¿Alguien se acuerda de Hug el
Troglodita? Vale, es de hace mucho tiempo, pero es que una ya tiene un largo
recorrido. Pues para los que no lo sepan, era un personaje de tebeo (ahora
cómic), cuyas andanzas discurrían en la Prehistoria, entre dinosaurios y esas
cosas. Pues bien, el amigo Hug, que no era muy agraciado, nos mostraba la forma
de ligar que se llevaba en su época. A saber: Fijarse en la mujer adecuada,
golpearla en la cabeza con una porra, agarrarla de los pelos y llevarla a
rastras hasta casa. Y vivir felices y comer perdices o mamuts o lo que
comieran, hasta que algún tiranosaurus rex hambiento o cualquier otra forma de
muerte acabara con la relación establecida “voluntariamente”. Sin que la novia
a la fuerza rechistara en ningún momento, que la porra formaba parte del
mobiliario de la cueva.
Eso era hace un millón de años, cuando
los dinosaurios poblaban la tierra. Y ahora, andando el tiempo, resulta que hay
que salir a la calle con cien ojos, por si te encuentras un diplodocus en el
cajero automático, un velociraptor al cruzar el parque o un diplodocus en el
parking del súper. Con traje y corbata,
con camiseta y pañuelo de peña al cuello y hasta con toga y puñetas. O un
troglodita porra en ristre.
Porque los dinosaurios han desaparecido,
pero los trogloditas no. El meteorito que acabó con los grandes lagartos no debió
eliminar convenientemente eliminó los genes salvajes, machistas, primitivos o
no sé cómo llamarlos, de los seres humanos. Y andando los años, los siglos, los
milenios, aquí estamos, hablando de violaciones, abusos, agresión sexual y de
si las mujeres deben someterse o luchar con uñas y dientes para preservar su
cuerpo y su alma de la llamada de selva. Como si la cachiporra no fuera lo
suficientemente convincente como para que se quiten las ganas de protestar.
Pasados unos días de la vergonzosa
sentencia contra La Manada, calmado el impulso de escribir con las tripas, no
voy a valorar si nueve años son muchos o pocos. Pero tampoco voy a respetar lo
que dicen los jueces, porque yo soy humana, como ellos, y por supuesto que
tengo opinión. Y además soy mujer.
Mujer de las que se ha cambiado de acera
porque detrás de ti caminaba un grupillo de gamberros; de las que, por la
noche, ha mirado de reojo antes de meter la llave en el portal de casa; de las
que se ha ido a la otra punta del autobús, o se ha cambiado de vagón para no
formar un escándalo (y encima salir escaldada); mujer de las que conoce, como
todas, casos más o menos próximos de agresiones. Mujer de las que dice eso de
“si me pasara a mí, me quedaría paralizada”.
Y de las que tienen claro que no hay nadie, por muy amante del sexo que
sea, que pueda disfrutar en un portal, en el suelo, con cinco energúmenos
asaltando todos los orificios de tu cuerpo.
Mujer de las preocupadas porque, a la
“manada” le hayan salido valedores, que no consideran tan grave lo sucedido;
por el ejemplo que estamos dando a los más jóvenes. Por la vuelta a situaciones
que creíamos extintas, como los dinosaurios.
Tal vez tenga que caer otro
meteorito sobre la tierra.
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