Vaya por delante que puedo entender (a
duras penas) la emoción de la gente ante un desfile militar; que intento asumir
eso del orgullo ante la demostración del poderío patrio, con soldados de buen
ver en perfecta formación, estirados hasta el límite, con los correajes
brillantes y marcando el paso. De la oca, si puede ser, como los legionarios.
Puedo comprenderlo, aunque no compartirlo.
Igual
la rara soy yo, pero nunca me han tocado la fibra los desfiles de la Victoria, como se llamaban
antes, o el Día de las Fuerzas Armadas, tras la llegada de la democracia. Es lo
mismo. Tanques, aviones haciendo acrobacias, vehículos relucientes y muchos
soldados de tierra, mar y aire además de la siempre vistosa Guardia real, o la
Guardia Civil de gala. Y muchas banderas, bandas de música y demás
parafernalia.
Lo
siento, a mí, como cantaba George Brassens, la música militar nunca me supo
levantar. Y a mi edad, es difícil que lo consiga. Aunque este año podría ser la
ocasión, que la ministra Cospedal se ha empeñado en hacer el Ejército la joya
de la Corona de España, aunque, que yo sepa, no hay guerra alguna en el
horizonte. Si la hubiera, siempre podríamos desenterrar al Cid y subirlo a su
caballo con su reluciente armadura para que el enemigo huyera despavorido.
En
medio del debate de los Presupuestos, recién aprobados, por cierto, y con un
fortísimo incremento en Defensa, muy por encima de Educación, Sanidad,
Servicios Sociales, I+D y otras tonterías que son cosas de pobres, nos
enteramos de que este año, va a ser lo más de lo más. De momento, se duplica el
presupuesto respecto al año pasado, que ya se había aumentado mucho sobre el
anterior.
Como
los números cantan, aquí les dejo las cifras. El acto central, el desfile, que se celebra el sábado en Logroño, costará
750.000 euros, frente a los 350.000 de 2017. Esta partida no incluye las 440
actividades que se desarrollarán a lo largo de la semana en toda España, ni la
campaña publicitaria contratada por el Ministerio, por lo que el coste total
doblará probablemente la cifra anunciada oficialmente. Dicen los responsables
de Defensa que no es un gasto sino una
“inversión”, ya que sirve de adiestramiento a los militares, además de
acercar a las Fuerzas Armadas a la sociedad.
Pues qué quieren que les diga. Que en mi no hace
falta que inviertan, que les libero de tal obligación. Y que tampoco me importa
tener a los ejércitos lejos, haciendo sus cosas a la espera de que tengan que
salvarnos de algo. Con todo el reconocimiento, faltaría más, a los que andan
por esos mundos en misiones de paz, y que no son precisamente los que desfilan.
Se me ocurren un montón de cosas que hacer con el
dinero que costará un ratito de exhibición de poderío militar. Entre otras
cosas, porque desgraciadamente, en caso de guerra, y en la era de lo nuclear no
sirve de mucho sacar brillo a los botones o a los sables ni cepillar hasta lo
imposible las crines de los caballos.
El coronel Aureliano Buendía promovió 32 guerras y
no logró ganar ninguna. Por eso debió negociar la paz, y retirarse a Macondo a
disfrutar de una vida normal. Sin demostraciones de nada.
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