Hoy
he decidido hacer patria. Porque yo lo valgo y ella, esta tierra, también. Con
sus luces y sus sombras, con todas las contradicciones que, seguramente nos han
hecho como somos; con proporciones desmesuradas y contrastes absolutos que,
mire usted por dónde, se dan casi todos en la que suscribe.
Porque
quiero hablar de agua, que he nacido y vivido entre dos gigantes, el Tajo y el
Guadiana, pero soy manchega, de esa
tierra dura bautizada por los árabes como Al- Mansha, La Seca. Pasé mi infancia
y una parte de mi adolescencia, con serias restricciones de agua. Un par de
horas al día, justo el tiempo para ducharse, llenar cubos y bañeras y depósitos
los más afortunados (que era mi caso). He visto las colas en las fuentes, y
hasta he añorado no estar ahí con mi cántaro, enterándome de los últimos
chismes del pueblo.
La
vida me llevó hasta el Tajo, que se me antojaba como el mar la primera vez que
estuve en su orilla, a pocos metros desde donde escribo ahora. Inmenso, con
enormes islas que al atardecer cobran una inusitada actividad, con un ir y
venir de aves de todo tipo y el olor a agua… A vida.
Pero
yo venía del Guadiana y a él vuelvo siempre con la misma añoranza que se
recuerda el primer amor. Y si de hacer patria se trata, nada podría salirme de
más adentro que hablar de Ruidera, el lugar mágico en el que se escucha reír al
río mientras juega al escondite con nuestros sentidos.
Me
han contado que esta primavera las lagunas se han vestido de gala, que rebosan
agua y alegría, lejos de otras imágenes de de fango reseco, marcas blancas en
la piedra y triste vegetación amarillenta en las orillas. Que todas han vuelto
a sacar sus mejores galas, sus elementos diferenciales y únicos, desde el azulsocurocasinegro
de El Rey al verde esmeralda de La
Lengua, al azul claro en la Colgada;
al y transparente, casi blanco, en
la Redondilla, y al verde profundo, de árboles e islas en la Sampedra...
Me
quedo con la risa del Guadiana cuando asusta furioso en El Hundimiento y
nos devuelve el reflejo sereno en la Tomilla, la Tinaja o la Conceja,
apartadas del bullicio del camino y poco aptas para el baño (léase para los
turistas).
El
Guadiana se entierra burlón en la Cueva de Montesinos e incluso deja pasar
kilómetros y kilómetros para formar la solitaria Laguna Blanca, enfadada
y triste por no participar en el juego de sus hermanas, por estar tan lejos...
Es
fácil hacer patria en la ribera del Tajo, pensando en glorias pasadas y
confiando en que vuelvan, aunque las noticias del agua sean malas. Y hablar de
milagros, como Ruidera, que aparece como un espejismo en el desierto, en
la tierra roja de La Mancha, la Seca.
Y
con eso me quedo tal día como hoy. Me
quedo con la risa de los niños en las meriendas familiares del Garijo, y con
las paellas de Los Leones y el chapuzón en el Baño de las Mulas.
Y
me quedo sobre todo con un hotelito pequeño, casi secreto, colgado de la laguna
más bella, que invita a las confidencias, al amor y a la amistad y donde, más
que en ninguna otra parte, se oye la risa del Guadiana.
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