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miércoles, 2 de agosto de 2017

Desde Macondo. CONCIERTO PARA INSTRUMENTOS DESAFINADOS

No ha empezado bien el “concierto” de agosto. Las concertinas, en lugar de música agradable, de sonidos tradicionales, invitando a fiesta y diversión, nos han dejado un coro de ayes y lamentos a los que difícilmente podemos sustraernos, por mucho que nos tapemos los oídos.
          No sé quien tuvo la diabólica idea de llamar concertinas a las cuchillas que siegan como hoces las ansias de futuro de los inmigrantes subsaharianos. Tal vez alguien que quiso dejar claro que en este concierto de instrumentos desafinados en que se ha convertido nuestro día a día, la única música que nos es dado escuchar es el llanto y el lamento.
         Se llama concertina a una especie de acordeón de forma hexagonal u octogonal. Algo así como el bandoneón que acompañaba a Gardel cuando cantaba eso de que “el mundo siempre fue y será una porquería”. En masculino, el concertino es el violín primero en una orquesta, el que da la nota, el más brillante. En uno y otro caso, sea del género que sea, nada que ver con dolor, sangre y destrucción.
          Y agosto ha empezado sonando mal. Decenas de inmigrantes saltando la valla de Melilla, y otra vez los espantosos cortes en brazos, manos, piernas, costados… Las concertinas en plena ejecución de un réquiem de notas sobrecogedoras, de una partitura que recoge el mundo que estamos construyendo.
          Si son insoportables las imágenes diarias de cuerpos rescatados del mar, de ahogados de todas las edades alineados en cualquier playa de España, Italia, Grecia o Libia, aún son más dolorosas de ver las de las crueles heridas infringidas por las cuchillas de la muerte.
          No es por la sangre, que también. Ni por la carne desgarrada, que nos pone los pelos de punta. Creo que es porque reflejan claramente lo que somos capaces de hacer con nuestros propios medios, sin echarle la culpa al mar insondable o a los malvados traficantes, o a las mafias, o a las guerras. Nosotros solitos, para salvaguardar nuestra forma de vida. Sin molestas injerencias.
          Los directores de esta orquesta inhumana y cruel nos han cambiado la letra y la música. Y hasta los instrumentos. No hay en su partitura notas para la solidaridad, el respeto, la compasión, la melodía esperanzadora que te transporta a un mundo mejor o que, al menos te aleja temporalmente de éste. La batuta ha mutado en sable o en tijeras. En esas vallas con cuchillas insalvables. Con concertinas. Todos los instrumentos están desafinados. Tocan en su propia clave, a su compás. Sin armonía que valga.
          Y han convertido el mundo en  un concierto de instrumentos desafinados.

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