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miércoles, 16 de mayo de 2018

SETENTA VECES SIETE

“Entonces Pedro, acercándose a él, dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”. (Mateo 18:21–35)


Hay siete cielos en el islam. Y son siete los brazos de la menorah, el candelabro judío. Siete fueron según la Biblia las vueltas de los israelitas alrededor de Jericó en el séptimo día fuera de sus murallas. Siete las palabras de Jesús antes de morir en la cruz. Y los días de la creación, los pecados capitales o los mandamientos del Talmud.
       El siete es un número especial para todas las culturas, para todas las religiones, para todas las disciplinas. El setenta, también. Esta semana se han cumplido dos 70 aniversarios, el de la creación del Estado de Israel para los judíos y el de la Nakba, la Catástrofe,  para los palestinos. Y lo ha hecho con sangre, con un número muy distinto del siete, y del setenta veces siete. Con 58 muertos y 2700 heridos, todos palestinos.
       Era un buen momento para practicar el perdón que predican ambas religiones, el que escribía Mateo en el Evangelio,  y se ha convertido en todo lo contrario, en un festín de odio, de desproporción, de sangre. Y era el momento, en el séptimo día tras la ruptura del acuerdo con Irán, elegido por Trump para inaugurar su embajada en Jerusalén. Para echar más leña a un fuego que arde desde hace setenta años, y que necesita bien poco para reavivarse.
       No es que Israel necesite que le toquen los pitos para arrancarse, pero se lo han puesto en bandeja. Día perfecto para que coincidieran la fiesta y el drama. Mientras unos cuantos mandatarios lucían sus mejores galas (con Ivanka Trump de anfitriona), los soldados israelíes disparaban contra todo lo que se movía, mujeres y niños incluidos.
       Muchos de ellos, con las llaves de sus casas en el bolsillo, las que tuvieron que abandonar hace setenta años, y que aún confían en recuperar, como los sefardíes expulsados de España en el siglo XV, que se han pasado durante generaciones las llaves de sus viviendas en Toledo, en Cáceres o en Burgos.
       Todos sabíamos lo que iba a pasar en este setenta aniversario “amenizado” por la ocurrencia de Trump. Lo sabía él, en su cruel  inconsciencia, lo sabía la ONU y todos los gobiernos del mundo. Y ha pasado.  
       Cierto que Jerusalén,  la ciudad santa para cristianos, judíos y musulmanes lleva siete décadas en el ojo del huracán. Para los cristianos, por la pasión y muerte de Jesús, para los judíos, por el Templo de Salomón, del que sólo queda en pie el Muro de las Lamentaciones, para los musulmanes, por la Cúpula de la Roca, desde la que Mahoma fue elevado al cielo.
        Y por todo esto, o sólo por esto, estamos contando muertos setenta años después. Y muy lejos de poder perdonarnos ni siete ni setenta veces siete.

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