Las declaraciones del delegado del
Gobierno en Murcia calificando “la oleada de pateras” que está llegando a la
costa murciana como “un ataque coordinado contra nuestra frontera, y por tanto,
contra las fronteras de Europa, me ha traído a la memoria de inmediato de
inmediato la Historia que estudiaba, cuando se enseñaba historia, y nos
contaban las invasiones bárbaras que acaecieron en la decadencia del imperio
romano. Los bárbaros llegaban “en sucesivas oleadas”.
Y yo me imaginaba a los primitivos
hispanos contando invasores, viendo como pasaban los suevos, los vándalos y los
alanos, entre otros, y se quedaban para complicarles la existencia,
obligándoles a cambiar su forma de vida, comiéndose su comida, ocupando su
espacio y, en definitiva, obligándoles a salir de su zona de confort y a
replantearse muchas cosas.
Y mira por dónde, andando los siglos, un
señor de Murcia nos vuelve a hablar de invasiones, obviando el pequeño detalle
de que quienes arriban a las cosas no son fieros soldados armados hasta los
dientes, sino pobres inmigrantes muertos
de miedo y de frío. Que no es precisamente la idea que yo tengo de una
invasión, y mucho menos de un ataque coordinado.
Cierto que cientos de inmigrantes están
llegando a nuestras playas en las últimas semanas. Van llegando en oleadas,
empujados por las guerras, por el hambre, por las urgencias de las mafias, que
también tienen sus tiempos, y con el “placet” del cambio climático, que ya no
hay que aprovechar el verano, cuando el mar se encuentra más apacible.
Tal vez, dentro de cincuenta o cien
años; saldrá en los libros de texto lo que ahora estamos viviendo. No será
fácil, aunque la Historia siempre la escriben los ganadores, contar que, lejos
de acoger con los brazos abiertos a quienes huían de la hambruna, del terror,
de la destrucción y de la muerte, los pueblos “civilizados” nos blindamos ante
los nuevos bárbaros con todo tipo de elementos, desde vallas a concertinas,
pasando por muros y repatriaciones.
No sé cómo se interpretarán las
imágenes, que seguro saldrán en los libros, de esas hileras interminables de
hombre, mujeres y niños pidiendo socorro desde una frágil barca hinchable, o
sus tímidas sonrisas envueltas en una manta roja, ya en tierra, mientras piensan
que han llegado al Paraíso.
Será difícil plasmar en un capítulo, en
una lección del libro, las vergonzosas discusiones de los mandatarios de todo
el mundo, especialmente de los europeos (porque Trump merece capítulo aparte),
empeñados en sus cuotas y en si a ti te tocan tres mil y a mi 7.500.
La Historia nos juzgará. Mientras tanto,
los inmigrantes siguen llegando en oleadas continuas y nosotros seguimos sin
saber qué hacer con ellos, más allá de atrincherarnos en nuestro mundo y de blindar nuestro bienestar, para
que no nos lo toque nadie.
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