"Cuando yo llegue a vieja-si es que llego- y
me mire al espejo y me cuente las arrugas como una delicada orografía de
distendida piel. Cuando pueda contar las marcas que han dejado las lágrimas y
las preocupaciones, y ya mi cuerpo responda despacio a mis deseos,cuando vea mi
vida envuelta en venas azules,en profundas ojeras,y suelte blanca mi cabellera
para dormirme temprano-como corresponde-, cuando vengan mis nietos a sentarse
sobre mis rodillas enmohecidas por el paso de muchos inviernos, sé que todavía
mi corazón estará -rebelde- tictaqueando y las dudas y los anchos horizontes
también saludarán mis mañanas".(Gioconda Belli)
Cuando
pase la crisis, esa que nos cuentan que ya ha pasado, y si aún vivimos para
contarla, que diría mi admirado Gabo, seguro que olvidaremos muchas cosas, que
pasaremos de puntillas por otras y que esconderemos en el último rincón de la
memoria muchísimas más, los sinsabores,
las decepciones, el miedo, la tristeza, las mil historias de adioses que nos
han tocado de cerca, las que conocimos de oídas, las que nos golpearon de
lleno.
Borraremos del álbum de fotos las imágenes más
negras, las que distorsionaron la realidad en la que vivíamos, las que hacen
daño con sólo pensarlas. Pocas cosas buenas podremos rescatar de estos años del
diluvio para hacerles un lugar en nuestra vida futura, en la vida después de la
crisis.
Tengo
claro, sin embargo, que nunca voy a olvidar a los mal o bien llamados "yayoflautas". Entre otras cosas, porque ya se ocupan ellos
de que no los olvidemos, con su presencia constante, y porque hay lecciones que
nunca se olvidan. Lecciones de vida. Creo que, tras los primeros y
estremecedores instantes del Movimiento 15.M, de quienes los abuelos se dicen
hijos, porque nacieron después, no hay nada que me haya sorprendido más en
estos tiempos fatales.
Rompieron
con todos los tópicos entonces, y lo siguen haciendo ahora defendiendo sus
pensiones y las nuestras y demostrando que, hoy por hoy, evolución y movimiento no se asociaa ya a
juventud. Inconformismo, tampoco. Ni presente ni futuro. Ni horizontes.
Los
abuelos salieron a la calle para defender no sólo las pensiones, sino también
la sanidad y la educación. Sin haber tenido las oportunidades que nosotros, sin
carreras universitarias, sin títulos y sin másters, armados con pancartas, con
pitos y fanfarrias, se han subido al autobús de la vida para proclamar a los
cuatro vientos que quieren seguir en el camino y, sobre todo, que quieren que los
suyos sigan caminando por la senda que ellos marcaron hace muchos años.
Estremece
ver a una anciana con camiseta verde, o blanca, hablando del colegio de sus
nietos, o reclamando sus ahorros a la puerta de cualquier sucursal bancaria.
Abuelos con bastón o con andador, apoyándose en sus razones cuando las
piernas no les sostienen, nos dan día a día clases de dignidad. Y nos sonrojan.
Conocieron el infierno y no se resignan a volver a caer en las llamas. Ni a que caigamos nosotros. Defienden su
presente y nuestro futuro. Y rompen con todo.
Los
veo cada día en las noticias y me producen una mezcla de ternura y orgullo, de
envidia y de tristeza, Por no poder ser como ellos y por haberlos obligado, a
sus años, a echarse a la calle por nosotros, que los contemplamos desde el
sofá.
Avergonzados
pero incapaces de poner en práctica las enseñanzas de esta inusual lección de
vida.
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