Qué contenta estoy. Nos hemos
recuperado. Europa, el FMI, el Gobierno, las agencias de calificación, el mundo
mundial, han aumentado las previsiones de crecimiento de España. Nos salimos.
No veo el momento de que acabe un trimestre y empiece otro para conocer el
nuevo dato, mucho mejor que el anterior, por supuesto. 0,3 décimas, 0,5, y
hasta una décima más. Y no os digo nada de las decenas de miles de contratos
que se firman cada mes, y que nos cuenta puntualmente el Ministerio de la
Báñez.
¿Vosotros no estáis contentos? Pues
deberíais. Seguro que lo miráis por el lado malo, por el del trabajo precario,
los contratos de días, horas y hasta de un ratito, los salarios bajos
bajísimos, los falsos autónomos, que se han multiplicado como los panes y los
peces, sin que haya hecho falta un milagro de Cristo, o la desigualdad de
sueldos entre camarero y camarera, por ejemplo.
Y es que no escucháis al Gobierno. Vale,
la masa salarial está carios miles de millones por debajo de cómo estaba en
2008, antes de la crisis; los derechos laborales ¿para qué los queríais? Con lo
fácil que es decir “sí bwana” y quitarte de convenios, sindicatos y otras
moderneces. Y las horas extras, están para trabajarlas, no para andar
holgazaneando en casa o en los bares. Si hasta te hacen un favor. Lo de
cobrarlas… Si es que lo queréis todo. Trabajar de más, y que encima os
paguen. Para que no os quejéis de que no
hay trabajo.
¿No os ha dado por pensar que estáis
contribuyendo a que se recupere el PIB, a que seamos el modelo y la envidia de
los países avanzados? Seguro que ni os habéis planteado que, con vuestro
esfuerzo, con vuestras horas de más, conformándoos con ganar poquito, con la
“moderación salarial”, estáis permitiendo que vuestro jefe, cuando menos, se
compre un coche nuevo, o un chalé en la sierra. Y hasta puede que abra una
nueva cuenta en Suiza o en las islas Caimán, que Panamá ya está muy visto.
Deberíais estar contentos porque España
crece. Lo hemos conseguido con nuestro esfuerzo y nuestro tesón. Con nuestro
sufrimiento en pro del bien común. Somos los recuperados, y hemos conseguido
¡Bien!, que los millonarios se hayan multiplicado desde que comenzó la crisis,
y siguen aumentando sus millones porque aquí estamos nosotros para hacerlo
posible.
No vamos a perdernos en las voces de los
apocalípticos que nos recuerdan que uno
de cada cuatro españoles es pobre, entendiendo por pobre el no poder satisfacer
sus necesidades básicas (léase comer, calentarse, vestir decentemente o enviar
a sus hijos a la escuela con el material requerido). Y que de esa pobreza no
los saca el trabajo, que lo de “trabajadores pobres” ya se ha incorporado
plenamente a nuestro vocabulario.
Tampoco vamos a hablar de que somos el
país más desigual de Europa. Eso es envidia, porque estamos a la cabeza del
crecimiento. No querrán que nos estudiemos ahora el Contrato Social y la redistribución
de la riqueza. Siempre ha habido ricos y pobres. Nada es perfecto.
Y aquí seguimos, haciendo más ricos a
los ricos, mientras vemos cómo menguan nuestras posibilidades de una vida digna
en el presente y mucho menos en el futuro. Pero seguimos creciendo. Macondo,
que fue próspero y feliz, se convirtió en un lugar de aislamiento y pobreza
cuando la compañía bananera desmanteló las instalaciones, y sus directivos se
marcharon con las riquezas acumuladas durante años.
Luego vino el diluvio, y ya no hubo
forma de recuperar nada.
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