No ha empezado bien el “concierto”
de agosto. Las concertinas, en lugar de música agradable, de sonidos
tradicionales, invitando a fiesta y diversión, nos han dejado un coro de ayes y
lamentos a los que difícilmente podemos sustraernos, por mucho que nos tapemos
los oídos.
No sé quien tuvo la diabólica idea
de llamar concertinas a las cuchillas que siegan como hoces las ansias de
futuro de los inmigrantes subsaharianos. Tal vez alguien que quiso dejar claro
que en este concierto de instrumentos desafinados en que se ha convertido
nuestro día a día, la única música que nos es dado escuchar es el llanto y el
lamento.
Se llama concertina a una especie
de acordeón de forma hexagonal u octogonal. Algo así como el bandoneón que
acompañaba a Gardel cuando cantaba eso de que “el mundo siempre fue y será una
porquería”. En masculino, el concertino es el violín primero en una orquesta,
el que da la nota, el más brillante. En uno y otro caso, sea del género que
sea, nada que ver con dolor, sangre y destrucción.
Y agosto ha empezado sonando mal.
Decenas de inmigrantes saltando la valla de Melilla, y otra vez los espantosos
cortes en brazos, manos, piernas, costados… Las concertinas en plena ejecución
de un réquiem de notas sobrecogedoras, de una partitura que recoge el mundo que
estamos construyendo.
Si son insoportables las imágenes
diarias de cuerpos rescatados del mar, de ahogados de todas las edades
alineados en cualquier playa de España, Italia, Grecia o Libia, aún son más
dolorosas de ver las de las crueles heridas infringidas por las cuchillas de la
muerte.
No es por la sangre, que también.
Ni por la carne desgarrada, que nos pone los pelos de punta. Creo que es porque
reflejan claramente lo que somos capaces de hacer con nuestros propios medios,
sin echarle la culpa al mar insondable o a los malvados traficantes, o a las
mafias, o a las guerras. Nosotros solitos, para salvaguardar nuestra forma de
vida. Sin molestas injerencias.
Los directores de esta orquesta
inhumana y cruel nos han cambiado la letra y la música. Y hasta los
instrumentos. No hay en su partitura notas para la solidaridad, el respeto, la
compasión, la melodía esperanzadora que te transporta a un mundo mejor o que,
al menos te aleja temporalmente de éste. La batuta ha mutado en sable o en tijeras.
En esas vallas con cuchillas insalvables. Con concertinas. Todos los
instrumentos están desafinados. Tocan en su propia clave, a su compás. Sin
armonía que valga.
Y han convertido el mundo en un concierto de instrumentos desafinados.
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