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martes, 10 de abril de 2018

VUELTA A LA GUERRA FRÍA

Tengo la molesta sensación de parecerme cada vez más al abuelo Cebolleta de los tebeos. A uno de esos ancianos que viven ya en pasado, porque el presente no les interesa y el futuro directamente no existe. Pero es que no hay día sin algo que me despegue del tiempo que vivimos, que deberíamos vivir, y me lleve a épocas anteriores que no son necesariamente mejores.
        Vamos, que son peores. Lo hemos visto hace unos días, con la Semana Santa al más puro estilo de la España católica y apostólica, reserva espiritual de Occidente; con los ministros cantando el Novio de la Muerte y las banderas a media asta en los cuarteles. Lo vemos con las torticeras aplicaciones de la Ley Mordaza, con los privilegios de los ricos que comprobamos a diario, con la explotación de los pobres, que vuelven a trabajar casi por techo y comida, por la segregación por sexos en los colegios, avalada por el Constitucional, por la polémica entre reinas que ha tenido en vilo a todo el país, por…
        Y eso aquí, que el resto del mundo también tiene lo suyo. En pocas fechas nos han enviado de nuevo a los años sesenta, la época de la Guerra Fría, que ya creíamos superada.  Como en una novela de John Le Carré, han vuelto a aparecer espías, envenenamientos, decenas de diplomáticos expulsados de varios países, del nuestro también, las grandes empresas de internet robando y manipulando datos y todos mirándose de reojo por un quítame allá unas bombitas nucleares de nada. Y nosotros, en medio.
        Qué tiempos aquellos en que los espías llevaban gabardina y sombrero de ala ancha. O eran mujeres fatales, tipo Mata-Hari con las armas en el liguero. O simplemente, eran ciencia-ficción, como el Gran Hermano de Orwell. Todos sabíamos dónde estábamos. Lo veíamos en las películas americanas. Micrófonos en los conductos de aire acondicionado, grabadoras en la rosca del teléfono, videocámaras camufladas debajo de un cuadro convenientemente agujereado… Eso era lo que entendíamos por espiar.
        Era la Guerra Fría, a la que ahora hemos vuelto en esta enloquecida carrera hacia atrás que ha emprendido el mundo. Lo ha dicho hace unas fechas la nieta de Marie Curie, que a sus 90 años tiembla porque son muchas las señales que le confirman la vuelta a tan oscuro y peligroso  periodo de nuestra historia reciente: "Estoy muy preocupada por una posible guerra nuclear". Helene Langevin-Joliot también es física nuclear, como su abuela, y sigue su lucha para conseguir un mundo sin bombas atómicas, porque “son un gran error”.
        Pues sí. Y no hemos aprendido nada, que el error vuelve corregido y aumentado; que en plena era de la globalización, volvemos a los bloques, a blindarnos con los nuestros amenazando a los de enfrente. Como si no tuviéramos claro que una tercera guerra mundial sería la última, que ya no quedaría mundo para más enfrentamientos.
         Los espías ya no llevan gabardina gris. No esperan tras la esquina para seguir silenciosamente los pasos del sospechoso de robar secretos militares. El mundo ha cambiado, y todo se ha sofisticado mucho más. Los que no aprendemos, somos nosotros.

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