¡Vaya
agosto que nos están dando! Ya ni recuerdo cómo era, cómo debería ser, el mes
de vacaciones por definición y de letargo, por extensión. En poco tiempo ha
pasado de ser un mes amable, vacacional, final de lo malo y principio de muchas
cosas buenas, mes de reencuentros y soledades, de bullicio y tranquilidad, a
gusto del consumidor, a convertirse en una sucesión de días sembrados de
inquietudes y rollos más malos que buenos.
Si
tuviera que definir el término “agosticidio”, ya que la Real Academia aún no lo
admite (todo se andará), diría que no es sólo “matar” al mes de agosto, sino
algo mucho más doloso, que es continuar con la matraca de todo el año, pensando
además que pasaremos todo por alto, bien sea por encontrarnos en otra dimensión
(física o personal), o porque el calor nos vuelve más comprensivos. O más
pasotas. O más tontos.
Hasta hace unos años, las agresiones al mes de
agosto eran llevaderas. Con agosticidad, premeditación y alevosía, nos
levantaban las calles y bacheaban las carreteras, a veces, hasta daban el
último empujón a un edificio histórico cuya demolición había levantado las iras
de la gente. O subían alguna que otra tarifa de luz o de agua. Y poco más. El
resto de las noticias las ocupaban las fotografías de playa de los famosos,
algún divorcio que otro o las vacaciones de la familia real. Un par de
incendios, los accidentes de tráfico y las recomendaciones sobre la ola de
calor.
Nada
que ver con amenazas independentistas, con turismofobias y mucho menos, con una
guerra nuclear en el horizonte, producto de las peleas de gallos del querido
líder norcoreano y el no menos querido presidente de los Estados Unidos. Por no
hablar de las desoladoras noticias que vienen del Mediterráneo, cementerio de
inmigrantes, o de la factura del Brexit, que nos la quieren colar aprovechando
los calores. O de las marchas por la supremacía blanca, que creíamos que habían
desaparecido con Hitler primero y los esfuerzos de Luther King y Mandela
después. Ni de Venezuela, por supuesto., que aunque os parezca increíble, en
otros agostos no salía en los telediarios y mucho menos en los discursos de los
políticos.
Pero
agosto ya no es lo que era. Claro, que nosotros tampoco. La media-o la mitad de
un cuarto-de España que está de vacaciones, sigue pendiente de la economía, las
corrupciones, el “procés”… Y el resto, pasa los largos días del mes vacacional
por excelencia maldiciendo la crisis que le ha dejado sin playa o montaña y
haciendo cuentas.
Agosto
ya no es el mes de paso hacia septiembre. Tiene entidad propia. No es el mes de
las serpientes de verano, porque lo han convertido en un monstruo de cien
cabezas. La maldita crisis que ha acabado con tantas cosas, y ha dejado el
mundo al revés, ha matado el mes de agosto.
Y
entre mirada y mirada a lo que pasa ahí fuera, una echa de menos esos agostos
de antes. Sol, moscas, y tranquilidad. Y
desconexión.
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