Ha pasado julio, y Franco sigue dónde
estaba. A lo fresquito, que con estos calores, como para enredarse en
discusiones de familia, de priores, de nostálgicos varios y de todos aquellos
que piensan que son batallitas del abuelo y que hay que dejar las cosas como
están. Como han estado desde que tenemos memoria de la de verdad, fuera de esas
zarandajas de la memoria histórica que, a decir de los arriba mencionados, sólo
sirve para reabrir heridas.
El problema es que las heridas siguen abiertas,
y la tumba permanece cerrada. Con lo fácil que hubiera sido levantar la piedra
e irse con la “música” a otra parte. A la que quieran sus familiares, que está
visto que ni ellos lo quieren, o a la que decida el Gobierno, que para eso
gobierna.
Sin estridencias, sin actos solemnes y
hasta sin que nadie se entere. Mientras todos andamos enredados en nuestras
cosas, en la playa, la montaña o el pueblo, se hace en un pis pas y se acaba
con la polémica… Y con la vergüenza.
Ya nos han sacado en todos los medios
internacionales, perplejos por la batallita que estamos librando cuadro décadas
después de la muerte del dictador, y el doble de tiempo desde que decidiera
proclamarse salvador de la patria
provocando una guerra civil con centenares de miles de muertos, cárceles llenas
y que no dejó de fusilar hasta el mismo año de su fallecimiento. En la cama y
con honores, como corresponde.
Me encantaría que todos los que se
aferran a la lápida para que no se mueva, explicaran a un alemán, o a un
italiano, que el mausoleo donde se veneran sus restos fue construido por
presos, esclavos para hablar con propiedad, y que se construyó encima una
descomunal cruz de granito, como si fueran necesarias talas dimensiones para
perdonar tanto asesinato. Y que hay misas cada domingo, y concentraciones brazo
en alto en fechas destacadas, y que está a un pasito de la capital, para que se
vea bien.
No es Hitler, que ningún alemán lo
entendería. Ni Mussolini, que los italianos pasaron página en su momento. Es
Francisco Franco, y sigue ahí después de cuarenta años de la llegada de la
democracia. Cuando muchos de los que ahora se oponen, dirigentes recién
elegidos, por cierto, ni habían nacido. Por supuesto, no habían sufrido. Igual
tiene algo que ver que el Partido que tanto se niega fuera creado por un
ministro del dictador, y aún no haya tenido tiempo de renovarse
convenientemente.
No sé, pero creo que con el verano
estamos perdiendo una ocasión de oro. Que queda agosto, y luego todo será más
complicado. Que mi abuelo sigue en paradero desconocido, en una fosa común o en
el mar, que les venía más a mano porque estaba preso en una isla… Y Franco, sin
salir.
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