Y
se acabó el problema. Toca otra vez repartir el pastel. Bueno, yo
diría que el pan, que no estamos para lujos. Entre los fastos del
glorioso cuarto año de la recuperación figura un monumental
banquete al que, como siempre, no estamos invitados. Mientras unos
cuantos privilegiados celebran una comilona con lujo y oropeles , la
inmensa mayoría de los españolitos de a pie seguimos salivando
pensando en los manjares que figuran en la carta.
Crece
el PIB espectacularmente, crecemos más que nadie en Europa, que en
el colmo de la crueldad, nos cuentan los detalles del banquete
que se están dando a nuestra costa. Vajilla de la más fina
porcelana, cubertería de plata, una legión de camareros
uniformados, los mejores caldos y licores, los dulces más
exquisitos. Ostras y caviar, por supuesto. Y orquesta en directo.
La
ocasión se lo merece. Celebran el crecimiento, el fin de la crisis,
la salida del túnel, la subida de la Bolsa, la multiplicación de
los beneficios de la Banca, el aumento del número de millonarios…
Los Presupuestos más sociales del siglo, que una vez más recortan a
los parados, no hacen nada por solucionar el trabajo precario, meten
la tijera a las becas y arrojan unas migajas, en forma de un puñado
de euros, a las pensiones más miserables, a esas que ni de lejos
llegan al más miserable todavía salario mínimo.
La
Sanidad y la Educación, bien recortaditas, no vaya a ser que nos de
por creernos que tenemos derechos que no nos corresponden; la partida
de violencia de género, reducida a la cuarta parte de lo prometido,
y para Dependencia, la mitad de la mitad de la mitad, aunque cada día
mueran no sé cuantos dependientes esperando ser atendidos. Por
supuesto que para Memoria Histórica, cero patatero, que no hay que
andar removiendo las cunetas.
Eso
sí, pasteles para Defensa, que no sé en
qué guerra andamos metidos para necesitar tanto tanque, y para
rescatar autopistas y esas cosas, pobrecitos empresarios de postín.
Investigación y Desarrollo, ¿para qué?, si tenemos camareros
baratitos y muchos turistas buscando el sol. Por no hablar de
limpiadoras, de "kellys", que por un par de euros dejan la
habitación como un jaspe.
Sabemos
que hay una fiesta. Escuchamos las risas, el tintinear
de las copas de cristal de Bohemia en los brindis, las
felicitaciones y los parabienes. Esto marcha. España va bien.
Comamos y bebamos, que no nos van a amargar el festín unos miles de
contratos de una semana, de un día o de un rato; ni el lamento de
los desempleados que cada vez tienen más difícil cobrar una
prestación, ni el de los estudiantes que no pueden pagarse un máster
(que a otras les regalan), ni los periódicos informes sobre los
niveles de pobreza o los avisos de ONG's varias que señalan que
muchas, muchísimas familias tienen problemas para comer un plato de
lentejas. Menuda vulgaridad. Que coman pasteles, que diría la reina
francesa.
Con
la de sacrificios que hemos hecho para llegar, hoy, a este banquete.
Hemos tenido que cargarnos los derechos laborales y buena parte de
los sociales; hemos tenido que recortar en salud, en educación, en
atención a los más desfavorecidos. Y en salarios, por supuesto.
Hasta hemos enviado a buena parte de nuestros jóvenes a fregar
platos a Londres o a Berlín.
Pero
sigue la fiesta y toca repartir el pastel. Barra libre para los
afortunados invitados al banquete. Aunque diga Montoro que en los
Presupuestos que nos acaban de presentar no hay recortes sino
"moderación del gasto", el hecho es que nos quedamos fuera
de la mesa siempre los mismos, los trabajadores, los autónomos
asfixiados ... Se está celebrando un banquete y los que
hemos puesto la mesa (y fregaremos los platos), no estamos invitados.
Yo,
siempre en Macondo, recuerdo a Petra Cotes, que tenía la virtud de
exasperar a la naturaleza, y a su paso, criaban los conejos a
millares, y las vacas por docenas, y hasta los billetes se
multiplicaban de tal forma que dieron para empapelar con ellos la
casa por dentro y por fuera, mientras el resto de los vecinos miraban
estupefactos sin participación alguna en los beneficios del milagro.
A ellos, como a nosotros, “los
ángeles de la guarda se le dormían de cansancio mientras ponían y
quitaban monedas tratando de que siquiera les alcanzaran para vivir”.
No
estamos invitados, y eso no es lo más grave. Lo peor es saber que
esta fiesta la estamos pagando entre todos y que la seguiremos
pagando, si algún día queremos comer las migajas que sobren del
banquete.
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