pan con las ganas de comer, la intransigencia de unos con el afán de protagonismo de otros, sazonado todo con las ansias de poder, con esperanzas de réditos electorales y, sobre todo, con miopía. Y de esta mezcla extraña ha salido el cóctel más explosivo.
        Confieso que hasta ahora me aburría  el tema, que tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no pasar de largo las páginas con el cintillo de “desafío separatista” con que nos llevan obsequian todos los días desde hace un lustro los periódicos.  Pero como el pobre Josef K. a medida que pasan los días, voy cayendo en el fatalismo, en pensar que esto no tiene remedio, porque nadie está dispuesto a remediar nada.
        Hartita estoy de ver cómo zarandean a la Ley, con mayúsculas o a las leyes, en minúsculas, unos para hablar de su Imperio y otros, para asegurar que se las van a saltar. Es curioso ver como las manejan a su antojo quienes tienen la obligación, que para eso les pagamos, de sentarse a hablar, de buscar soluciones y de encontrar, de común acuerdo, no lo mejor para ellos, para sus formaciones políticas o para sus intereses, sino para los ciudadanos.
No tienen derecho a convertirnos a todos en protagonistas del Proceso, a mantenernos angustiados por una situación que no hemos creado y que se nos escapa, que nos lleva camino a la fatalidad.  
Una noche dos guardias vienen a buscar a Josef K. para ejecutar la condena. Y en sus últimos momentos, sin haber entendido nada, solo desea poner fin al proceso, asumiendo de algún modo como cierta una culpa desconocida.

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