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miércoles, 9 de mayo de 2018

Desde Macondo. ESTAR EN EL MEDIO

Estar en el medio, a priori, tiene que ser necesariamente bueno. Ser el centro unas veces, pasar desapercibida otras, que ya hay por arriba y por debajo quien destaque para bien o para mal. No ganar más, pero tampoco perder estrepitosamente, no ser de los mejores, pero no estar entre los peores. Todo ventajas, pero eso, a priori.
        Soy la del medio. Seguro que muchos de vosotros sabéis lo que significa ser el hijo o el hermano del medio. Ni el mayor ni el pequeño, sin los privilegios del primero ni los mimos del último.  Escuchando eso de que es mayor que tú, o no te compares con el chiquitín. Y menos mal que no estamos en la Edad Media, en la que el primogénito heredaba, el menor hacía carrera en las armas y al mediano no le quedaba otra que ser “hombre de Iglesia”, que decían entonces.
        En fin, no me quejo, porque tampoco tengo a quién echar la culpa; es lo que la madre naturaleza o el destino decidieron (colocarme tres hermanos arriba y tres debajo), con nulas posibilidades civilizadas de cambiar el orden. Es más, creo que la “medianía”, en mi caso, también tuvo sus cosas buenas, pero eso es otra historia.
        Yo quería hablar de otro “medio”, de Castilla-La Mancha en general y de Talavera en particular, y de las desgracias que nos ha acarreado estar donde estamos, en mitad del medio, como se dice por aquí. En pleno centro. Con la todopoderosa Madrid por encima, la hermana mayor, y la minúscula Murcia debajo. La pequeña.
         Todo dádivas para la una y la otra, por las razones ya explicadas arriba. Ni hambre ni sed para ninguna. Pocos deberes y todos los derechos, unos padres injustos que no se ocupan igual de todas las criaturas que han traído al mundo y que castigan a la del medio con injustos y dolorosos trasvases si inmutarse por las protestas y los gritos de estómagos vacíos y lenguas resecas.
        Nos ha tocado lo peor por estar en medio. Ya ha tocado que nos chupen la sangre, que nos nieguen el pan y la sal, en forma de industrias, regadíos, desarrollo y hasta el mar. Y toca, una vez más, que nos dejen la tierra, la lengua y el ánimo reseco y agrietado. Se vuelven a llevar el agua.
        Hay voces mucho más autorizadas que la mía para hablar de trasvases. Y lo hacen. Pero como yo, también son los del medio e igualmente claman en el desierto. No hay agua en el Tajo ni en el Alberche, unas pocas gotas en los pantanos. Pero son para ellos. Los “padres” (léase Gobierno), han decidido saciar la sed de su primer y su último retoño, aunque para ello haya que cambiar el curso de los ríos, el orden original de la Naturaleza, el contrato social y la justicia distributiva.
        Han aumentado la cantidad de agua a trasvasar. Sin explicaciones, que lo que dicen los padres va a Misa y nosotros, sólo somos los del medio. Oír y callar mientras vemos los ríos agonizantes, los campos secos, y hasta el líquido elemento llegando con cisternas a pueblos ribereños que deberían rezumar agua por todos sus poros.
        Y una echa de menos el criterio y el sentido de justicia del primer Buendía, que en la fundación de Macondo dispuso de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo.

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