Tengo almacenado, en el fichero de mi
cabeza que yo llamo “conocimientos inútiles”, algo que leí una vez, no sé
cuando, acerca del famoso conejo de la suerte de los inmortales dibujos
animados. Al parecer, el afán de Bugs Bunny por las zanahorias se debía a que
el creador del personaje, que no recuerdo como se llama, era un apasionado de
tal hortaliza, pero le producía intolerancia digestiva y sólo podía comerla de cuando en cuando, en
cantidades muy reducidas y con precauciones.
Por
eso se consolaba con su alter ego, que podía zamparse todas las que le
apetecieran. Con gula. Sin problemas. Aunque no veo yo el problema en no comer
zanahorias, que siempre me han parecido comida de burros, por muy sanas que
sean, aunque de cuando en cuando las compre y las coma.
Pero
una cosa es comer pocas, y otra, hacerlo cada cuatro años, como dejó
meridianamente claro el ministro a la hora de explicar las cuentas públicas.
Ahora corresponde “echarnos” unos puñaditos de zanahorias, que se acercan las
elecciones. Y donde era imposible de todo punto subir las pensiones más del
ignominioso 0,25 por ciento, ¡Una zanahoria!”. Subimos un poquito más a las
viudas, y a las prestaciones más miserables, esas de 400€. Ah, y como se siguen
quejando, ¡Otra zanahorias! No sé qué zarandaja sobre el IPF de los
pensionistas que sólo beneficia a cuatro, porque los demás ni se acercan al
límite en el que hay que empezar a pagar.
Hay
zanahorias para los funcionarios, no las suficientes para compensar el hambre”
de los años de congelaciones y recortes; alguna para el cine, que luego en los
Goya nos dan la murga, y para los Ayuntamientos, levantando un poquito la mano
en los techos de gasto.
Zanahorias,
al fin y al cabo. Alimento modesto donde los haya. Claro, que el señor ministro
de Hacienda no hará la compra, y no sabrá, sin duda, que un kilo de este
socorrido producto de la huerta ronda los sesenta céntimos de euro (0,68 me
costaron el sábado en una conocida cadena de supermercados). Nada que ver con
el cordero, que está por las nubes, con la ternera, que si es de primera es
prohibitiva, o con la inalcanzable merluza, que aún congelada no es para comer
a diario. Por no hablar ya, y me salto a otra esfera, de lo que cuesta tener
encendida un ratito la calefacción.
Hace
falta mucho más que un puñado de zanahorias para callar las bocas de los
mayores que han dicho basta ya, por sus pensiones y por las nuestras, las de sus
hijos y las de sus nietos. Y deseo fervientemente se le indigesten todas a
quien nos desprecia de tal manera, pensando que con cualquier cosa tragamos,
que se trata de echarnos pienso, como a los asnos, para tenernos tranquilos y
para asegurarles el sillón otros cuatro años.
No
me gustaban demasiado las zanahorias, y ahora me gustan menos. Porque siempre
van acompañadas del palo. Y ya es tiempo
de repartir también los filetes.
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