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jueves, 26 de abril de 2018

Desde Macondo. UNA TERAPIA PELIGROSA

No sé yo si en esta España de los recortes, de investigación y desarrollo maltratados y de cultura como la hermana pobre de la fastuosa recuperación económica, en este país en el que los camareros crecen al ritmo al que se marchan los jóvenes mejor preparados, cabría incluir la “biblioterapia” en los cuidados a financiar por la también depauperada Seguridad Social.
        Pero no vendría mal. Es más, vendría muy bien que se invirtiera más en Bibliotecas que en Defensa, en libros que en tanques, en formación sólida que en empleos miserables en temporada turística. Los libros curan muchos males y previenen muchos más. Pero claro, no dan dinero inmediato, y en estos tiempos, en los que se piensa más con la cartera que con la cabeza, no son buen negocio.
         Hasta peligroso puede ser, que no conozco un gobernante que no desconfíe de la gente que piensa, que analiza, que sabe y puede comparar, porque, entre otras cosas, ha aprendido en los libros. Y esto no es nuevo. El término biblioterapia aparece por primera vez en un artículo publicado en una revista en 1916, en el que se habla de un tal doctor Bangster, que receta libros a quien los pudiera necesitar. No hace mucho, leí la reseña de un “Manual de Remedios Literarios”, escrito por dos autoras británicas, que al parecer contiene, ordenadas por índice alfabético, proposiciones de lecturas comentadas para más de 400 dolencias, tanto físicas como psicológicas.
        No sé si estará traducido al español, pero me encantaría leerlo, porque los que hemos descubierto el placer de la lectura sabemos que el libro adecuado en el momento preciso puede cambiarnos la vida. O hacerla más llevadera, cuando menos. Pero el manual promete más, promete remediar, pasando páginas, desde  la ansiedad, o baja autoestima, a catarros frecuentes, calvicie, falta de apetito sexual, anginas, insomnio, vergüenza, pesadillas, miedo a volar, estrés, dolor de espalda… En la lista de “fármacos” están  desde autores clásicos hasta los más modernos, desde novelones de siempre, como Madame Bovary, a obras de Vargas Llosa, pasando por poesía.
        Este manual no deja de ser una anécdota, porque los libros llevan siglos curando. Todos los libros, hasta el peor, que cualquiera sirve para evadirnos de la prisión de nuestros días y darnos la libertad de vivir mil y una noches distintas, en situaciones y paisajes diferentes, en mundos que tardaríamos siglos en conocer desde nuestro sofá o nuestra oficina.
        Cervantes decía que «en algún lugar de un libro hay una frase esperándonos para darle un sentido a la existencia». A su modo, se adelantó a la Biblioterapia, aunque a su personaje universal lo hubieran vuelto loco, o le hubieran dado la mayor de las corduras, los libros de caballería.
        En plena Semana del Libro, cuando recordamos a Cervantes y Shakespeare, que tantas veces nos han curado, no se me ocurre mejor terapia que agarrarse a la lectura para sobrevivir, para vivir vidas distintas, para imaginar, para relativizar, para comprender, para evadirse o para centrarse, para saber o para olvidar. Para despertarse o para soñar.
        La ficción nos aparta misericordiosamente del insufrible día a día; los héroes y heroínas, con sus grandezas y sus miserias, borran de un plumazo a los corruptos, los  intolerantes, los fanáticos, los inhumanos e insolidarios que nos sobrevuelan; otras guerras, ya superadas, apagan los sonidos de las bombas actuales; grandes males, incluso de amor, minimizan nuestras tragedias cotidianas.
        Todo ventajas. Leer es lo mejor que podemos hacer mientras esperamos que esto se arregle, que nuestros políticos se den la vuelta como un calcetín, que a Europa le crezca un corazón donde ahora sólo hay una cartera, que el Mediterráneo sea el mar de todos y que dejen a Dios, con cualquiera de sus nombres, en paz.
        Aunque para los de siempre, leer sea una terapia peligrosa.

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